El placer y gozo físico de las mujeres se ha invisibilizado por completo, llegando a afirmarse durante cientos de años que ni siquiera existía.
Autora: Sonia Encinas.
Comunicadora, sexóloga y educadora Sexual con perspectiva de género
Publicado en el nº116 (pág.22-23) de la revista de la Fundación Sexpol
La masturbación es un tabú. Sí, aún a día de hoy. A pesar de ser el acto de placer más a nuestra mano (nunca mejor dicho), de tener el mayor porcentaje de éxito en lo que a la consecución de dicho placer se refiere y de poder ejecutarlo sin la aportación de nadie más que una misma.
A lo largo de los siglos, las distintas sociedades han ido cubriendo con un oscuro velo todo lo relacionado con la masturbación, tachándola de algo sucio, insalubre física y psíquicamente y, por supuesto, de pecaminoso. La aparición de las religiones monoteístas no hizo más que empeorar la situación. El placer sexual, si es que placer, era única y exclusivamente una herramienta para la reproducción. Y ya se encargan de que así se entienda adoctrinando a la población.
Podría parecer que esto no tiene gran importancia y que vencer los moralismos religiosos es cosa fácil, que depende de una misma. Sin embargo, es un planteamiento completamente erróneo a la vista de la realidad. Son muchas las personas que sufren porque, o bien no encajan en la “corrección” que la religión impone, o bien sí lo hacen, pero se sienten frustradas e insatisfechas.
Nuestro placer y gozo físico se ha invisibilizado por completo, llegando a afirmarse durante cientos de años que ni siquiera existía
El caso de las mujeres es tremendamente peor. Nuestro placer y gozo físico se ha invisibilizado por completo, llegando a afirmarse durante cientos de años que ni siquiera existía. Que no era fisiológicamente posible. De nuevo la religión ha tenido y tiene mucho que ver en el sentir de las mujeres respecto a su cuerpo y su placer. Pero no olvidemos que la comunidad médica tampoco reconoció ni aceptó el placer sexual femenino hasta el pasado siglo XX.
De hecho, tan invisible era nuestro disfrute sexual y tan imposible se asumía que se creó una enfermedad bajo la que esconderlo: La histeria. Una enfermedad que, por cierto, sufría más de la mitad de la población femenina [1].
¿Casualidad?
¿Y cuál es la terapia que se aplicaba a todas estas mujeres histéricas? La estimulación de los genitales hasta que llegaban al orgasmo, al cual denominaban “paroxismo” o “crisis nerviosa”. ¿Mujeres histéricas o mujeres sexualmente insatisfechas?
Y así a lo largo de la historia. Claro, si alguna mujer osaba poner en duda la inexistencia de su deseo o anhelación sexual, quedaba marcada, tachada de enferma, viciosa, mala mujer, puta, etc. Todos esos apelativos que tanto gustan a la sociedad patriarcal, que se ha visto engrandecido y cebado como un pavo su poder a lo largo del tiempo.
Pero llega el momento de reflexionar. Pararse un momento en seco, mirar atrás y, por qué no, echarse las manos a la cabeza. Como dice el refrán, “lo pasado, pasado está” y no podemos tomar cartas en los errores cometidos tiempo atrás. Pero sí podemos hacernos responsables de lo que nos atañe a día de hoy y ser conscientes de las realidades que nos anteceden.
No sólo la masturbación no es mala, sino que “permite a las mujeres descubrir su cuerpo, saber gozarlo” [2]. A través de la masturbación, conocemos nuestro cuerpo. Hacerlo en solitario es imprescindible, porque es la manera de no tener expectativas y no pensar en nadie más que en nuestra persona. Sabremos identificar cuáles son nuestros puntos clave de placer, nuestro “Tendón de Aquiles” del disfrute sexual. Podremos aprender a respetar y cuidar nuestro cuerpo porque conoceremos todo lo que es capaz de aportarnos.
A través de la masturbación, conocemos nuestro cuerpo
Cuidar nuestra vida sexual para que sea satisfactoria nos hará sentir mejor con nosotras mismas, aumentará nuestra autoestima y mejorará nuestro carácter. De modo indirecto, esta satisfacción se reflejará en nuestro estado de ánimo diario, porque la sexualidad, si algo tiene es el poder de hacernos sentir genial o fatal hasta de forma inconsciente.
Vivimos un boom en lo que respecta a cuidarse por dentro y por fuera: Hacemos ejercicio físico, seguimos una alimentación saludable, sabemos lo que es el reiki y leemos sobre motivación (ahora “coaching”). Sin embargo, en todo este panorama, nos olvidamos de prestar atención a una parte de nuestra vida que nos acompaña desde que nacemos hasta el final de nuestros días y que influye enormemente en nuestro bienestar: Nuestra sexualidad.
¿Por qué nos olvidamos? Porque nadie nos ha dicho nunca que esto es importante. La sexualidad se clasifica en la estantería de “lo íntimo”, lo que no se debe compartir y de lo que no se debe hablar. Y así, pasan los años y generación tras generación se refuerza esa idea de la sexualidad como algo que da vergüenza.
Ha llegado el momento de cambiar eso. Hablar sobre sexo hace que se perciba como algo natural. Compartir nuestras experiencias y nuestras preocupaciones nos ayuda a ver que no somos personas únicas con gustos “raros”, sino que lo mismo que nos gusta o nos ocurre a nosotras, le ocurre a mucha gente. Es el primer paso: Hablar para naturalizar y devolver la luz a ese baúl polvoriento en el que se ha guardado la sexualidad durante siglos. El segundo paso es empezar a masturbarse para conocerse bien, sin pudores y sin límites más allá de los que una se quiera poner. ¿Y el tercero? ¡Uf! El tercero es aprender a comunicar eso que nos gusta, un ejercicio fundamental al que tampoco estamos nada habituadas.
Empecemos ya, porque hay mucho por hacer y poco tiempo que perder si queremos vivir una vida plena, satisfactoria y feliz.
Maines, R. P. (2001). La tecnología del orgasmo: “La histeria, los vibradores y la satisfacción sexual de las mujeres”. Milrazones.
Horer, S., Magazine, F., & Cardinal, M. (1981). La sexualidad de las mujeres. Gedisa.
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