Anna Deffner
Máster en Terapia Sexual y de Pareja

Los abusos sexuales a menores han existido durante siglos, siendo tratados como un tema tabú. A lo largo de los últimos años ha aumentado la preocupación social dando lugar a numerosos estudios y desarrollándose programas de prevención, además de publicaciones científicas, comunicaciones y ponencias en congresos para un mejor abordaje.

Las resistencias mantenidas por los sexólogos para estudiar este tema han existido durante largo tiempo, presentando la creencia que se trataba de una forma de negar la sexualidad infantil o reforzar los miedos sexofóbicos propios de la cultura conservadora. Tras cambiar el enfoque, se ha caído en la cuenta de la enorme tendencia social, educativa y clínica de este campo de investigación. Se ha roto el silencio, reconocido los hechos y estudiado con objetividad sus significados para aportar una intervención más especializada mediante equipos multidisciplinares, siendo indispensable la figura de los especialistas en la materia, los sexólogos, para prevenir y tratar adecuadamente el abuso sexual a menores.

Para situarnos en la prevalencia se podrían citar múltiples estudios. Uno de ellos, aunque ya no tan reciente pero fiable, es de López y otros del año 1994, en el que se tomó una muestra de la población española: un total de 18,9% de los entrevistados dijeron haber sido víctimas de abusos sexuales, siendo el porcentaje de los varones un 15,2% y en las mujeres del 22,5%.

No solo preocupa la prevalencia, sino también aquellos casos de abusos repetidos y los efectos de éstos, siendo los números obtenidos en nuestro país del 55,8% de los casos de abusos solo ocurrieron una vez, pero el 44,2% se repitieron entre 1 y 25 veces. Esta alta prevalencia es preocupante e implica que es necesario hacer intervenciones preventivas tratándose de un problema tan generalizado, no sólo para que no ocurra sino también para que los abusos no se repitan. El hecho de que una niña de cada cuatro o cinco y un niño de cada seis o siete sufra abusos, obliga a intervenir de forma generalizada en la infancia, siendo los dos lugares en los que podremos llegar a todos los niños, la escuela, la familia y la comunidad en general.

Existen dos reflexiones fundamentales para justificar por qué las conductas sexuales denominadas abusos sexuales a menores han de ser inadecuadas. Por un lado, es el uso inapropiado del poder de una persona sobre otra, es decir, porque se da una asimetría que coloca al  menor en una situación de vulnerabilidad y explotación. Por otro lado los abusos sexuales a menores son una forma de maltrato infantil que conlleva a graves consecuencias sobre ellos. Se trata además una intromisión en la sexualidad infantil, limitándoles su desarrollo sano, pudiendo ocasionar graves consecuencias emocionales y sociales, como la pérdida de incondicionalidad del apego, socialización sexual traumática, desconfianza, estigmatización, confusión de roles dentro de la familia o en relación con las diferentes edades, comunicación falseada condicionada por el secreto, implicando con frecuencia numerosos efectos negativos a corto y largo plazo.

Todo adulto que abusa cambia su función protectora y educadora por la de explotación para obtener beneficios propios, interfiriendo en el proceso de desarrollo sexual, afectivo y social del menor. Toda imposición de contacto e intimidad a otra persona atenta contra su libertad y dignidad.

Otro punto importante a tener en cuenta es cuándo se considera abuso sexual del menor, siendo esta definición especialmente importante en los programas de prevención. Las denuncias por abuso sexual dependerán del conocimiento de los diferentes profesionales sobre este concepto y su falta de claridad y exactitud.  Destacan tres criterios fundamentales, la edad de la víctima y del agresor, las conductas que el agresor  pone en juego para someter a la víctima y el tipo de conductas que tienen lugar entre ambos.

Desde el punto de vista de la edad, muchos autores ponen como edad máxima de la víctima los 17 años, ya que pasados estos se consideraría violación o acoso sexual. Para el agresor, dependiendo del autor, debe tener al menos 5 o 10 años de diferencia con la víctima. Otros creen que el empleo de la fuerza, la presión o el engaño a menores, independientemente de la edad del agresor, debe ser considerado abuso sexual, por lo que pueden darse también abusos sexuales entre niños de la misma o parecida edad.

Partiendo de la conducta abusiva, que pueden implicar o no el contacto físico, siendo de contacto todas aquellas zonas de significado sexual (caricias de pechos, genitales, coito vaginal, anal, oral, etc.). Las de no contacto pueden tener también un carácter abusivo, como el exhibicionismo, la petición expresa de realizar actividades sexuales, el envío de fotos del niño, etc.

No obstante, siempre que exista coerción (con fuerza física, presión o engaño) o asimetría de edad, o ambas a la vez, entre una persona menor y cualquier otra, las conductas sexuales deben de ser consideradas abusivas. Esto es tan importante porque no hay que olvidar incluir también las agresiones sexuales que comenten unos menores sobre otros, porque en algunas sociedades se ha podido comprobar que el 20% de las violaciones las realizan menores de edad y que la mitad de los agresores cometen su primer abuso antes de los 16 años.

