Sarah Belén Olarte
Doble Máster de Sexpol
¿Tiene el ser humano voluntad propia? ¿Qué tanto de nosotros es determinado, aprendido o impuesto y en qué medida elegimos libremente? El recurrente debate de la existencia del libre albedrío se ha abordado por distintos ámbitos, desde la religión y la filosofía hasta las diferentes ideologías y movimientos políticos, pero ¿qué tiene la ciencia que decir al respecto y qué implicaciones tiene para el feminismo y sus diversas corrientes?
Definimos el libre albedrío como la capacidad que tiene el ser humano de tomar decisiones por voluntad propia. Es decir, tenemos la habilidad de elegir libremente sin que estas elecciones estén necesariamente condicionadas por eventos previos, imposiciones sociales, destino o factores genéticos. La conducta humana puede, por tanto, ser inducida directamente por la voluntad, pudiendo así obrar de manera intencionada y consciente. El concepto de libre albedrío tiene, por tanto, múltiples implicaciones y abordajes desde distintos ámbitos (social, político, sociológico, individual, etc.) dentro de los cuales se incluye el feminismo. A su vez, deriva en la creación de conceptos de suma relevancia y sobre los cuales se crean otras ideas sociales y políticas, como el liberalismo y el individualismo.
Desde el feminismo liberal, se defiende que las mujeres tienen la capacidad de llegar a la igualdad real entre hombres y mujeres por méritos propios, es decir, a través de sus propias decisiones y acciones. A su vez, defiende que la lucha por la emancipación de la mujer se consigue a través de la reforma política y legal, ya que no existe ninguna razón o patrón de comportamiento biológico, natural o evolutivamente adaptado que explique la subordinación femenina. El feminismo liberal asume una posición individualista, donde cada mujer es libre de tomar sus propias decisiones. La teoría liberal del feminismo está fundada en principios estrechamente relacionados con el libre albedrío o directamente derivados de su existencia, por lo que es pertinente entender su concepción a partir de los distintos ámbitos (sobre todo el científico), antes de adentrarse en las implicaciones que tiene su existencia desde esta concepción de la libertad de la mujer.
No se sabe muy bien de donde proviene el concepto del libre albedrío y su trato desde la filosofía antigua es, más bien, difuso y poco concluyente. Desde el dogma de la religión cristiana, sin embargo, se habla de cómo Dios le da al hombre (y a la mujer) el don de poder obrar por voluntad propia, por lo que esta debe ir encaminada hacia la obediencia moral, ya que tiene la capacidad de responsabilizarse por sus propios actos.
Pero ¿existe evidencia científica que confirme o refute la existencia del libre albedrío? ¿Acaso importa esta evidencia? Sabemos precisamente que una de las características fundamentales de la ciencia es el hecho de que pretende estar reinventándose constantemente y poner en duda todo, por lo que que nadie posee la verdad absoluta. Pero ¿y si la ciencia es la mejor manera de acercarnos a la verdad?
La contraparte del libre albedrío es el determinismo, que sugiere que a todo evento le antecede una secuencia de causas previas: las cosas no simplemente son y ya, sino que tienen una razón de ser, más allá de las incógnitas y constructos que podemos nombrar. La visión determinista del comportamiento postula que la conducta humana está determinada por la combinación de factores biológicos y ambientales o de aprendizaje. Haciendo alusión al interminable debate de nature versus nurture (naturaleza versus crianza), desde el análisis experimental de la conducta se ha comprobado que la biología tiene un papel importante a nivel predisposicional en el comportamiento, pero las veces en las que esta es causa directa de la misma (como en el caso de los reflejos, por ejemplo) son pocas, y aquí es donde se resalta la relevancia y el peso que tiene el contexto en el desarrollo de cada persona. Independientemente de esto, los defensores del libre albedrío pretenden añadir un tercer elemento, además del aprendizaje y la biología, como posible causante directo de la conducta humana.
