Héctor Fernández
Máster en Sexología y Género

Para justificar la necesidad de una visión feminista activa en la sociedad empezaremos basándonos en unos fundamentos éticos que deben ser no sólo epistemológicos si no también prácticos, con cierto carácter universal y transcendente. Debemos reconocer la dificultad de este punto ya que somos producto del pensamiento posmoderno que derribó todos los grandes dogmas que, en gran medida, encerraban y encorsetaban la moral y el pensamiento humano, pero que, como resultado de esta emancipación, dejan al ser humano en toda su miseria abandonado a su suerte y a su escasa autonomía.

En consecuencia, no sólo buscamos un axioma al que recurrir, ya que creemos que es necesario para mejorar la existencia misma del ser humano como especie. Para ello recurrimos a pensamientos críticos de la sociedad. Una sociedad que se ha globalizado, acercando voces que con anterioridad no se podían escuchar y que, sin embargo, won necesarias como fuente de diversidad, a pesar del ruido que ejerce el discurso patriarcal, imperialista y neoliberal que predomina.

Discurso ético normativo actual.

Como ya hemos adelantado en el punto anterior, el discurso postmoderno proclama el fin de los grandes relatos y se emancipa de todas las intromisiones religiosas e iusnaturalistas que lo conformaban a lo largo de la historia. El resultado no ha sido la liberación real del pensamiento humano, que sigue requiriendo soluciones universales y transcendentes para ciertos problemas morales y políticos que se presentan en su existencia, como pueden ser la justicia distributiva, la democracia representativa, el conflicto entre el bien colectivo y el interés particular, etc.

Hemos sustituido las verdades epistemológicas por el relativismo moral. El resultado ha sido una ética liberal que se basa en el valor absoluto de la libertad o autonomía del sujeto, que es un producto del liberalismo moderno, en su mayor parte un liberalismo económico, y es un resultado a su vez de la secularización del pensamiento, que ha dejado la ética sola frente a sí misma, liberada, como decíamos con anterioridad, de todas las intromisiones religiosas e iusnaturalistas que la conformaron durante siglos (V. Camps, 2018).

La ética no es ya un compendio de virtudes que forman al hombre, como postulaba Aristóteles, y que en la actualidad podríamos extender a la humanidad en toda su diversidad. Tampoco es el cuidado de la ciudadanía como valor y elemento necesario para el funcionamiento ideal de la democracia. Las personas fallan en las asunciones de responsabilidad. Existen pocas y siempre son discutibles y negociables si uno tiene el suficiente poder y dinero.

Por lo tanto, la ética liberal carece absolutamente de dogmas. Ya no se educa moralmente en fórmulas ni se establece un catálogo de deberes y prohibiciones, pero tampoco se educa en un pensamiento moral de a responsabilidad, que significaría enseñar a pensar, a decidir por uno mismo y a responsabilizarse de las propias decisiones.

A diferencia de la ética moderna, que se construía a partir de dos hipótesis, la universalidad y el individualismo, el pensamiento liberal deja atrás el sentimiento de solidaridad con la humanidad sufriente en general. El sufrimiento debe materializarse en una imagen concreta y esa imagen debe ser cercana a uno mismo para poder sentir un nexo por el cual el sufrimiento ajeno pueda afectarnos. De este modo, es a través de esa imagen particular y ese momento concreto, cómo se nos presenta el valor general y abstracto, y nunca, al contrario.

Así, el liberalismo ético, desmonta la libertad del individuo y la universalidad de la razón. En efecto, la ética liberal es un producto de la mezcla de la razón universal y el individualismo de la modernidad, pero mezclado con el discurso posmoderno que reclama el fin de los grandes relatos, pero ya sin alternativa de recambio.  En el ámbito de la moralidad, y en consecuencia en el de la política, se puede discutir todo y se permite cualquier opinión, no hay grandes verdades, no hay doxa, que nos guíe. Se pone de manifiesta la paradoja que existe en la idea de la autonomía, es decir, la capacidad de individuo de autolegislarse, no conduce la universalidad sino a lo contrario.

