Ana Belén García da Silva
Máster en Terapia Sexual y de Pareja
Las madres de hoy en día lo tenemos bastante difícil para triunfar, ya no es suficiente con la crianza y educación de nuestros hijos, con tener una armoniosa y satisfactoria vida en pareja, ni con llevar con eficacia y eficiencia las múltiples tareas del hogar, sino que además debemos ser brillantes profesionales, ser independientes a nivel emocional y económico, mantener un buen círculo de amistades, disponer de tiempo para practicar nuestras aficiones, y mantenernos atractivas y en forma con el paso de los años.
Uno de los cambios más significativos en la vida de las mujeres en las últimas décadas, ha sido su incorporación al mercado laboral, lo que ha producido un destacado cambio social en los países industrializados, y como consecuencia del nuevo y necesario estatus social de la mujer también se asumen nuevos roles necesarios en una sociedad que ha de basarse en la igualdad.
Situándonos en la sociedad occidental de finales del siglo XIX y principios del XX, y tal como lo describe Henrietta Moore (antropóloga social), se pensaba que el ámbito natural de la mujer era el hogar y el del hombre la sociedad (1).
Según la idea burguesa predominante en este momento, cuando la pareja matrimoniaba se esperaba de forma natural que la mujer asumiera las tareas domésticas para el mantenimiento del hogar y todas aquellas tareas de cuidados de las personas dependientes incluidas en el grupo doméstico, además de la crianza y educación de los hijos en el momento que los hubiera.
Además, se consideraba natural que el hombre proporcionara los ingresos necesarios para el sustento de la familia, a la vez que la representaba socialmente y ejercía su autoridad.
En este modelo tradicional de familia, predomina una división sexual del trabajo que era considerada natural, cuando en realidad ha sido fruto de construcciones sociales e históricas, ya que como señala la antropóloga Margaret Mead “muchos, sino todos, de los rasgos de la personalidad que llamamos femeninos o masculinos, se hallan tan débilmente unidos al sexo como lo está la vestimenta, las maneras y la forma del peinado que se asigna a cada sexo según la sociedad y la época”(2).
Si bien es verdad que el trabajo remunerado es importante para el bienestar y supervivencia familiar, no lo es menos el trabajo doméstico, que continúa siendo fundamental al proporcionar todos los cuidados de protección, alimento y vestido necesarios; el inconveniente es la falta de reconocimiento al ser generalmente un invisibilizado trabajo de mujeres, donde no se percibe compensación económica por todas estas tareas rutinarias.
Además en este contexto histórico, la finalidad de ser mujer era ser madre, por lo que para las mujeres se presenta como natural el trabajo doméstico y la maternidad, a pesar de ser construcciones sociales.
Si por un momento recapacitamos sobre lo que significa y lo que asociamos con “ser madre”, posiblemente nos vengan a la mente ideas como paciencia, ternura, abnegación, renuncia, cobijo, sumisión, lealtad y un largo etcétera de significados relacionados con el cuidado y darlo todo por alguien, porque la idea que tenemos de una madre es alguien que nunca te va a fallar, que siempre está ahí, para satisfacer tus necesidades y apoyarte en los momentos difíciles, anteponiendo tus necesidades a las suyas, siempre con buena voluntad y repleta de amor incondicional.
Pues bien, en los últimos años hemos sido testigos de un fenómeno que se ha venido desarrollando, el denominado Síndrome de la Mala Madre (3 y 4), donde mujeres que son madres han asumido estos nuevos roles sociales y al mismo tiempo continúan asumiendo los roles tradicionales, es decir, mantienen como propia y casi exclusiva la responsabilidad del cuidado y crianza de los hijos, las tareas del hogar, a la vez que son trabajadoras fuera del domicilio familiar.
El problema surge de la multitud de roles que asumen, muchos de ellos exigidos socialmente, y tratan de llevar a cabo la ardua tarea de compaginar todas y cada una de las parcelas de su vida tratando de llegar a todas a la vez, buscando ser perfectas en cada una de ellas, mujeres polifacéticas con jornadas interminables donde se pretende dedicación completa para la educación y crianza de los hijos, sus deberes, reuniones con profesores, tareas extraescolares, material escolar y uniformes, mantener el hogar en orden, limpiando, lavando, planchando, fregando, haciendo compras, cocinando, gestionando la economía doméstica, cuidando la relación de pareja con buena disposición, siendo una profesional de éxito y estando actualizada y en formación constante, dedicando tiempo a la familia, cumpleaños, reuniones familiares, manteniendo un buen círculo de amistades, dedicando tiempo a la lectura y aficiones personales, además de cultivar el mundo interior, meditar o fomentar el desarrollo personal, ¡ah! y sin descuidar nunca la imagen personal, un físico cuidado y atractivo y una vestimenta y complementos acorde a las modas y tendencias de actualidad, todo ello siempre con una sonrisa y sin posibilidad de queja, ya que supuestamente es una elección personal; como vemos, hay multitud de roles, y unas expectativas altísimas para la mujer, no podemos ser perfectas en todo, aunque lo pretendamos muchas veces.
