Águeda Macián López
Licenciada en CC de la Información
Máster en Sexología y Género

La lengua está viva. Evoluciona y cambia como lo hace la sociedad. Se retroalimenta de ella y la modifica en un continuo que no tiene fin, porque la lengua también es un constructo cultural. Por tanto, el lenguaje tiene el poder de CREAR realidad. Y si cada vez que usamos las palabras estamos dando forma a la sociedad ¿no deberíamos estar forjando una colectividad en la que quepamos todas, todos y todes?

La RAE es rotunda : “los sustantivos masculinos no solo se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también, en los contextos apropiados, para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie sin distinción de sexos”. Pues bien, ese masculino génerico, que según la RAE engloba a todos los individuos, independientemente de su sexo, no produce ese efecto de neutralidad en nuestras mentes.

Existen varios estudios que así lo evidencian. Un experimento reciente, realizado en el IES Berenguer Dalmau, en Catarroja (Valencia) arroja resultados sorprendentes. 288 alumnos y alumnas, desde 1º de la ESO a 1º de bachillerato debían dibujar de forma aleatoria: masculinos genéricos (los alumnos, los adolescentes), genéricos neutros o perífrasis (el alumnado, el grupo de adolescentes) y los dos géneros especificados claramente (alumnas y alumnos, los/las adolescentes).

En el primer caso, en el de las frases utilizadas con masculino genérico, que en teoría es neutro y engloba por igual a ambos géneros, solo aparecían representadas en los dibujos un 18,35% de chicas frente a un 82,65% de chicos. Según esto, por tanto, estamos invisibilizando a tres de cada cinco mujeres.

En cambio, si utilizamos un génerico neutro, el porcentaje de chicas representadas sube al 40,69 %, pero no llega al 50 %, que sería lo más lógico. Resulta evidente pensar que la solución es especificar ambos géneros claramente. Pero, ni siquiera en este último caso, las diferencias entre los conceptos masculinizados y feminizados se atenúan. La media de chicas dibujadas asciende al 44,90 % frente al 55,1 % de chicos. Es el más inclusivo pero sigue sin alcanzar la paridad.

Y es que no solo en el lenguaje el masculino es genérico. También lo es en la representación icónica. El género femenino no queda incluido dentro de los símbolos que se escenifican en el espacio público, como por ejemplo los semáforos, (el típico monigote con cabeza, cuerpo, brazos y piernas), hay que especificarlo poniéndole adornos: pelo largo, falda, un bebé o un carro de la compra. En 2017 Ikea tuvo que cambiar toda la cartelería de sus tiendas, tras cientos de quejas en las redes sociales, denunciando una perpetuación en los roles de género al mostrar a una mujer, con su vestidito y su bebé, como indicador de la zona de cambiadores.

Tanto el lenguaje como la representación icónica son claros ejemplos de lo que el sociólogo Pierre Bourdieu definiría como violencia simbólica: “la relación social donde el dominador ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los dominados, los cuales no la evidencian y/o son inconscientes de dichas prácticas en su contra, por lo cual son cómplices de la dominación a la que están sometidos”. El poder de esta violencia reside, precisamente, en su invisibilidad. Es como nos pensamos a nosotras mismas, al mundo, a nuestra relación con él. Por ello, la importancia de nombrarnos, de crear nuevas categorías de percepción de la realidad. En definitiva, de existir a través del lenguaje.

Teresa Meana, filóloga y experta en lenguaje no sexista, afirma “que el masculino sea un supuesto genérico es uno de los instrumentos por los que se consigue la invisibilización de las mujeres”. Y ojo, esto solo ocurre cuando el género hace referencia a seres SEXUADOS, no es un cuestionamiento del género gramatical. El género funciona de muchas formas en castellano. En general, no es algo que agregue significado a la palabra, sino que es inherente a la misma. Puede servir para diferenciar cosas, por ejemplo el singular del plural (leño, leña) o el tamaño (cuchillo, cuchilla), pero en la mayoría de las ocasiones las palabras tienen su forma en femenino (silla, pelota), sin existir su variante masculina y viceversa (teléfono,). Por tanto, no vale eso de “ahora tendremos que decir teléfono y teléfona”.

Médicos y enfermeras

No tenemos que irnos muy lejos para evidenciar una realidad, predominantemente sexista y machista, que se sigue forjando a través del lenguaje. Un lenguaje que se reproduce en boca de todas y todos nosotros, la mayoría de veces sin ser conscientes de ello, pero que desde todas las esferas, incluido los grandes medios de comunicación, se reproduce continuamente.

Estos últimos días, a raíz de la pandemia que estamos sufriendo, la profesión sanitaria ha saltado a la palestra. Decir médicos y enfermeras importa. Decir los sanitarios, invisibiliza. Según la última Encuesta de Población Activa (EPA) las mujeres ocupan el 55,5 % de la plantilla médica en nuestra sanidad pública y el 74,2 % de los sanitarios, son sanitarias. Además, tan solo el 20 % de mujeres ocupan puestos de dirección. Techo de cristal y brecha salarial que evidencian que los esterotipos y las presiones de género persisten. En el imaginario colectivo se sigue asociando el rol de cuidadoras a las mujeres y el de la capacidad de liderazgo a los hombres.