Desde un punto de vista práctico, no es legítimo hablar de “los hombres” porque este lenguaje tan generalista invisibiliza las diferencias que suelen ser la causa de los mayores conflictos. Además, desde una ética feminista, se reclama, de manera legítima, el reconocimiento, por separado, de los mismos derechos y la necesidad de visibilización que lleve la igualdad teórica de la mayoría de los estados, a una igualdad real, pero desde una vía adecuada a esa misma diferencia. Esta idea no es una deducción lógica a priori del principio de universalidad.

El feminismo, encabezando a todos los movimientos a favor de la igualdad de derechos, sabe bien que las personas se sienten sujetas de derechos, en tanto en cuanto se ven negados esos mismos derechos. Ocurrió cuando las mujeres empezaron a darse cuenta de que les impedían votar. Esta toma de conciencia es fundamental para conseguir primero reivindicar el derecho al voto y, luego, conseguir que ese derecho se les reconociera como real y, en consecuencia, tener acceso a otros derechos como la educación, la profesión, el salario, un lugar en la política, etc. Pero ese reconocimiento no es suficiente y no es real. Ante el reconocimiento de los derechos de las mujeres en la mayor parte de occidente sigue habiendo una gran reacción patriarcal en contra de la igualdad y que perpetúa desigualdades tradicionales y propone unas nuevas. Fuera de occidente el panorama puede parecer más extremo, pero se basa en los mismos mecanismos patriarcales que toman coyunturalmente otras formas y que puede propiciar sentimientos imperialistas y paternalistas en los movimientos de occidente.

Podemos reconocer como valor contemporáneo la justicia. Pero esta justicia es definida normalmente por las características de libertad e igualdad. Debemos entender que igualdad no puede significar que se les dé lo mismo a todas las personas. La igualdad real debe entenderse como una distribución adecuada a las necesidades de cada persona.

También resulta razonable el rechazo unánime de la violencia, pero la dificultad se dispara a la hora de definir qué es violencia. Lo ilegítimo e inaceptable es reconocer acepciones exclusivamente subjetivas del concepto de violencia. En el lenguaje, en la semántica existen unas reglas necesarias para entendernos. Es más, en el lenguaje valorativo esas reglas están impregnadas de valores éticos, por lo tanto, no podemos aceptar que todo sea discutible ni negociable. Dentro las ideas que sí pueden ser discutidas, debemos tener en cuenta que deben argumentarse de una manera por la cual sea seguro que no se denigra ningún principio que ya hemos dado por supuesto. Afrontar la dificultad de llegar a la unanimidad no significa que sea imposible y, ni mucho menos, que no merezca la pena y el esfuerzo intentarlo.

De la política ética a la ética política

El gran problema que nos plantea la ética moderna es cómo podemos reconciliar lo subjetivo con lo universal, al individuo con la sociedad, es decir, el egoísmo con el altruismo. Es difícil que el ser humano intente ser transcendente si toda opinión es válida, ya que se basa en la libertad individual. Podemos ver esta laxitud dialéctica especialmente en cuestiones de política. El renacer de movimientos de extrema derecha y la lucha constante por liberalizar más y más los mercados limitan realmente cada vez en mayor cantidad la libertad de las personas, pero se venden como elecciones personales que benefician al individuo. El resultado es que el beneficio real lo obtienen el patriarcado y el sistema neoliberal.

Entonces, ¿cómo legitimar a la sociedad política entendida como la asociación de individuos libres e iguales? El primer paso es aceptar el pluralismo y la diversidad de las sociedades contemporáneas. Teniendo la diversidad y el pluralismo social en cuenta, debemos llegar a una concepción pública de justicia que nos sirva como base del estado de derecho. Coincidimos con Rawls (2006) en la idea de la justicia como equidad es la expresión teórica más completa, es el fundamento teórico del estado del bienestar. Esta equidad debe basarse en la libertad para todas las personas y el principio de la diferencia como estrategia para el progreso en la igualdad de oportunidades. Discrepamos con este autor en que esta justicia debe ser sólo política. Creemos que se puede llegar a valores éticos axiomáticos por medio de la política, es decir, que por medio del diálogo podemos llegar a verdades primeras éticas que son transcendentes y necesarias. Estos axiomas mejoran las comunidades y deben ser respetados. Podemos llegar por medio de una política ética a una ética política. El mayor obstáculo es. Sin duda, que la política puede discurrir tranquilamente sin la ética, a pesar de que reclame su espacio fundamental dentro de ella.

