Blanca Aviñó Ortiz de Urbina
Monitora en educación sexual
con perspectiva de género

Vivimos en una sociedad donde las prácticas sexuales se han puesto en el centro de las vidas, donde tener una imagen hipersexualizada parece ser lo imprescindible para triunfar, donde si no follas eres una pringada y si follas mucho eres una zorra. 

A algunas personas adultas nos preocupa y hasta nos incomoda cuando vemos a adolescentes, principalmente a chicas, con una imagen muy sexualizada, o cuando vemos que el baile que está de moda es el perreo. ¿Por qué?

El propósito de este artículo es reflexionar sobre cómo en pocas décadas la hipersexualizacion femenina ha arrelado en nuestra cultura como símbolo de liberación sexual.

Primero haremos un paréntesis para conocer las definiciones de los conceptos que atañen este artículo. Sexualizarse define como “conferir carácter o significado sexual a algo”. La sexualización consiste, según un informe del Parlamento Europeo, en un enfoque instrumental de la persona mediante la percepción de una misma como objeto sexual al margen de su dignidad y sus rasgos personales. La sexualización supone también una imposición de una sexualidad adulta en menores, que no están ni emocional, ni psicológica, ni físicamente preparados. La hipersexualización consiste en definir el canon de belleza en función del deseo sexual que despierta, el cual reconoce el valor social en función del deseo sexual.

En el año 2001, el informe Bailey definió por primera vez el concepto de hipersexualización infantil, la definieron como: “la sexualización de las expresiones, posturas o códigos de la vestimenta considerados como demasiado precoces”.

La hipersexualización infantil capitaneada por las cifras de ventas de las empresas, expone a las menores, principalmente las niñas, a perder su etapa infantil por verse reflejadas en una falsa madurez insana e innatural que no les pertoca. Con sus consecuencias en el bienestar y desarrollo psicológico. 

Si irrumpimos en una etapa infantil o primaria, logramos, en cierta forma, la desaparición misma de la infancia, y hay una reducción de la distancia entre el periodo en que se comienza a tener conciencia de sí mismo y la adolescencia, esto conlleva a la muerte de un disfrute infantil, en donde los placeres suelen no estar asociados a la sexualidad y mucho menos al erotismo, sino a formarse como individuos y a alcanzar un buen proceso identitario (Foucault, 2003).

Vivimos en una cultura patriarcal y muy visual, donde los medios de comunicación juegan un papel fundamental en la perpetuación y modelamiento de los roles de género,  validando el canon de belleza y la estructuración de las relaciones interpersonales. 

Los videoclips, las series, la publicidad, los anuncios y la moda son caldo de cultivo de la hipersexualización. Este contexto forma parte de la cultura y va configurando lo que van a ser los referentes a seguir desde que empezamos a tener contacto con estos medios. 

En este escenario encontramos el modelo de mujer objeto, donde su valor social equivale al deseo sexual que despierte, una mujer que está al servicio del deseo masculino. Algo que las niñas desde muy temprana edad van interiorizando, con el hándicap que solo algunos cuerpos serán aptos para encajar en este modelo, dejando a la mayoría en un estado de frustración y lucha contra una misma por no alcanzar el canon de belleza establecido.

Lo mismo pasa con el modelo de hombre, el cual su valor social equivale a mostrar que tiene mucho dinero y muchos músculos, lo que en esta sociedad traducimos en poder y fuerza. Un hombre que suele ir acompañado de drogas, armas de fuego, coches caros y mujeres hipersexualizadas como si estas fueran un trofeo más de su valor social. 

Estos són los roles de género que podemos encontrar mayoritariamente en los medios antes citados, de ellos quiero centrarme en el reguetón i la pornografía. El primero porque en las dos últimas décadas el reggaetón se ha convertido en uno de los géneros musicales más consumidos por los adolescentes (Rojas, 2012; Martínez, 2014). El segundo porque al menos uno de cada cuatro varones se inició en el consumo de pornografía antes de los trece años (Estudio 2019 ‘Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales’[1]). Como podremos ver, ambos canales suponen una fuerte influencia en adolescentes en su consolidación de la sexualidad.

