Violeta Iriondo Vals
Monitora de Educación sexual
con perspectiva de género
La masturbación es una práctica sexual que nos ayuda a conocernos mejor a nosotrxs mismxs, dándonos la posibilidad de disfrutar más del sexo acompañadxs, además de ayudarnos a segregar oxitocina, una hormona con importantes propiedades para el cuerpo. Con todos estos beneficios, ¿es bien vista la masturbación?
En la actualidad, la masturbación femenina está en auge gracias al desarrollo de algunos juguetes sexuales que han permitido que gran parte de la población haya descubierto el placer femenino y redescubierto el clítoris. Pero ¿ha sido siempre así?
Si realizamos un recorrido por la historia del ser humano, lo hacemos, a su vez, por la evolución de esta práctica. La masturbación ha estado presente a lo largo de toda la historia, aunque su aceptación ha cambiado y se ha desarrollado de forma diferente en las distintas civilizaciones y sociedades. Junto a la masturbación, existe también un desarrollo de la historia de los juguetes eróticos o sexuales que han ayudado, en algunas épocas, a la expansión de esta práctica, así como otras abominables creaciones que han buscado frenarla.
Si bien de la prehistoria no tenemos datos escritos que nos revelen cómo era vista la masturbación, se han encontrado restos que demuestran que era una practica común. En la cueva de Hohle Fels (Alemania), en el año 2004, fue encontrada junto a la estatua humana más antigua del mundo (una venus tallada en marfil de mamut de más de 35.000 años) otra pequeña figura hecha de piedra con forma fálica que los arqueólogos han datado de hace unos 28.000 años. Se trata de un falo de veinte centímetros de largo y tres de diámetro, fabricado con cerca de catorce materiales diferentes y que los especialistas afirman que pudo ser utilizado como juguete sexual, entre otras cosas, lo que lo convertiría en el consolador más antiguo del mundo.
El siglo III a.C., en la antigua Grecia, la masturbación tenía una función médica, incluso Platón e Hipócrates ya hablaban de un fenómeno llamado “histeria”. En esta época la diferenciación por géneros no era como la actual, existían hombres y “hombres defectuosos” (mujeres), ambos debían expulsar su “semen” del cuerpo, por lo que había una figura médica encargada de hacer que las mujeres eyaculasen mediante masajes y ungüentos.
También existían los olisbos (significa resbalar o deslizar), falos de madera que untaban con aceite de oliva para lubricarlos y que las mujeres compraban y regalaban a sus amigas cuando los hombres marchaban a la guerra, como vemos en la obra de teatro Lisístrata, de Satiricón
En esta misma época, en Roma, la masturbación era mal vista para los “verdaderos hombres” que se podrían pagar una prostituta, pero bien vista para mujeres y esclavos que no poseían riquezas, pero sí la necesidad médica de la masturbación.
Se atribuye a Cleopatra la invención del primer vibrador. Cuenta el mito que llenó una calabaza seca o un trozo de pergamino, -varía según la versión-, de abejas vivas.
Con la llegada del cristianismo, la masturbación y otras prácticas sexuales que no eran reproductivas se convirtieron en pecado “antinatural”. El nombre de “onanismo” se lo debemos a la Biblia y la leyenda de Onán, que al no querer yacer con su cuñada (obligado por su padre y por Dios), eyacula fuera de ella, derramando el semen en el suelo. En el siglo XVI Lutero cambia este relato de “coitus interruptus” afirmando que no eyaculó en el suelo sino en la palma de su mano, dando lugar a más pecado.
Durante los siglos XVI y XVII se atribuyen un sinfín de males a todos los niveles: físicos, mentales y espirituales. En el siglo XVIII aparece Samuel August Tissot con un libro sobre el síndrome post-masturbatorio, que fue muy leído en todo Occidente. El autor describe los horrores que él achacaba a la masturbación.
En la época victoriana va más allá de ser un acto inmoral y se le añade un componente patológico, es considerada una enfermedad potencialmente mortal. Esta oleada de miedo favoreció el crecimiento de lucrativos tratamientos para esta “enfermedad”, así como diferentes creaciones para frenar y encerrar estas enfermizas pasiones.
En esta misma época, los médicos trataban la “hysteria” (definida como deseo sexual femenino reprimido) mediante masajes en el clítoris hasta provocar un paroxismo histérico (orgasmo). Esto es debido a que las mujeres no podían sentir placer si no era mediante la penetración, pese a que se había “descubierto” el clítoris y su función en el siglo XVI por Mateo Renaldo Colombo, el primero que habla de la función placentera, aunque ya se conocía el órgano. Freud afirma que las mujeres tienen orgasmos exclusivamente vaginales y las niñas, orgasmos clitorianos. Esto da lugar a uno de los grandes males de nuestra sexualidad. Gracias a estos tratamientos, aparecen los primeros vibradores para facilitarle el trabajo a los médicos.
En el siglo XIX el sexólogo H. Havelock Ellis habla de “autoerotismo” y masturbación intentando desmitificar todos sus males, pero no lo consigue hasta décadas después.