Poniendo el punto de mira en los agresores, no se puede decir siempre o nunca, pero por lo general suelen ser adultos de mediana edad, aunque hay estudios que demuestran que los agresores adultos habían sentido inclinación a tener relaciones con niños antes de los 16 años de edad, por lo que recobra importancia de nuevo la prevención en el ámbito escolar, no sólo para las posibles víctimas sino también para los posibles agresores. Considerando la relación que tiene la víctima con el agresor, puede ser tanto conocido, familiar o no, como desconocido. Existen diferencias en función del medio rural o urbano, dado que en el medio rural los niños se relacionan más con personas conocidas y en el medio urbano hay numerosas situaciones de hacinamiento y el anonimato está mucho más extendido. En datos encontrados sobre el sexo del agresor, el 86,6% son varones y el 13,4% son mujeres.

Las estrategias más utilizadas por el agresor serán el uso de la confianza en el caso de un familiar, amigo, educador, adulto conocido. Aprovechar una situación confusa, usar conductas de doble significado o empezar por caricias no sexuales. Establecer primero una relación de confianza con el niño. Usar la sorpresa: conducta inesperada por el menor que no acaba de comprender. Recurrir a sistemas de engaño, sirviéndose de otras supuestas motivaciones o significados. Usar premios, anunciados o dados, cómo también castigos si no se acepta. Recurrir a amenazas verbales o a otras consecuencias negativas para conseguir la conducta deseada o para que no la comuniquen a nadie, esto se da especialmente cuando se repiten los abusos sexuales. Las amenazas físicas las utilizan más los desconocidos, y el uso de violencia física es muy infrecuente.

Los efectos de los abusos son muy variables, dependiendo del tipo de agresión, la edad del agresor y de la víctima, el tipo de relación entre ambos, la duración de la agresión, la frecuencia de la agresión, la personalidad del niño agredido, la reacción del entorno etc. Los efectos iniciales se refieren a aquellos que aparecen en los 2 años siguientes a la agresión, como pueden ser vergüenza, culpa, miedo, ansiedad, asco, desconfianza, marginación, agresividad hacia la propia familia o hacia el agresor etc.

Los efectos a largo plazo serán difíciles de estudiar, pero la depresión, intentos de suicidio, ideas de estigmatización, aislamiento, marginalidad y pérdida con una disminución de la autoestima. También ansiedad, tensión, dificultades de tipo relacional y dificultades en los hábitos de comida se asocian a traumas infantiles. Huida de casa, fracaso escolar, ingestión de drogas, hostilidad hacia el otro sexo, infecciones de transmisión sexual o embarazo no deseado se encuentran en la literatura. Otra serie de efectos, relacionados con la sexualidad pueden ser insatisfacción, dificultad para relajarse, anorgasmia, promiscuidad, explotación sexual etc.

El concepto de abusos sexuales no niega la sexualidad infantil, es decir ésta no debe ser excitada ni explotada por los adultos, sino respetada y aceptada como suya y está para ser vivida entre iguales. Los niños desde su nacimiento tienen desarrollada la fisiología del placer sexual, y descubren, incluso en el primer año de vida, el placer de la masturbación. Los niños tienen frecuentes erecciones y las niñas reaccionan con lubricación vaginal. Los niños y niñas hacen numerosas preguntas sobre la sexualidad, tienen sus propias teorías, realizan juegos y actividades por curiosidad, para imitar a otros, etc.

Todas estas manifestaciones sexuales, entre niños, con consentimiento mutuo y sin producir daño físico, han de ser consideradas saludables, aceptarlas y respetarlas es fundamental, siendo parte de su desarrollo sano. Lo ideal será favorecer una visión positiva de la sexualidad, relacionándola con la ternura, el placer, la comunicación y el amor. Proporcionar la aceptación de los valores, normas y conductas diversas en materia de sexualidad, siempre que no impliquen directa o indirectamente formas de explotación, desarrollando una visión de la sexualidad como una dimensión positiva del ser humano. Favorecer los valores de igualdad entre los sexos, de forma que no se fomente un patrón masculino caracterizado por los valores de poder, agresividad, dominación, iniciativa y conquista, frente a un patrón femenino caracterizado por la sumisión, la obediencia, la dependencia, la pasividad y la complacencia a las peticiones de los demás será indispensable.

Con todos estos datos surge la pregunta de qué podemos hacer al respecto, y es por un lado alzar la voz, romper el silencio y denunciar, nunca mirar hacia otro lado y dejar en desamparo al menor. En relación a abusos sexuales hay que tener en cuenta que los niños prácticamente siempre dicen la verdad, así que no debemos poner en cuestión su testimonio y debemos hacer todo lo posible para fundamentar este testimonio en pruebas, y en su ausencia no dejar de creer al menor. El 50% de los casos no consiguen probarse. También podemos creer que los niños no dicen la verdad, y esto depende de muchas variables, pero se calcula que sólo el 8% de los casos denunciados son falsos, y de este tanto por ciento, una parte importante corresponde a sugerencias de los adultos.

