Marina Gallego Redondo
Doble Máster de Sexpol
“Impartido desde la infancia que la belleza es el centro de la mujer, la mente se amolda al cuerpo y la itinerancia alrededor de su jaula dorada, sólo busca adornar su prisión”.
Mary Wollstonecraft
Desde el inicio, la humanidad se ha caracterizado por una lucha constante contra las injusticias impuestas por unos frente a otros que, aun modificando su forma, se han mantenido a lo largo de la historia con diferentes expresiones: esclavismo, colonialismo, racismo, machismo, etc. Su persistencia se explica pues son las herramientas usadas por un sistema opresor interesado en el mantenimiento de una jerarquía basada en la mala distribución de los bienes y beneficios, la exclusión o el desempoderamiento (Santiago, 2018). Cada una de estas injusticias es escenificada en su forma más pura o sutil, dependiendo de las necesidades del tirano. Así, una de sus “armas” más utilizadas a lo largo de la historia sobre los hombres y, en especial sobre las mujeres, ha sido el mito de la belleza, por el cual, desde que nacemos, somos víctimas de la forma más bella de sometimiento, poder y control. Dicho mito nos sumerge en una incesante y exhaustiva carrera hacia un ideal inalcanzable e inexistente que, trágicamente va dejando por el camino cuerpos artificiales, hambrientos y doloridos. Pero, en un mundo en el cual se aboga por la libertad individual y de expresión ¿hay cabida para una cárcel tan sencilla y antigua como los cánones de belleza? ¿Feminidad y feminismo están reñidos? ¿Realmente elegimos sobre nuestros cuerpos?
La belleza ha sido materia de investigación de diferentes disciplinas, no sólo de las artes sino también de la literatura, la filosofía y la medicina (Heredia y Espejo, 2018) además de la historia, las matemáticas o la psicología social (Wikipedia, 2020). Su estudio desde ámbitos tan dispares solo hace evidente el papel tan significativo que ésta ejerce en la historia de la humanidad. La belleza no es solo cualidad de bello o persona o cosa notable por su hermosura (Real Academia Española, 2020 sino que también surge de la necesidad de las civilizaciones por representar sus actividades, de contar cómo eran, quiénes eran las personas importantes o qué hacían (Heredia y Espejo, 2018). Entonces, ¿en qué momento pasó de ser una forma de expresión a una de sumisión?
Un mero recorrido a través de la historia permite ver cómo el paradigma de lo bello se ha ido modificando a raíz de los cambios sociales sufridos durante las diferentes épocas (Heredia y Espejo, 2018). Todos ellos, sin embargo, comparten haber sido casi siempre impuestos por los hombres, que han solido exhibir a las mujeres como trofeos (Parejo, 2006). Este mito de la belleza no habla de las mujeres sino de las instituciones de los hombres y de su poder institucional (Wolf, 1991) pues la belleza es y ha sido un arma social y económica contra las mujeres. Desde que nacen las mujeres se pelean contra sus cuerpos, haciendo dietas, operándose, sufriendo e incluso muriéndose por intentar ese ideal inalcanzable (Olza, 2012). Esta batalla contra su propio cuerpo conlleva un degaste que las deja sin fuerzas, energías ni ganas de luchar a favor de sus derechos, viviendo sumisas, anuladas o domesticadas (Olza, 2012). No debemos olvidar que siempre hay motivos ocultos detrás de cada prototipo de belleza (Parejo, 2006). Por ejemplo, si se pretende incrementar el índice de la natalidad, el ideal de belleza serán las caderas anchas y pechos grandes (Parejo, 2006) o, si por el contrario se pretende mostrar el cuidado por la propia imagen, la selección de alimentos, exaltación de la juventud y el tiempo libre para cuidarse físicamente, se mostrará un cuerpo con unas dimensiones de 90-60-90 con cabellos rubios y aspecto frágil, o cuerpos delgados, casi infantiles (Parejo, 2006) porque, aunque los estereotipos de belleza cambien, seguirán siendo uno de los peores y más difíciles yugos a eliminar para las mujeres. Los estereotipos, en suma, están ideados como una forma de control, inculcando desde el nacimiento un sentimiento permanente de culpabilidad e insatisfacción sobre su cuerpo, y, ¿qué mejor forma de alejar a las mujeres en su lucha por sus derechos que tenerlas ocupadas en “estar guapas”?