El neoliberalismo político y económico niega la transcendencia. Todo es contingente si hay algo que ganar. Fomenta el egoísmo y acepta la diversidad sólo si puede sacarle un redito económico. En el liberalismo no existe un nosotros, una concepción del mundo universalmente válida que legitime las elecciones como racionales. Convierte los deseos de los ricos en derechos que pueden comprar y nos adoctrinan en la idea de que esos “derechos” son para todos. La realidad es que esos derechos son sólo para los que puedan comprarlos y, por lo tanto, no son derechos.

Estos planteamientos neoliberales no cumplen con los requisitos que Habermas (1996) reconoce como razonables. Para este autor postula dos requisitos para que una doctrina sea razonable:

  • La voluntad de proponer términos equitativos de cooperación social y voluntad de cooperar con la justicia.
  • Reconocimiento de los límites del juicio. No se debe juzgar a otras doctrinas comprehensivas excepto cuando estas son irrazonables y rechazan la democracia.

Planta de esta manera una aspiración a la legitimidad de aquellas disposiciones normativas en las que todos los afectados puedan consentir como participantes y en igualdad de condiciones, algo muy parecido al concepto de buena voluntad de Kant.

Pero, ¿puede el sistema actual neoliberal pasar estas barreras? La libertad en un sistema neoliberal consiste sólo en la posibilidad que tienen las personas de hacer todo aquello que no esté vedado por la ley. Es una libertad que no una libertad positiva, es decir, nunca fomenta la verdadera autonomía ética y moral de cada uno de los individuos. La libertad positiva constituye la autonomía moral ya que responde a la capacidad que tienen las personas a autogobernarse. Este tipo de libertad rechaza modas, dominaciones e imposiciones que, a pesar de ser casi imperceptibles por habituales, son reales en cualquier sociedad contemporánea sometida al imperio de la economía de consumo.

Por lo tanto, un ideal de justicia no puede pasar por alto esta realidad. Como ya hemos dicho antes, la política puede transcurrir sin la ética, pero si prescindimos de ella se prescinde de la justificación de los derechos fundamentales en tanto que son derechos morales. Coincidimos con Norberto Bobbio que ante esta amenaza del relativismo posmoderno la fundamentación de los derechos fundamentales de las personas es la Declaración de los Derechos Humanos, que es un hito histórico y real, que obedece a un consenso a nivel mundial y es razonable, pero que, a su vez, es revisable y mejorable. Este hito lo es también para el movimiento feminista que lucha por el reconocimiento y cumplimiento de estos derechos fundamentales para todas las mujeres del mundo. En conclusión, el feminismo es la mejor opción para luchar por los derechos humanos, ya que cualquier injusticia que se pueda cometer siempre es peor y más descarnada si se es mujer.

 

Bibliografía
Educación sexual y ética de las relaciones sexuales y amorosas de Félix López (coord.), Noelia Fernández y Rodrigo J. Carcedo.
La fragilidad de una ética liberal de Victoria Camps.
Violadas o muertas de Isabel Valdés.
El patriarcado del salario Silvia Federici.
El ser y la mercancía de Kajsa Ekis Ekman.
Mujeres que ya no sufren por amor de Coral Herrera.
La prostitución en el corazón del capitalismo de Rosa Cobo.
Neoliberalismo sexual de Ana de Miguel.
Lo que esconde el agujero de Analía Iglesias y Martha Zein.
Teoría King Kong de Virginie Despentes.
Hacia una nueva política sexual de Rosa Cobo.
Educar en el feminismo de Iria Marañon
No es país para coños de Diana López Varela