Alberto Alba Alonso
Máster de Sexología y Género
RESUMEN
La educación sexual es una asignatura pendiente en nuestro sistema educativo. Salvando excepciones, su aparente ausencia y su respectivo mantenimiento de estereotipos sexistas binarios llevan a un conocimiento sesgado de la sexualidad. Las reticencias, amparadas fundamentalmente en el desconocimiento y en una doble moral sexofóbica, tanto por rechazo y excusa al tratarse de “lo íntimo” como por miedo a no hacerlo bien y malversar esa intimidad sobretodo en menores de edad, pueden verse disminuidas cuando se visibilizan las ventajas que supone una formación sexual completa y positiva desde edades tempranas para el autoconocimiento, para la mejora de la convivencia y para el fomento del respeto. En este artículo de revisión pretendo recopilar argumentos que apoyen los beneficios y la necesidad de implantar una educación sexual integral e inclusiva sin vetos, principalmente en la educación formal, pero sin dejar de lado la informal y la no formal. Y es que, como en todos los campos, y parafraseando a Francis Bacon y a Miguel de Unamuno, el conocimiento y el saber nos dan el poder para ser realmente libres.
ASPECTOS RELEVANTES
En este artículo de revisión pretendo centrarme en cuatro puntos que considero relevantes para saber desde dónde partimos y qué aportaría una educación sexual integral e inclusiva a nuestro modelo educativo, ya un poco obsoleto:
- Necesidad de cambio de modelo educativo
- Necesidad de una educación sexual integral e inclusiva
- Datos sobre acoso y discriminaciones de origen sexogenérico
- Ventajas de una educación sexual integral e inclusiva
RECOPILACIÓN INFORMATIVA
La recogida de información ha consistido fundamentalmente en la lectura de normativa, ensayos, materiales y artículos publicados que respaldasen las premisas planteadas con el fin de presentar argumentos que favorezcan la implantación de una educación sexual integral e inclusiva en nuestra sociedad.
Para empezar, he considerado importante tomar conciencia de la realidad de nuestro sistema educativo actual. Recientemente ha sido aprobada la LOMLOE (Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación) con el claro objetivo de rescatar el espíritu de la LOE (Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación), en parte cercenado desde la aprobación de la LOMCE (Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa), que planteaba la educación como medio para fomentar la competición individualista y gestión económica más que como parte fundamental para el crecimiento personal y la buena convivencia social. En cualquiera de los casos, las tasas de abandono escolar, aunque han disminuido a lo largo de los años (pasando de más del 30% en 2009 a aproximadamente el 17% en 2019), siguen siendo elevadas respecto a la media de la UE (Unión Europea), situada en torno al 10%, y con una brecha de género importante, casi 8 puntos de diferencia constante a lo largo de los años entre mujeres y hombres, siendo los hombres quienes más abandonan los estudios, a pesar de que estos datos se tornan a la inversa cuando nos trasladamos al mercado laboral. Toda esta información nos debería ayudar a plantearnos hacia dónde y cómo estamos enfocando la educación en el sistema social en el que vivimos y coincide con hacia dónde y cómo queremos dirigir nuestra evolución como sociedad.
La LOMLOE, del mismo modo que lo hacía la LOE, refleja claramente la necesidad de formar en sexualidad, tener en cuenta su diversidad y hacerlo desde una perspectiva de género, pero vuelve a dejar su tratamiento exclusivamente desde la transversalidad, sin concretar un espacio, lo que puede conllevar un trato puntual y superficial para “cubrir expediente” a criterio de cada centro educativo. Como las competencias en Educación son en gran medida autonómicas, la implantación o posible implantación del veto parental en algunas comunidades, que no refleja una necesidad real, sino una reacción política efectista y de dudosa legalidad frente al avance social, dificulta o puede dificultar a través del miedo la implantación de esa transversalidad, a pesar de que la mayoría de la población (entre el 80 y el 90%) ve necesaria una educación inclusiva y sin vetos.
La realidad en la que nos encontramos supone que, a pesar de los aparentes avances sociales respaldados por normativas que propugnan medidas contra la violencia machista, la reducción de la brecha de género o la inclusión de la diversidad sexual a niveles tanto estatal como autonómicos, al menos la mitad de los menores ha percibido exclusión por ser o parecer LGBTIQ+, un 20% ha sido testigo de agresiones físicas a estas personas, el 25% de la población no utiliza métodos de prevención de embarazo o ITS, el 27% de la población joven desconoce qué es la salud afectiva y sexual, en torno al 70% utilizan la pornografía como fuente de placer y referencia sexual, aunque consideran que no afecta a sus relaciones, más de un tercio considera que el deseo sexual no se puede controlar, se sigue educando en un entorno referencial cisheterocentrista y se siguen reproduciendo ciertos roles sexistas y machistas, que, en algunos casos justificados por la edad, el entorno no hace nada o casi nada para remediarlo. Estos datos no dejan de ser un reflejo de la sociedad en la que vivimos.