La mujer fue apartada de los órganos de gobierno y de las responsabilidades sociales porque la sociedad machista instauró que su función era tener hijos, cazar marido, hacerse cargo de la casa y complacer sexualmente al esposo (Parejo, 2006). De esta forma aprendieron desde la infancia que, si quieren ser alguien con futuro deben estar siempre lindas. Así, desde las muñecas Barbie o Bratz hasta los concursos de belleza infantiles, se fomenta y mantiene la tiranía de la belleza, consiguiendo con esta hipersexualización de los preadolescentes debilitar su equilibrio psicoafectivo y la construcción de su identidad (Vadillo, 2012). En todo este proceso debemos tener en cuenta también el riesgo que puede suponer el mal uso de las redes sociales, pudiendo actuar en muchos casos como sustentadoras de estos irreales ideales. De ahí la necesidad de un covisionado conjunto entre progenitores e hijas/os con el fin de aportar una explicación sobre los contenidos, porque, como dijo la marca Dove: “Habla con tu hija sobre la belleza antes de que lo haga la industria”.
Más adelante, en la adolescencia concretamente, la dictadura de la belleza golpea con más fuerza, coincidiendo con los cambios psicológicos y sexuales que darán paso a la adultez, siendo esta una etapa difícil pues supone un descubrimiento individual por el cual se creará la propia identidad. No es casualidad que la pubertad sea un momento de especial vulnerabilidad para el inicio de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (Dueñas et al., 2015). Es en este periodo cuando comenzamos a sentir atracción sexual por los demás, intentado gustarles, tomando e imitando modelos de belleza irreales mostrados en redes sociales y medios de comunicación, siendo el prototipo de mujer delgada el más buscado entre las jóvenes. Es este afán de gustar y buscar la perfección lo que esclaviza a las mujeres, pues se las refuerza esta creencia cuando se las premia y valora más por su aspecto físico que por su capacidad intelectual y, es que un 80% de las mujeres occidentales se sienten insatisfechas con su cuerpo y hasta un 20% han pasado por el quirófano a remodelar su figura (Parejo, 2006). Quizás el lector se pueda preguntar “¿cómo es posible que esta crueldad aún no se haya parado?”. La respuesta puede parecer sencilla si se atiende a que, realmente, únicamente son dos los factores involucrados, que a su vez son también los grandes protagonistas dentro del sistema capitalista patriarcal: el poder y el dinero.
La industria de la belleza, dirigida principalmente por hombres (Parejo, 2006), fomenta este inconsciente colectivo de ideal de belleza que se vuelve más y más influyente y penetrante cuando se transforma en manipulación mercantil consciente de las grandes industrias (Wolf, 1991). Este mercado genera y mueve millones de euros a costa del sufrimiento ajeno. Algunos ejemplos, solo la industria de las dietas mueve 33 mil millones de dólares al año, la de los cosméticos otros 20 billones de dólares, la de la cirugía estética 300 millones de dólares, y la industria de la pornografía 7 mil millones de dólares (Wolf, 1991). Con estas cifras, ¿quién querría renunciar a un negocio así? Probablemente nadie, ya que los beneficio son muy superiores a los costes. Como podemos ver son muchos y variados los ámbitos donde la industria de la belleza ejerce su poder dejando a su paso millones de víctimas. Muchas de estas víctimas, además, nunca han tenido la oportunidad de decidir, porque creer en el libre albedrío sería cometer un error pues, en cierta medida todo el mundo se encuentra determinado por agentes internos y/o externos. Así, por ejemplo, en los últimos años se ha observado un aumento de las labioplastias, fuertemente influenciadas por la estética vista en el porno, que muestra un modelo infantilizado, blanco o sin nada que sobresalga (Macpherson, 2017). El monopolio de la belleza no se olvidó de la sexualidad de las mujeres, sino que encontró un nuevo nicho de mercado para explotar, relacionando directa y explícitamente la “belleza” a la sexualidad, ahondando en la nueva y frágil sensación de autoestima sexual (Wolf, 1991). Entonces, ¿a quién pertenece el cuerpo de las mujeres y quién decide sobre ellos?
La autogestión corporal no pertenece en su totalidad a las mujeres, pues estas son objetos al servicio de un sistema que los manipula en su beneficio.
La autogestión corporal no pertenece en su totalidad a las mujeres, pues estas son objetos al servicio de un sistema que los manipula en su beneficio. Así, la belleza no puede comprenderse sin tomar en cuenta el género y el poder (Muñiz, 2014). Esta debe ser entendida como arma política contra el avance de las mujeres (Wolf, 1991) al apoderarse de la función de sometimiento social a través los mitos sobre la maternidad, la domesticidad, la castidad y la pasividad (Wolf, 1991). El mito de la belleza es, por tanto, un conjunto de conceptos, representaciones, discursos y prácticas cuya importancia radica en su capacidad performativa, en la materialización de los cuerpos sexuados y en la definición de los géneros (Muñiz, 2014) consiguiendo así que la sociedad tienda a una normativa homogeneidad, discriminando e infravalorando otros tipos de bellezas o cuerpos (diferentes etnias, personas con diversidad funcional, etc.). Al final, todo este entramado bien organizado consigue crear un sentimiento colectivo de “vacío” e insatisfacción personal, ofreciéndose como única solución la obtención del “cuerpo perfecto” el cual nunca llegará porque la industria y la economía dependen de las imágenes de esclavos que “justifiquen” la institución de la esclavitud (Wolf, 1991). Por lo tanto, siempre existirá, o más bien, se creará, un defecto para el cual ellos tengan una solución.