Probar científicamente la existencia del libre albedrío implicaría tener que analizar todo el material biológico de un ser humano, tener en cuenta todas y cada una de las estimulaciones ambientales a las que estuvo y está expuesto y, finalmente, analizar cómo ambos componentes interactuaron e interactúan, pudiendo así predecir el 100% de su conducta. Hecho esto, si la persona en cuestión actuase en contra de todo pronóstico que se pudiese hacer a partir del correcto análisis de sus determinismos organísmicos y ambientales, podríamos inferir la existencia de una voluntad propia. Como es evidente, es prácticamente imposible comprobar la existencia del libre albedrío científicamente; y es que la ciencia funciona de tal manera: a partir de una afirmación, la experimentación que parte de la misma debe dirigirse hacia la comprobación de la afirmación contraria, es decir, la hipótesis nula. Ante la afirmación »el libre albedrío existe», esta debe ser reducida a lo absurdo y la prueba debe ser dirigida a comprobar, no su existencia, sino su inexistencia. Esto nos lleva a concluir que el libre albedrío no puede comprobarse científicamente por el simple hecho de que no se puede falsear. Siempre quedará por fuera una conducta por analizar o una conducta erróneamente analizada que pueda atribuir sus causas a la voluntad.
La ciencia de la conducta parte de la sencilla premisa que el estudio científico de la conducta humana es posible. El análisis de la conducta no está interesado en crear teorías o esquemas del comportamiento sino en observar la conducta humana y plasmar las leyes que las subyacen. Su base epistemológica, por tanto, coincide con la de las ciencias naturales, que al final se centran en estudiar el comportamiento de sus respectivos objetos de estudio mediante el método científico. La física estudia el comportamiento de los componentes más elementales y las partículas más pequeñas (el espacio-tiempo, la energía, etc.) que, al interactuar entre sí, forman elementos más complejos (la materia), conformando el objeto de estudio de la química. La materia, a su vez, interactúa entre sí, comportándose y conformando elementos más complejos (organismos), derivando en el objeto de estudio de la biología, y así sucesivamente se forma una especie de jerarquía en las ciencias naturales. Arriba del todo, el objeto de estudio que nos queda es la interacción de un organismo y su ambiente… y es entonces donde nos encontramos con el análisis de la conducta.
Pero entonces, ¿esto que llamamos análisis de conducta hace referencia a lo que simple y llanamente venimos llamando, desde simpre, psicología? Si y no. Definir la psicología es difícil. Dentro de la disciplina, existen diferentes corrientes y escuelas de pensamiento que se contradicen entre sí la gran mayoría de veces. Los psicólogos no te lo querrán dejar saber, pero es que ni siquiera se ponen de acuerdo con un objeto de estudio. Algunos psicólogos te dirán que el objeto de estudio de la psicología es el inconsciente o la psyche (probablemente psicodinámicos o psicoanalistas), otros te dirán que es la mente (probablemente cognitivistas) y otros te dirán que ninguna de las anteriores siquiera existe (con toda certeza, el conductista). De hecho, muchos te dirán que el estudio de la psique, la mente y/o la conducta humana no puede ser abordada desde una sola óptica, incluso otros te dirán que no puede ser siquiera reducido a ciencia y que la psicología nunca podrá ser ciencia por toda la complejidad que rodea el comportamiento humano. Esto es lo que pasa cuando el humano se estudia a sí mismo: aparecen los sesgos, y la inflación de ego que supone sentirnos incomprendidos y demasiado complejos para ser estudiados con rigor es uno de ellos. ¿Acaso las cosas se reducen a ciencia o, más bien, se magnifican en ella? El análisis de conducta nunca ha necesitado apelar a ningún constructo difuso, como el de la voluntad, para explicar (más allá de simplemente describir) la conducta humana, y ya avisan de antemano que solo utilizarán constructos con el fin de operativizarlos y explicarlos. La voluntad es simplemente una palabra que se le asignó a las conductas que no sabíamos de dónde venían, y la evidencia apunta a su inexistencia… pero no la confirma.
