Alma Muñoz Benito
Máster en Terapia Sexual y de Pareja
Hablar de sexualidad en la pareja implica hacer un repaso por la historia y educación sexual que cada uno de sus miembros tiene respecto a la misma. La pornografía vive tan arraigada a nuestra sociedad como escondida, siendo aún la mayor fuente de docencia sobre lo que es el sexo que nuestros jóvenes y adolescentes tienen hoy día.
Si, en su mayoría, aprendemos el comportamiento sexual a través de porno, es necesario analizar el mismo para entender los problemas y dificultades que surgen en la sexualidad que comparte una pareja.
La Real Academia Española (R.A.E) define la pornografía como la “presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación”. Podemos entender la misma como un material sexualmente explícito, siendo la pornografía por Internet todo aquel sitio web que contiene material sexualmente gráfico.
La pornografía es un producto de consumo masivo a nivel mundial, al que es fácil acceder: Save the Children ya estima que su uso comienza a una media de edad de doce años, siendo algunos niños y niñas menores de ocho años en su primera exposición a este contenido. Su consumo aumenta cada año en todo el mundo, al igual que la cantidad y variabilidad de su contenido. Según los análisis realizados por “We are social”, solo en enero del presente año, PornHub (una conocida página web especializada en este ámbito) recibió un total de más de tres billones de visitas. No es ninguna sorpresa mencionar que este portal, junto con Xvídeos (también de contenido pornográfico), se encuentran entre las once webs más visitadas del planeta actualmente.
Durante la pasada cuarentena vivida en nuestro país, PornHub reveló un aumento de más del 60% en la visualización de su contenido.
Aunque las estadísticas de consumo de pornografía revelan que cada vez son más mujeres las que utilizan este tipo de material, en Europa se estima que el 70% de estos consumidores son hombres. Esto se traduce en una industria que sigue destinada a satisfacer las necesidades del género masculino, dejando a un lado las diferencias respecto a la sexualidad que suelen presentar las mujeres.
Pero, ¿cómo se traducen estas diferencias en el porno? Erika Lust, pionera en el movimiento de la pornografía feminista, ha realizado varios estudios dando voz al género femenino acerca de sus preferencias en este tipo de cine, determinando la predilección de una estética cuidada, mayor realismo, respeto y erótica, así como el placer mutuo. Esto choca con el coitocentrismo en el que suelen basarse los guiones destinados al placer masculino, que priorizan la imagen de los genitales, la cosificación de la mujer y la urgencia.
Afortunadamente, la industria pornográfica está evolucionando hacia una inclusión y diversidad, sumando cada vez más, tanto a las preferencias femeninas, como la diversidad de formas de vivir la sexualidad, a través de movimientos como el Postporno, Porno feminista, el colectivo LGTBI+, etc. Sin embargo, esto aún es la minoría y queda un largo camino por recorrer.
Quizá podamos comenzar a plantear este desafío analizando lo que ha provocado y provoca la visualización de porno en nuestro desarrollo sexual, es decir, sus efectos tanto a nivel individual, como en las relaciones de pareja.
Diversos estudios sobre el tema han revelado beneficios en el consumo de porno, como la permisividad para explorar sentimientos sexuales en privado y complacer fantasías, experimentar desde la curiosidad prácticas fuera de la normatividad social y la exploración de un mundo interno al que quizá, fuera de este ámbito, la persona no se atrevería a entrar.
En cuanto a las relaciones de pareja, aún existen varios mitos en nuestra sociedad; como que el consumo de este material se relaciona con la adicción al sexo, la perversión, la incapacidad emocional para relacionarse presencialmente, e incluso que a las mujeres no les interesa excitarse de esta manera. Además, aún hay un pensamiento generalizado en la sociedad que admite que el consumo de porno por parte de uno de los miembros de la pareja representa una infidelidad hacia la misma.
Estos estereotipos solo generan un mayor rechazo hacia la visibilidad de los aspectos positivos que puede ejercer la pornografía y suponen conflictos en aquellas relaciones sentimentales en las que uno de sus miembros lo consume.
La literatura científica que ha estudiado los efectos de la pornografía en las relaciones heterosexuales concluye que este consumo afecta directamente a la percepción que cada miembro de la pareja tiene sobre la misma: cuando la mujer es consciente de la utilización de este material por parte de su pareja para excitarse, tiende a calificar sus relaciones sexuales como menos satisfactorias. Resultan curiosos otros resultados encontrados acerca de las diferencias en la percepción general de la relación afectiva en hombres y mujeres consumidores de porno: cuando el hombre lo utiliza, tiene una percepción de mala calidad de su relación; sin embargo, las mujeres que admiten ver pornografía, perciben su relación de mayor calidad.
Entre los efectos negativos de la pornografía en la pareja se ha encontrado que un consumo de la misma puede realizarse como vía de escape ante sus conflictos. No podemos olvidarnos de que esta educación sexual generada por el porno proporciona expectativas irreales sobre el sexo, que pueden derivar en un descenso progresivo del interés sexual en la pareja, o incluso, un aumento de la inseguridad de la persona.
Por otra parte, las infidelidades en parejas consideradas “estables” han aumentado como consecuencia de la fácil disponibilidad de las relaciones sexuales online, derivadas de las páginas web pornográficas. La distancia emocional que genera este tipo de comportamiento respecto a la pareja puede resultar tan dañina para la relación como una infidelidad sexual en la vida real.