Una educación sexual integral e inclusiva permitiría cumplir con lo dispuesto en la normativa educativa respecto al autoconocimiento (conocer y respetar el propio cuerpo, la propia identidad y los propios deseos, así como respetar los de los demás), a la detección y freno de actitudes y acciones discriminatorias (machismo, sexismo y diversofobia; por ejemplo, la formación del profesorado en estos ámbitos hace que actúe un 20% más frente a actitudes y acciones LGBTIQfobas, machistas y sexistas respecto al profesorado sin esta formación), a favorecer la inclusión de la diversidad y a fomentar relaciones basadas en el respeto, el consenso y el deseo mutuo.
CONCLUSIONES
Nos encontramos con un sistema educativo que, a pesar de los avances, todavía sigue siendo jerárquico, clasista, restrictivo y poco inclusivo, o que al menos podemos seguir interpretando como tal al no tomar las riendas y profundizar de lleno en el análisis de las diferencias con perspectivas concretas (género, origen, situación socioeconómica, etc) y fomentar a partir de ellas la equidad. Si, como expuso Carol Hanisch, “lo personal es político”, podemos deducir, como hace Mercédez Sánchez Sáinz, que “toda práctica educativa es política” y, hasta ahora, poco ha variado el modelo educativo imperante y normativo desde la transición, salvo añadidos de modernización, nada desdeñables, pero que poco han variado el grueso de las formas de impartición y adquisición de los conocimientos.
Este conservadurismo afecta de lleno al terreno sexual. A pesar de la continua sobreexposición y hipersexualización de algunos cuerpos, la realidad es que la sexofobia por desconocimiento y la doble moral sexual son todavía patentes en nuestra sociedad. No hay nada más que pararse a pensar en la educación sexual recibida e impartida en la actualidad a niveles formal, informal y no formal. Las formas de consumo de pornografía, del uso de aplicaciones para ligar o de plataformas remuneradas donde mostrar cuerpos desnudos y relaciones sexuales, junto a programas televisivos que sólo muestran toxicidad relacional, chocan de lleno con una ausencia de formación reglada en sexología y en inteligencia emocional y una proliferación de los estereotipos sexistas que parecían haber disminuido en la apariencia de lo “políticamente correcto”, pero que nunca hemos llegado a erradicar.
Es en este contexto de superficial apariencia progresista, ya que el progreso realmente no ha calado hasta nuestros pensamientos más profundos, donde el sesgo reaccionario ha cogido la fuerza suficiente como para llegar tergiversar conceptos de protección a menores como pin parental (medida de protección digital frente a la violencia o al acoso) y la libertad de educación (basada en el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos) hasta transformarlos en una suerte de veto que impida el conocimiento más allá de la propia ideología familiar conservadora, donde no tienen cabida la diversidad, ni la inclusión ni el respeto y con el que se obvia el derecho a ser y al desarrollo de esos menores.
Si tenemos en cuenta que la relación entre lenguaje y pensamiento es tal que, como afirmó George Steiner, “lo que no se nombra, no existe”, la educación sexual integral e inclusiva se nos presenta como una respuesta eficaz para, si no erradicar, sí disminuir notablemente esos datos negativos de desconocimiento y violencia, al fomentar una sexualidad saludable individual y colectiva, que conlleva el autoconocimiento, el conocimiento de la diversidad y el fomento del respeto propio y hacia los demás, siendo una herramienta más para aprender a facilitar la salud, la comunicación, la toma de decisiones individuales y la toma de conciencia y responsabilidad de sus posibles repercusiones.
Para poner en marcha esa educación sexual integral e inclusiva de una manera efectiva se hace necesaria que su implementación parta de una buena voluntad política, pero también que se tomen medidas claras, concretas y contundentes para su aplicación. Es cierto que el carácter integrador e inclusivo relaciona la sexualidad con distintas ciencias que se entremezclan, pero si no se establece un recorrido curricular concreto en educación formal, su tratamiento y estudio pueden quedar en el aire e incluso dificultado por medidas autonómicas, de los propios centros educativos o incluso de las familias. Además, esta educación sexual debería ir dirigida tanto a alumnado como al profesorado, a las familias y a los ámbitos no formal e informal para que sus resultados sean satisfactorios a medio-largo plazo.
En definitiva, la educación sexual es, junto a otras disciplinas como la gestión emocional, una materia de gran importancia que, aun no estando establecida curricularmente, es de vital importancia en nuestro día a día y que, por tanto, merece ser considerada como parte fundamental de nuestra formación si queremos avanzar hacia una sociedad más saludable, abierta y respetuosa con la diversidad humana.
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