Volviendo a los feminismos, muchos de los temas centrales que se debaten dependen directamente de la existencia del libre albedrío, como la prostitución. ¿En qué medida y en qué situaciones una mujer decide libremente prostituirse? El argumento predominante dentro de los feminismos parece ser aquel que postula que, mientras la otra opción no sea morir o vivir en pobredumbre, una mujer puede elegir libremente ejercer la prostitución y que, de hecho, esta libertad se puede ver reflejada en aquellas mujeres que eligen ser prostitutas de lujo o escorts. Muchas mujeres, incluyendo a muchas que han ejercido la prostitución, hablan de como se sienten incluso empoderadas por ello, sintiéndose dueñas de su propio cuerpo, reapropiándose de él, utilizándolo a su antojo porque al final todos, de alguna u otra manera, vendemos nuestro cuerpo a cambio de dinero ¿no?… y es que no somos nadie para decirles que no se pueden sentir empoderadas porque, muy probablemente, aquellas que dicen que se sienten así, se sienten así. Aunque podamos acercarnos (y solo acercarnos) a la comprobación de la inexistencia del libre albedrío, no somos nadie para decirles que no tienen la ilusión o el sentimiento de haberlo elegido libremente, porque lo tienen.
¿Pero por qué lo deciden? ¿Acaso es importante saberlo? ¿Qué hace que algunas personas veamos ciertas cosas como apetitivas? Desde algunas perspectivas del feminismo radical, se concibe el género como la herramienta de opresión del patriarcado. Por más de que decidamos pintarnos los labios de rojo porque nos gusta y no porque el patriarcado nos lo diga, no es coincidencia que a la mayoría nos guste, por mucho que nos »salga de dentro». Es importante también entender que no nos influye el sistema de la misma manera (siguiendo con la metáfora, no todas queremos pintarnos los labios de rojo), porque cada una tiene una historia de aprendizaje individual. Pero los labios rojos son, en principio, inofensivos. El género (es decir, los roles socialmente asignados a cada sexo) promueve la hipersexualización del cuerpo femenino, y es su marido inseparable, el capitalismo, el que promueve e incluye la hipersexualización de estos cuerpos al mercado, como moneda de cambio, como un producto más. Desde este punto de vista, y sin tener que irnos a casos extremos, una mujer que decide libremente mostrarse sexual en redes sociales se está moviendo dentro de las mismas dinámicas que supone el patriarcado para ella, como se espera y se desea que se muestre, por lo que (de alguna u otra manera) está promoviendo el género y siéndole funcional al sistema. Según este tipo de posturas, por más de que una mujer se repita a sí misma que decide hipersexualizarse porque le resulta empoderante, está llevando lo colectivo a lo individual… y es que ni siquiera a nivel individual podemos ignorar lo colectivo. Hipersexualizarse »libremente» es una decisión que no cuestiona ninguna estructura de poder o que, directamente, la ignora. No solo le resulta cómoda al patriarcado, sino que lo refuerza. Ahora, el enemigo no son las mujeres que lo hacen, el enemigo es el sistema que influye en los determinismos que subyacen esa conducta. Volvemos a lo mismo, ¿por qué lo decides?
Hemos dotado al ser humano de superpoderes que no podemos comprobar. Tal vez hemos confundido el hecho de que tenemos capacidad creativa con creer que tenemos capacidad creadora. No podemos pensar en un color que no hayamos visto, ¿pero si podemos crear una conducta o un pensamiento de la nada? La ciencia de la conducta, como disciplina que estudia el comportamiento del individuo, simple o complejo, público o privado (incluyendo pensamiento y emociones), entiende la conducta como la relación que tiene un organismo con su ambiente. Exista o no el libre albedrío, esto no implica que la conducta de elección no sea importante o digna de ser estudiada. La inexistencia del libre albedrío tampoco implicaría necesariamente que no somos libres, ya que hay que ver cómo cada persona define la libertad. ¿Existe el libre albedrío? Claro que sí, existe en tanto que creas en él… ¿y si decido libremente no hacerlo?
Referencias
Baum, William M.: Understanding behaviorism: behavior, culture and evolution (2005).
De Miguel, Ana: Neoliberalismo sexual: el mito de la libre elección (2015).
Freixa i Baqué, Esteve: ¿Qué es conducta? (2003).
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