De esta manera, como la mujer trata de abarcar todas esas parcelas y generalmente las hace todas a medias, lo que entiende es que está descuidando la prioridad principal, que es el cuidado de los hijos, de ahí que se llame el Síndrome de la Mala Madre y no de la mala mujer.
A pesar de que este nuevo fenómeno no se considere un trastorno, sí que pueden derivar de él trastornos por estrés, ya que al mantener este ritmo de vida tan exigente tratando de dar siempre el 100%, podemos llegar a un alto nivel de frustración que genere depresión o trastornos de ansiedad.
Uno de los principales signos que nos deben poner en alerta, es precisamente el sentirnos mala madre, y si esto ocurre, deberíamos recapacitar tranquilamente sobre cómo es nuestra vida, qué educación le estamos dando a nuestros hijos y ver realmente si es verdad o no que soy mala madre, partiendo de la base de que tener tiempo para ti misma, que los demás respeten ese tiempo y crear una independencia en tus hijos no es sinónimo de ser mala madre, sino que estás educándoles en independencia, y de lo contrario, si a los hijos continuamente se les satisface en todo lo que piden según lo demandan, sus necesidades al final se convierten en exigencias, con el riesgo de que de adultos sean personas con baja tolerancia a la frustración y a la espera, también hay que educar en la paciencia, en saber esperar y priorizar, ya no sólo sus necesidades sino también reconocer y valorar las de los demás.
Podemos imaginar que ante esta situación de sobrecarga en la mujer, encontremos estrés, fatiga, cansancio físico y mental, incluso posibles alteraciones del estado de ánimo, entonces… ¿y la relación de pareja? Su intimidad, complicidad, sexualidad… ¿afectará esta sobrecarga también al deseo sexual de la mujer?
El deseo sexual o libido(5), es vivenciado como sensaciones específicas que mueven al individuo a buscar experiencias sexuales o a mostrarse receptivo a ellas. El deseo se ve influido por multitud de variables, entre ellas mecanismos bioquímicos, neurológicos, psicológicos o socio-culturales, y por la cantidad de factores que influyen, no se ha llegado a un consenso sobre cuál es la frecuencia considerada normal o un “criterio de normalidad”, por lo que es difícil diagnosticar sus alteraciones.
Como se explica en la Fundación Sexpol(6), el deseo surge de una necesidad secundaria, es decir, que nace en una situación en la que abunda la energía, y la disminución del deseo no pone en peligro la existencia del individuo, al contrario que si se tratara de una necesidad primaria como puede ser alimentarse.
Actualmente, los estudios sobre prevalencia de disfunciones sexuales femeninas sitúan al Deseo Sexual Hipoactivo (DSH) como uno de los de mayor incidencia (7).
Atendiendo a la definición de DSH proporcionada por Sexpol, es la ausencia o disminución de deseos, sentimientos, pensamientos, fantasías o actos eróticos, teniendo en cuenta el ciclo vital de la persona y la pareja (si existe), debido a la interacción de múltiples elementos psicosociales.
Suponiendo que la mujer gozase de una satisfactoria vida sexual previa a su maternidad, encuentro como causas más probables de DSH en relación al Síndrome de la Mala Madre, el que la mujer experimente estrés crónico, baja autoestima e incluso depresión, o directamente encuentre una pérdida de tiempo la sexualidad al ser placentera y para disfrute personal, ya que algunas mujeres sienten el sufrimiento y la abnegación como una cualidad valorada positivamente dentro de la maternidad, considerando el placer una pérdida de tiempo.
Ante esta situación concreta, planteo que podríamos resolver el DSH con terapia sexual y de pareja, habilidades para la comunicación, técnicas de mejora de la autoestima, relajación y respiración profunda, erotización del propio cuerpo y del de la pareja, y lo que es muy importante, analizar y reflexionar sobre los roles masculinos y femeninos y los modelos educativos de crianza, generando propuestas de cambio que permitan compatibilizar la vida familiar con la laboral y la personal, sin sentir culpabilidad por ello.
