Héctor Fernández Díez
Máster en Terapia Sexual y de Pareja

Estamos viviendo en estos momentos una crisis sanitaria que parece que ha dejado claro que los cuidados son el pilar central sobre el que se sostiene la humanidad. Se han transcendido las fronteras, tanto físicas como culturales, para hacer un esfuerzo por la vida que se ha concretado en la asistencia y el cuidado de las personas enfermas por este virus convertido en pandemia. En estas circunstancias parece claro que los cuidados deberían haber estado siempre en el centro y otorgarles una importancia vital, pero esto no ha sido así, y puede que no lo sea en el futuro. Creo que tenemos la oportunidad de alzar la voz y pedir una ética del cuidado, inspirada en la obra de Carol Gilligan, para conseguir un cambio de paradigma, un sistema donde se sustituyan los axiomas patriarcales y neoliberales por una democracia real donde la equidad sea real y se valoren los cuidados como se merecen, como la base y eje sobre los que se sustenta y se mueve toda otra actividad humana.

Los cuidados son el pilar central sobre el que se sostiene la humanidad.

Vivimos en un mundo patriarcal y androcentrista donde sólo los valores relacionados con la masculinidad tienen valor real y en la que ser hombre significa poco más que no ser mujer, como contraposición a lo deseable. Este binarismo de género proclama una jerarquía donde se asignan roles según el sexo. Esta jerarquía otorga privilegios a los varones, a los que se representa como la razón, la mente y el Yo, y supedita a las mujeres, a las que representa como las emociones, el cuerpo y las relaciones. En tanto que esto es así, el patriarcado es incompatible con la democracia, que se sustenta en la igualdad de voz y la equidad, pero es también incompatible con la humanidad, ya que es esencialista y pretende naturalizar estas diferencias arbitrarias como parte de las personas, convirtiendo características simplemente humanas en roles de género. Todo ser humano nace empático, cuidador, relacional y amoroso. La cuestión no es cuándo aprendemos a cuidar, a necesitar intimidad, a amar, si no cuando el entorno social nos arrebata estas capacidades para sustituirlas por los roles asignados. 

Por lo tanto, para poder ver este cambio de paradigma debemos escuchar esas voces diferentes que han sigo acalladas durante siglos. Esta forma de ver el mundo, este paradigma nuevo, podemos encontrarlo e identificarlo en “lo femenino”, que compagina el mundo de la razón y el de las emociones, el del individuo y las relaciones que establece. Prueba de ello es que esta pandemia ha sido menos cruel en aquellos países liderados por mujeres. 

Tanto en las sociedades en las que vivimos actualmente como en las anteriores, estas características de inteligencia emocional y preocupación por los sentimientos y las relaciones, se han visto como limitaciones de la conducta femenina en lugar de grandes ventajas de la especie humana. Las actividades propias del cuidado, como han podido ser la escucha activa y la respuesta con integridad y respeto, no tienen un respeto social. La escucha es acompañamiento, es atención más allá de una clasificación intelectual. La forma masculina de escuchar suele conllevar querer solucionar los problemas planteados sin hacer el mínimo caso a cómo lo vive esa persona. Se da por hecho que se sabe lo que la otra persona va a decir y se anticipa discurso, dejando de escuchar y destruyendo la confianza que se deposita en el receptor. Creo que este punto es fundamental para la terapia y para poder ayudar en lo que esté en nuestra mano a las personas que vienen a vernos a nuestra consulta, pero también mejora nuestra vida y nuestras relaciones con las demás personas. 

Los problemas de confianza crean confusión y ansiedad. Está perdida de confianza puede ser en uno o una misma, en otra persona o en las circunstancias que rodean la interacción humana. De hecho, las mujeres están acostumbradas a elegir entre adaptarse a la cultura y a los mandamientos de género o tener un desarrollo psicológico independiente y resistente. En definitiva, tienen que elegir entre callar y pasar desapercibidas, estando en segundo plano, o hablar con el miedo de que su voz suene demasiado fuerte. 

Las mujeres tienen que elegir entre callar y pasar desapercibidas, estando en segundo plano, o hablar con el miedo de que su voz suene demasiado fuerte. 

De la misma manera, los cuidados, que están claramente feminizados, han estado relegados a un segundo plano, aun cuando son el sustento de toda vida humana, incluso la de aquellas personas, en su mayoría hombres, que han delegado sus cuidados en las mujeres, incluso en aquellos que no les dan valor ya que lo ven como un derecho y no un privilegio. Podemos verlo en la vida cotidiana cuando la confusión y la ansiedad se apodera del macho que esperaba que la comida estuviera hecha o su camisa plancha y no es así.