Alfred Kinsey publica un estudio que demuestra que la masturbación es algo habitual y trata de debilitar el estigma que la rodea. La sociedad de la época pudo aceptar los datos de las actividades sexuales masculinas, pero no las femeninas. Estudios realizados después reforzaron sus conclusiones y ya en la década de los 70 la mayoría de los estudiantes universitarios no creían que la masturbación causara inestabilidad física o emocional. El mito había caído.
En los años 60, surgen movimientos feministas que reivindican la sexualidad femenina y sus derechos sobre ella. En los años 70, nos encontramos en una época de liberación sexual femenina que reclama la masturbación como acto de empoderamiento y conocimiento personal de las mujeres.
Desde Masters & Johnson se han realizado multitud de estudios sobre la sexualidad humana y la masturbación que, pese a ser un tabú, ya no es vista como una patología.
En los años 90, con el aumento de casos de VIH, se sacó una campaña que proponía la masturbación como una alternativa para fomentar una sexualidad sana.
Durante gran parte de la historia de la masturbación vemos una igualdad de trato hacia la masturbación masculina y la femenina, siendo incluso, en algunos casos, la masculina peor vista, como se observaba en Grecia y Roma. No es hasta la llegada de Freud cuando la sexualidad femenina (en todos sus aspectos incluyendo la masturbación) pasa a ser algo enfermizo. Freud nombra, como se dijo anteriormente, los orgasmos vaginales como los orgasmos que realmente tienen las mujeres, relegando los orgasmos clitorianos a las “niñas”.
Es desde esta época que la sexualidad de la mujer pasa a depender de la penetración y, por lo tanto, del hombre (o, al menos, el falo). La masturbación femenina, usada para tratar la Hysteria y aceptada si era realizada por doctores, se convierte definitivamente en algo repulsivo y dañino para el cuerpo y el alma (psique). Vemos cómo la sexualidad femenina está relegada al dominio masculino.
Este desconocimiento de la anatomía y funcionamiento del placer femenino y otros motivos como la sexualidad vista desde el ojo masculino, o que el sexo y el placer sean solo para el hombre, son los responsables de que en los diferentes estudios y estadísticas que se han hecho sobre el tema de la masturbación desde Kinsey hasta nuestros días, veamos en común que los hombres siempre se han masturbado más o siempre ha sido más conocida y aceptada la masturbación masculina que la femenina.
El tabú de la sexualidad femenina, que la sexualidad sea un tema del que “no se puede hablar”, ha conseguido esconder al mundo y a las mujeres el disfrute de sus propios cuerpos. Estos mitos, mentiras y represión han llegado a nuestros días.
Gracias a los avances sociales del feminismo y el empoderamiento sexual de las mujeres, que ha producido el desarrollo de estudios realizados sobre el clítoris y el orgasmo femenino, se ha fomentado la aparición de un nuevo modelo de juguete sexual que pone, por primera vez, el foco sobre el clítoris, dejando a un lado las formas fálicas y la penetración, estimulándolo “sin contacto”, gracias a ondas de aire que masajean las terminaciones nerviosas de esta zona. Este invento, más conocido como succionador de clítoris, ha revolucionado el conocimiento del cuerpo femenino por las propias mujeres, así como nuestra visión sobre la sexualidad femenina. Ha ayudado a miles de mujeres a darse cuenta de que pueden llegar al orgasmo sin la penetración. Algunas mujeres que todavía estaban seguras de “ser más de orgasmo vaginal que clitoriano” han descubierto la falacia que se encuentra tras esta afirmación. Podríamos decir que nace una relación recíproca entre el juguete y el empoderamiento femenino.
Por otro lado, ha creado debate: hoy en día, vemos chicas que hablan abiertamente de sus succionadores y cómo se masturban. Ha dado visibilidad a la masturbación femenina entre las mujeres e incluso en presencia de los hombres, y podemos encontrarlo publicitado en espacios públicos como marquesinas de bus y paradas de metro. Con esta visibilización pública, se ha dado lugar a una transformación en los términos que se utilizan para hablar del tema, hablando de orgasmo clitoriano u orgasmo femenino, pero siempre teniendo como referencia que es el clítoris el órgano encargado del placer.
El succionador ha revolucionado el mercado de los juguetes sexuales y lo vemos en el gran número de ventas del succionador de clítoris, que, a su vez, nos hace ver el gran descubrimiento de la sexualidad femenina. Ningún juguete sexual había sido vendido a tal escala, llegando a aumentar sus ventas en un 440% en pocos meses en España, provocando que mujeres que no solían hacer uso de este tipo de juguetes hayan empezado a consumirlos.
Estamos viviendo una etapa de revolución feminista, no solo en cuanto a sexualidad sino a muchos otros niveles, encontrando nuevas teorías y espacios en los que compartir y crear realidades donde estamos empoderándonos y conociéndonos. No obstante, queda mucho camino por recorrer y muchas batallas que librar. Parafraseando a Virginie Despentes en su Teoría King Kong: “Y dicho esto, buena suerte, chicas y mejor viaje…”
Bibliografía:
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