Sin embargo, pese a ser esclavas de la belleza durante tantos años, feminidad y empoderamiento no deben estar reñidas. El problema no es el maquillaje, el deporte o las operaciones, sino qué motiva esos comportamientos. Debemos apartar todas aquellas conductas que sean promovidas por un sentimiento de culpabilidad o insatisfacción personal en busca de la aceptación social. Las mujeres deben poder elegir y expresarse con libertad, pudiendo decidir si depilarse o usar pintalabios, sin miedo a ser juzgadas ni castigadas socialmente. Los hombres, además, también deberían empezar a involucrarse en este cambio de paradigma pues ellos también sufren su presión, aunque de diferente forma.
En suma, resulta evidente la necesidad de cambio en el mundo de la belleza, la cual nos ha enseñado a no querer nuestros cuerpos, odiándolos y odiando a aquellos que son diferentes. Además, nos crea un sentimiento continuo de insatisfacción, empujándonos a una búsqueda constante de aprobación por parte de los demás, lo que nos lleva a conductas lesivas como dejar de comer, hacer deporte en exceso, excluirnos socialmente, etc. Como podemos ver esto es el resultado de un sistema capitalista-patriarcal que nos quiere mantener sumisas y alejadas del poder. Sin embargo, poco a poco y gracias al feminismo las mujeres se van empoderando y ganando terreno en una batalla que se inició hace millones de años. Así, poco a poco las mujeres empiezan a ser valoradas por sus capacidades y no por su aspecto físico, pudiendo elegir qué y cómo quieren mostrarse al mundo.
Queda un largo recorrido en esta liberación de la tiranía de la belleza, sin embargo, podemos celebrar pequeños cambios en la industria, como pueden ser el movimiento curvy, la presencia de modelos con cuerpos no normativos o la visibilización de las canas.
En resumen, es evidente el papel fundamental e imprescindible del feminismo en el mundo de la belleza ya que facilitará el camino a las próximas generaciones, inculcándoles que lo principal es la aceptación del propio cuerpo y su consiguiente empoderamiento, desmontando mitos como que la belleza tiene forma, edad o color. Porque la belleza no es una obligación, es una elección y porque para presumir, no hay que sufrir.
Referencias:
Dueñas Disotuar, Yunior, Murray Hurtado, Mercedes, Rubio Morell, Belén, Murjani Bharwani, Hima S., & Jiménez Sosa, Alejandro. (2015). Trastornos de la conducta alimentaria en la edad pediátrica: una patología en auge. Nutrición Hospitalaria, 32(5), 2091-2097. https://dx.doi.org/10.3305/nh.2015.32.5.9662
Heredia, N., y Espejo, G. (2018). Historia de la belleza. Acta de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello, 37(1), 31-36. https://doi.org/10.37076/acorl.v37i1.322
Macpherson, Ana. (2017). En busca del ideal genital. La Vanguardia. Barcelona. https://www.lavanguardia.com/vida/20170509/422401449673/ginecoestetica-labioplastia-laser-intravaginal.html
Muñiz, Elsa. (2014). Pensar el cuerpo de las mujeres: cuerpo, belleza y feminidad. Una necesaria mirada feminista. Sociedade e Estado, 29(2), 415-432. https://doi.org/10.1590/S0102-69922014000200006
Olza, Ibone. (2012). El mito de la belleza y la domesticación de las niñas. Ibone Olza. http://iboneolza.org/2012/05/28/el-mito-de-la-belleza-y-la-domesticacion-de-las-ninas/?fbclid=IwAR3Tiz00_L3dGd4Eh9ZQq9KGbnrVmdnld5XWbhExvY7-iTlbdHcjujVybkw/
Parejo, R. P. (2006). El canon de belleza a través de la Historia: un método de descripción de personas para alumnos de E/LE. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. Recuperado (online).
Real Academia Española (RAE). (2020) https://www.rae.es/
Santiago Oropeza, T. (2018). Repensar la injusticia. Una aproximación filosófica. Isonomía, (49), 45-69.
Vadillo, José Luis M. (2012). Sex symbol desde la infancia. El Mundo. Madrid. https://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/09/noticias/1331275140.html
Wikipedia. (2020). https://es.wikipedia.org/wiki/Belleza
Wolf, N., & Moreno, L. (1991). El mito de la belleza. Barcelona: Emecé.
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