La independencia como valor masculino se refleja en la falta de confianza y en la perdida de empatía, asertividad y autoestima que son supeditadas al aislamiento sentimental, propiciando la competitividad, e incluso la crueldad manifiesta, que se premia y se jalea en los círculos de poder en todos los niveles sociales. A pesar de todo, estas realidades se disfrazan de estoicidad e independencia y se deja la intimidad emocional y la vulnerabilidad relegada al género femenino o en una orientación del deseo homosexual. 

Todas estas relaciones interpersonales tienen su reflejo en las interacciones sociales y políticas, donde el poder y el privilegio, lo que está bien y lo que no lo está, lo que vale y lo que no, lo que está permitido y lo que está prohibido o, incluso, castigado duramente, lo dicta un mandato de género. Podemos ver este hecho reflejado en toda interactuación de la persona con los demás. Muchos problemas sexuales y de pareja vienen dados por la angustia y desconcierto que crea este daño moral sufrimos al traicionarnos a nosotros mismos para encajar en los supuestos sociales, en los roles que nos dictan que debemos sentir, cómo debemos hacerlo y hacia quien se nos permite sentirlo. Si entendemos que este daño moral repercute incisivamente sobre la autoestima de las personas, arrebatándoles la capacidad de una buena comunicación asertiva, tendremos mucho ganado a la hora de acompañar a parejas e individuos en la recuperación de una sana sexualidad y una mejor comunicación y comprensión de ellos mismos y de las personas de su entorno.

Si sumamos a todo este poder patriarcal, la supeditación del neoliberalismo al máximo beneficio económico, obtenemos una reacción a la lucha de los derechos de las mujeres en particular y de la clase obrera en general. 

Gracias a la alianza del capitalismo con el compromiso de los estados a tener unas garantías sociales que se veían concretadas en derechos tanto laborales como civiles, se ha podido ir dando cierta importancia a los cuidados dentro de los países europeos. La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y la caída, en consecuencia, de la Unión Soviética y su régimen comunista, han propiciado que ese pacto que llamábamos El Estado del Bienestar ya no sea necesario para el capital. La globalización ha sido aprovechada para deslocalizar el capital y sacar el máximo beneficio, a costa de los derechos conseguidos y aumentando la desigualdad, en la que, como siempre, las mujeres salen peor paradas. 

El 74 % de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres.

En nuestro país, pesar de que por regla general las mujeres están mejor formadas, sufren más paro y precariedad laboral. El 74 % de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres, bien porque no se les ofrezca otra opción, bien por los recortes en dispositivos sociales para delegar los cuidados, como pueden ser las escuelas infantiles o residencias de mayores. Además, el 97% de ellas reconocen que trabajan a tiempo parcial porque se ven obligadas a destinar tiempo al cuidado de criaturas, personas enfermas o personas dependientes.

El patriarcado también desprecia los cuidados cuando estos son profesionales. Las profesiones basadas en los cuidados están claramente feminizadas y sufren fuertemente la precariedad. Están mal pagadas y valoradas la jerarquía de género que supone que los cuidados deben estar mal pagados o, mejor aún, ser gratuitos y no remunerados. Por eso se intenta privatizar la sanidad y la educación, arrebatando el dinero a las personas que cuidan de la salud y la educación para que personas y organizaciones ajenas puedan sacar plusvalía, más allá de la que saca la sociedad por tener una ciudadanía sana y preparada. En definitiva, se supedita el beneficio social de la mayoría al beneficio económico de unos pocos, en un claro atentado contra los valores democráticos.

El patriarcado también desprecia los cuidados cuando estos son profesionales.

Por otra parte, cuando estos cuidados conllevan cierto privilegio el varón se apodera de ellos y los acapara. Una prueba de ello es que en nuestro país durante esta cuarentena el ir a por la compra y poder salir de casa se ha convertido en un privilegio que rápidamente han acaparado los varones, y dentro de los varones los patriarcas, que ya no encuentran poco varonil el ir al mercado con el carro de la compra. 

Como dice Carol Gilligan, la ética del cuidado, más allá de ser una ética femenina, es una ética feminista, y un movimiento feminista guiado por una ética del cuidado podría considerarse el movimiento de liberación más radical que nos ayude a desprendernos del modelo binario y jerárquico del género, donde todas las personas libren una batalla que librará a la democracia del patriarcado.

En conclusión, no concibo una sexología sin perspectiva de género y no creo que pueda haber perspectiva de género sin ética del cuidado. Creo firmemente que el patriarcado tiene sus reglas y leyes, pero nosotras tenemos la capacidad de amar y empatizar con las demás personas para poder colaborar para hacer posible este cambio de paradigma.

Bibliografía

Durán Palacio, Nicolasa. (2015). LA ÉTICA DEL CUIDADO: UNA VOZ DIFERENTE. Revista Fundación Universitaria Luis Amigó. 2. 12-21. 10.21501/23823410.1476.

Artículo: https://www.elperiodico.com/es/opinion/20190304/articulo-opinion-pobreza-rostro-mujer-beatriz-silva-7336458