Por el otro lado es evidente que aún queda mucho por hacer en cuestión de prevención. De poco pueden servir los esfuerzos individuales de los padres y profesionales, si los factores que dependen de la comunidad y la sociedad en general no fomentan y vigilan el cumplimiento de los valores y normas que protegen a la infancia.

En una sociedad donde los medios de comunicación tienen tanto peso y en el que el grado de autonomía de los padres y los niños es cada vez mayor, es ingenuo pensar que la escuela, la familia y la actividad individual de los profesionales, puede proteger a la infancia de forma eficaz. Sólo una acción conjunta y coordinada de la sociedad puede conseguir que los niños tengan satisfechas sus necesidades y no corran riesgos injustificados, no debemos esperar a que se produzca el problema, sino intentar evitarlo.

Los servicios sociales y todas las administraciones públicas no solo deben dedicar sus esfuerzos a la asistencia en los casos que ya se han producido situaciones de abuso sexual o de desamparo en general, sino colaborar con otras instituciones, la familia y el sistema educativo, para que estas situaciones no lleguen a producirse. Ofreciendo a la infancia formas de ocio participativas y adecuadas para su edad, apoyando con asociaciones sociales a la infancia en el tiempo que pasan fuera del sistema escolar, creando espacios, actividades y oportunidades de interacción lúdica, deportiva y cultural, protegiéndoles de un montón de horas frente a la televisión tan sujeta a intereses comerciales y asociando continuamente como reclamo publicitario la sexualidad y la violencia.

Debemos darle a los niños el derecho de sus necesidades fisiológicas y satisfacer sus necesidades cognitivas, emocionales y sociales, derecho de sentirse emocionalmente seguro, disponiendo para ello de vínculos afectivos con personas incondicionales que estando disponibles, accesibles y capaces de ofrecer ayuda, les aceptan, expresan su afecto y ayudan tal y como son. Tener en cuenta el derecho de ser aceptado y estimado independientemente de su sexo, raza, minusvalía, rendimiento, conducta y cualquier otra característica personal o social. Importantes son los vínculos de amistad, la interacción con iguales y los grupos sociales para el desarrollo social del niño. Además debe sentirse protegidos de los peligros imaginarios, siendo escuchado, comprendido y adecuadamente apoyado, al igual que ser un participante activo en la familia, la escuela y la sociedad en general.

Debemos desarrollar una cultura de respeto y no violencia, dándole valor a la persona humana sea cuales fueran sus diferencias. Fomentar la cultura de la libertad, del respeto de la voluntad del otro, de la convivencia de decir claramente lo que se pretende y no imponerlo a los demás. Respetar los valores de la autonomía y el derecho de decidir sobre la propia vida, la propia conducta y lo que se desea hacer o no hacer con el otro. Comenzar a solucionar pacíficamente los conflictos, abandonando los recursos de la fuerza física, el uso de las armas o instrumentos amenazadores, creando una cultura libre, solidaria y de fraternidad.

Otras medidas serán elaborar leyes de protección de la infancia que fomenten la evitación y persecución de los abusos sexuales de menores y del maltrato en general. El conceso de un código ético de los medios de comunicación. La creación de teléfonos y centros de ayuda. Habrá que fomentar la investigación, docencia, etc. en este campo, formando profesionales del ámbito, además de crear un sistema judicial específico para menores de forma que éstos y sus agresores sean tratados de la forma más adecuada, protegiendo al menor en el proceso para que no aumente su sufrimiento.

Y por último la realización de campañas específicas, contra las falsas creencias sobre los abusos, explicando las dimensiones del problema, incluyendo causas y efectos, describiendo las estrategias de los agresores, formas de pedir ayuda, presentando los agresores como las personas que necesitan ayuda, y haciendo campaña contra la asociación entre violencia-sexualidad, poder-sexualidad, etc. Estrategias generales de intervención deben ser la promoción de los diferentes contenidos de educación para la salud y prevención de las conductas de riesgo desde el ámbito escolar, padres, profesionales de la salud, servicios sociales, asociación de vecinos, centros juveniles, etc. Lo ideal sería para los menores desde prescolar y durante una hora semanal, trabajar las habilidades fundamentales desarrollando competencias sociales, y al mismo tiempo desarrollar fuera del ámbito escolar un programa dirigido a la comunidad en general, impartidos por profesores formados o por especialistas.

Concluyendo me gustaría que estos números descendieran progresivamente, que todos tomen consciencia sobre un problema que existe. Abrir bien los ojos ante situaciones donde se desprotegen a los niños ante tanta influencia en videos musicales, imágenes en la web, publicidad con mensajes, etc. no entendibles para todas las edades. Confundiéndolos ante un mundo cada vez más poblado pero con menos habilidades sociales, donde en la búsqueda de atención pueden confundir fácilmente el interés propio de un adulto con el afecto percibido y la atención deseada.