Sin embargo, entre los efectos positivos estudiados se ha comprobado que el consumo pornográfico en la pareja puede ser un medio para mejorar el rendimiento sexual de la misma, a través de la mejora de la comunicación sexual, una mayor experimentación y el aumento de la comodidad en las relaciones; lo cual deriva, consecuentemente, en una mayor calidad de su vida sexual.
Los estudios realizados sobre comparativas de los efectos de la pornografía en las relaciones sentimentales apuntan que, cuando este consumo se realiza en pareja, la percepción de la vida sexual de ambos es más positiva. Cuando la utilización de porno va destinada a aumentar la calidad de las relaciones sexuales, en lugar de ser simplemente una búsqueda de placer, aumenta el nivel de satisfacción percibido en las mismas.
Pero, ¿por qué ocurre esto? Cuando una pareja consume pornografía conjuntamente se da una mayor aceptación de la misma, un clima erótico más permisivo y mayor facilidad en la comunicación sobre los gustos y fantasías que cada uno de los miembros desea experimentar, lo cual, en definitiva, se traduce en una mayor exploración de las posibilidades de obtener placer sexual.
Habiendo realizado un análisis sobre las consecuencias positivas y negativas del consumo de pornografía en la población, podemos reflexionar críticamente sobre el mismo, con el objetivo de educar en un uso sano de este contenido, impulsando su mejora en pro de la diversidad, la inclusión y el respeto por todas las formas de vivenciar la sexualidad.
Viviendo en una sociedad en la que la educación sexual en las escuelas aún es un derecho a lograr, nos encontramos con niños, niñas y adolescentes que se inician en el mundo sexual sin tener idea de lo que ello implica y significa. Es entonces cuando la pornografía se toma como base de información para aprender cómo se realiza el acto sexual. Así comienzan los mitos que se interiorizan y desembocan en futuros problemas sexuales.
Tomando esto como premisa el problema se sitúa, entonces, en una falta de educación que permita una adecuada y sana introducción a la vida sexual, de tal forma que pueda prevenir que los niños y niñas no desarrollen un concepto erróneo del sexo. De esta manera, sería más fácil desarrollar los aspectos positivos de la pornografía: la mejora de la comunicación sexual con la pareja, la mayor comodidad en este aspecto y la mayor calidad sexual, en general.
Podemos comprobar que no existe un consenso en la literatura científica en cuanto a la posibilidad de establecer una relación causal entre el consumo de pornografía y las disfunciones sexuales, o este mismo y la potencia de la sexualidad. Es necesario generar unas líneas futuras de investigación que aclaren más en profundidad esta relación, con investigaciones que cuenten con grupos más heterogéneos, teniendo en cuenta la diferencia en la orientación sexual, cultura y grupos de edad, con la finalidad de generar información sobre el impacto en las personas y en las relaciones que tiene la pornografía. Un trabajo de este tipo ayudaría a los profesionales de la sexología a desarrollar estrategias y métodos destinados a mejorar y/o corregir el consumo pornográfico en favor de la salud y el bienestar sexual.
Pese a la necesidad de más investigaciones en este ámbito, actualmente, la comunidad científica sí parece dar por acertada la premisa de que el uso de este material provoca consecuencias en las personas, que, a su vez, generan impacto en las relaciones de pareja. Podemos concluir, entonces, que la pornografía implica un fenómeno tanto individual como social, y está fuertemente influido por la cultura en la que se desarrolla. Por lo tanto, está en nuestra mano aprovechar lo que la cultura nos ofrece, generando un impacto positivo en algún aspecto de nuestra vida.
Si esto es lo que deseamos, debemos utilizar la pornografía entendiendo que el cine porno es cine, es decir, está totalmente organizado y pactado, habiendo un equipo humano que controla los aspectos que se desean resaltar y aquellos que conviene más ocultar. El porno no refleja la realidad de la sexualidad.
Si bien la pornografía se asocia con un punto de vista más abierto hacia el sexo y la sexualidad, también es evidente que se trata de un punto de partida de frustraciones, disfunciones y emocionalidad negativa respecto a la vivencia sexual en pareja. Sin embargo, la pornografía no es buena ni mala en sí misma, sino que puede ser utilizada de forma funcional o disfuncional, puede tener un uso adecuado o inadecuado para el bienestar sexual y la salud mental. Sus efectos dependen en gran parte del contexto en el que se utilice y la función de la misma.
Teniendo en cuenta esto, el debate que propone la sexología actual se basa en ¿cómo nos quedamos con lo bueno? Es decir, si la pornografía está instaurada en nuestra sociedad y forma parte, inevitablemente, de nuestra educación sexual, ¿de qué manera podemos potenciar un buen uso de la misma?
Se trata de que la pornografía, más que un objeto de consumo rápido y nacido de una sociedad patriarcal, se convierta en un aliado del bienestar sexual.
Eduquemos entonces en una sexualidad sana, abierta y comunicativa, que permita todo tipo de posibilidades consentidas y consensuadas, permitiendo que la pornografía sea un objeto de recreación y no de educación, abogando, definitivamente, por una sexualidad libre.
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