Saber manejar los diferentes roles para recuperar espacio y tiempo para nosotras, para nuestro autocuidado, repercutiría en una mejora de nuestro bienestar y calidad de vida, evitando o eliminando el síndrome de la mala madre, con lo que se podría recuperar y fomentar además el deseo sexual.
A continuación se proponen algunos consejos para lograrlo (4):
- Lo primero sería evitar buscar la perfección, nadie es perfecto ni podemos pretenderlo.
- La maternidad no es lo único, hay multitud de parcelas que nos definen como mujeres, y que nos pueden aportar también crecimiento personal y bienestar.
- Para lograr el equilibrio que nos haga felices, es necesario aprender a compaginar las diferentes parcelas, priorizando y respetando nuestro tiempo.
- Además de respetar nosotras nuestro tiempo, es necesario que los demás lo respeten, enseñando a los hijos la importancia de este tiempo personal.
- Es necesario centrarse en cada parcela cuando se le dedique tiempo, sin estar pendiente de otras a la vez, por ejemplo al estar con los hijos prestarles atención en lugar de estar pensando en el trabajo, o durante la jornada laboral estar dedicándonos al trabajo en lugar de pensar que estamos descuidando a los hijos.
- Utilizar un modelo democrático de crianza para la educación de nuestros hijos, donde se enseñe y valore la comunicación, el diálogo, la negociación, evitando la sobreprotección, permitiéndoles tener fallos y no sentirnos por ello malas madres, ya que al enfrentarse a las dificultades de la vida son capaces de aprender, y en un futuro podrán gestionar y resolver sus problemas, para llegar a ser adultos independientes y responsables de sus propias decisiones.
- Para proteger a los hijos sin caer en la sobreprotección, podrían utilizarse consejos que sirvan de guía, sugiriéndoles qué pueden hacer dependiendo de la situación, pero dando la libertad para seguir o no el consejo, sin obligaciones (excepto cuando no haya otra opción, por ejemplo que se pongan en situaciones peligrosas). Aunque a ninguna madre nos guste ver fallar o fracasar a nuestros hijos, forma parte del proceso natural de aprendizaje, y eso no nos convierte en malas madres; a veces por evitar fracasos o frustraciones en los hijos, les hacemos los deberes, la cama, le llevamos al colegio algo olvidado, etc. Sin reparar en lo perjudicial que puede ser para ellos esta excesiva sobreprotección, en la que estamos impidiendo que desarrollen esas habilidades y capacidades necesarias para un futuro (ser ordenado, paciente, responsable…).
- Evitar compensar con regalos el tiempo que no podemos estar con nuestros hijos, o darles todo lo que piden de forma inmediata sin ser una necesidad; se valora más la calidad del tiempo que pasas con ellos que la cantidad, por lo que al estar con ellos habría que dedicarles atención en lugar de estar con el móvil o el ordenador respondiendo correos.
Los niños no necesitan madres perfectas pero sí buenas madres. Si atendiendo a las diferentes parcelas te sientes feliz y satisfecha, se verá reflejado en la calidad de la relación con tus hijos, pareja, familia, amigos y demás personas.
Y como último pero no por ello menos importante, saber que para cuidar de mí misma es necesario que me conozca y me acepte como soy, respete y exprese mis emociones sin reprimirlas, prestando atención a mi cuerpo sin agredirlo, cuidando mi alimentación, regalándome tiempo para mi, poniendo límites que yo misma respete y que sean conocidos y respetados por los demás, y tratando de ver la vida con mayor optimismo.
Bibliografía:
Moore HL. Antropología y feminismo. Madrid: Ediciones Cátedra; 1995.
Mead M. Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas. Barcelona: Paidós; 1999.
Artículo en El País Semanal. El Síndrome de la mala madre. 27 febrero 2015.
YouTube: El Síndrome de la mala madre – Alejandra Ferreras – Psicología – 9 de Marzo 2015.
Kaplan, Helen. “La nueva terapia sexual I”. Ed. Alianza.
Sexología clínica. Capitulo 2. Disfunciones del deseo. Fundación Sexpol.
Tratamiento del deseo sexual hipoactivo de la mujer. Francisco Cabello Santamaría. Rev. Int Androl. 2007; 5(1):29-37
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