El debate se pone al rojo vivo y los defensores a ultranza del purismo del lenguaje sacan  la artillería pesada cuando la palabra en cuestión alude a una profesión históricamente masculinizada. Uno de los casos más sonados fue el de la palabra presidenta. Las razones aludidas para no poner la –a a presidente fueron, entre otras, que se trataba de un participio presente. Es decir, una palabra que señala a quién hace la acción. Quien preside es el/la presidente. Quien canta es el/la cantante. Entonces ¿por qué quien ejerce la acción de servir, sí se le llama sirvienta y no la sirviente?. Al final, no se trata de una cuestión de palabras, se trata de una cuestión de poder.

Pero, ¿no economiza el lenguaje?

Lo único que se ahorra, aludiendo a la economía del lenguaje, es a las mujeres. Se ahorran nombrarnos. Esta es otra de las grandes excusas que desde los sectores más conservadores emplean para seguir perpetuando el uso del masculino genérico. Pero no. Tampoco economiza el lenguaje, porque cuando nombramos “hombres y mujeres”, “todos y todas”, no estamos duplicando, estamos presentando magnitudes diferentes. Como explica la autora del libro “Porque las palabras no se las lleva el viento”, Teresa Meana, lo de la obsesión por negar las dobles formas es un invento reciente del siglo XX.  Hay numerosos ejemplos en la Historia que así lo demuestran, como “El Cantar del mío Cid”, “El libro del buen amor” o “La Regenta”. En todos ellos, cuando nombra el género masculino, solo se refiere a individuos de sexo masculino, y duplica tantas veces como sea necesario si en el grupo existen seres de sexo femenino. (niñas y niños, moras y moros, labradoras y labradores etc).

Lo único que se ahorra, aludiendo a la economía del lenguaje, es a las mujeres.

¿Entonces qué hacemos: @, x, e?

El lenguaje inclusivo resulta más complejo de lo que a priori parece. Utilizar la “@” o la “x” presenta una serie de inconvenientes a tener muy en cuenta antes de apostar por su utilización, ya que probablemente lo de “inclusivo” deje de tener sentido.

El principal problema que presenta la “@” es que no es un fonema, sino un símbolo, con lo cual resulta impronunciable. Al igual que la “x” que tampoco puede trasladarse al lenguaje oral, aún siendo fonema, cuando se incorpora a la estructura morfológica del sustantivo.

Descartada su posibilidad oral, en su vertiente escrita excluye a las personas con diversidad funcional visual y/o auditiva que requieren de una adaptación de audio para leer textos. Los símbolos, claramente, entorpecen su lectura. Aunque, salvando ese inconveniente, su utilización en la escritura coloquial está cobrando cada vez más fuerza. Precisamente esa disruptividad, esa incomodidad, es la que pone el foco sobre el problema. La que nos alerta de que algo debe ser cambiado. De que algo se está moviendo en la sociedad.

Lo que nos lleva a la –e como genérico. Dejando a un lado los inconvenientes de concordancia que supondría asimilar un neutro a nuestra estructura gramatical (creación de pronombres, de determinantes etc), un género neutro visibilizaría realidades no binarias que hoy quedan ocultas y englobaría tanto al masculino como al femenino. Pero ¿no se volvería de nuevo a invisibilizar esa –a que está clamando recuperar el espacio que le ha sido negado durante siglos? ¿No estamos afirmando que lo que no se nombra no existe?.

La solución es compleja pero el cambio ya es imparable. El debate está sobre la mesa.

Sabemos que no serán los señores y señoras de la RAE (que por cierto solo hay siete mujeres de cuarenta y cinco integrantes), sino nosotros, nosotras y nosotres, como sociedad, los que conformaremos el justo cambio que necesita nuestro imaginario colectivo. Ha llegado la hora de emerger del limbo lingüístico.

Bibliografía:

EFE. 2020. Ocho de cada diez sanitarios europeos son mujeres. https://www.efeminista.com/sanitarios-europeos-mujeres/

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FERNÁNDEZ, José Manuel Fernández. La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica. Cuadernos de trabajo social, 2005, vol. 18, p. 7-31.

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MARCOS, ANA; CENTENERA, MAR. Les “amigues” del leguaje inclusivo. https://elpais.com/cultura/2019/12/21/actualidad/1576920741_401325.html

MEANA SUÁREZ, Teresa. Porque las palabras no se las lleva el viento… Por un uso no sexista de la lengua. Ayuntamiento de Quart de Poblet. Valencia, 2002.

NOVA, I.P. 2018. Radiografía del papel de la mujer en la sanidad española. https://www.redaccionmedica.com/secciones/sanidad-hoy/radiografia-del-papel-de-la-mujer-en-la-sanidad-espanola-1050

PACHECO, ANA. 2017. Ikea reemplaza los carteles de los cambiadores para que sean igualitarios. https://www.vice.com/es/article/59mjv5/ikea-cambiadores-bebe-genero-neutro

RUIZ JOHNSON, Mariana. 2018. La lengua degenerada. https://elgatoylacaja.com.ar/la-lengua-degenerada/

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