Empezando por el reguetón, se ha convertido en uno de los himnos de la sexualidad juvenil y adolescente por ser cada vez más explícito e irreverente. Sus videoclips perpetúan unos estereotipos de género binarios con mujeres hipersexualizadas y relaciones heteronormativas. Es un estilo musical que por muchas personas adolescentes es interpretado como un espacio de identidad y expresión. Aunque exista el reguetón feminista, la mayoría de las letras de reguetón son machistas y hasta misóginas, y este mensaje va calando al escucharlo repetidamente. Este género musical lleva asociado un baile propio, el perreo, que triunfa en las discotecas y en los parques públicos. 

El perreo es un baile que reproduce posturas y movimientos explícitos de la práctica sexual, perpetuando los cuerpos como objetos sexuales. Una apología a las prácticas sexuales sin afecto, mecánicas y violentas. Estableciendo un marco muy rígido y normativo de relaciones de género. Con todo esto el reguetón y sus videoclips con contenido altamente machista, si son consumidos sin una consciencia social y de género ni una consolidación sana de la identidad sexual, pueden suponer un riesgo. 

¿Entonces como puede ser que para muchas personas el reguetón suponga una liberación sexual? El reggaetón permite y hasta podríamos decir que exige desatar tu lado más sexual, sobretodo en el género femenino. El poder mostrar tu lado más sensual y provocativo sin sentirte juzgada puede muy bien ser lo que haya hecho que este género musical triunfe, sobretodo entre adolescentes. Esto nos sitúa en un cuchillo de doble filo. No debemos olvidar que venimos de  una sociedad judeocristiana donde las prácticas sexuales eran consideradas un pecado fuera del matrimonio y esto nos genera una doble moral, como bien se hace burla en un video[2] que se hizo viral de unos italianos con un tema de reguetón. Por un lado rechazamos el reguetón por todo lo analizado anteriormente que atenta contra un desarrollo saludable y consciente de la sexualidad, por otro lado, es una reivindicación de poder mostrar públicamente nuestro lado más sexual, aunque el precio a pagar sea la hipersexualizacion. 

Otro factor que promueve la hipersexualizacion es la pornografía. Un género cinematográfico en el que encontramos muchos paralelismos al reguetón: relaciones interpersonales en un sistema de roles de género muy rígido y mujeres cosificadas. Cuando lo consumes en edades de desarrollo y constitución de la identidad sexual puede acarrear riesgos. 

Es importante transmitir que el porno es ficción, y por tanto está alejado de la realidad de las prácticas sexuales. Esto es algo que según quien, no tiene la capacidad de discernir. 

Hay muchos tipos de porno, pero el que abunda está rodado desde una óptica masculina donde la mujer se muestra como sujeto pasivo hipersexualizado. Encontramos porno donde la violencia y el maltrato hacia la mujer es el eje erótico. 

El problema de esto radica en que, entre más estemos expuestos a una conducta, más nos parecerá que es normal y, si para nosotros ya es algo cotidiano, entonces las probabilidades de llevar esos actos a cabo en la vida real también incrementan considerablemente (Park, 2016).

La familiaridad con prácticas de riesgo, la descontextualización de la sexualidad, la inmediatez, la simplificación de las relaciones interpersonales, así como la vinculación con nuevas modalidades de prostitución, convierten a la nueva pornografía en un fenómeno de especial relevancia para la comprensión de las relaciones interpersonales. (Döring, 2009; Weitzer, 2010)

No podemos evitar que los adolescentes tengan curiosidad y consuman pornografía, de la misma manera que no podemos elegir qué estilo musical les agrade. 

Lo que si debemos transmitirles es que la liberación sexual es mucho más que follar mucho y exhibir públicamente la provocación y la sensualidad a través de la imagen. Debemos mostrar la rigidez y normatividad que puede suponer esta hipersexualizacion maquillada de liberación sexual. Donde la vida y la imagen propia se sitúa en la mirada del otro, forjando una autoestima muy vulnerable al estar centrada en la aprobación externa. Una autoestima que en la era tecnológica que hemos entrado sin retorno, está estrechamente ligada a la tiranía de los “likes” de las redes sociales. 

Como seres sociales, necesitamos ser reconocidas, aceptadas y valoradas socialmente. Es fundamental que detrás de esta necesidad social habiten unos valores de respeto hacia una misma y hacia los demás. Unos valores que sean forjados desde la escucha interior por encima de la escucha exterior, que permitan el desarrollo de una sexualidad positiva y saludable. Donde la influencia de los estereotipos de género que se desprenden de los cánones de belleza impuestos por los medios de comunicación, sean observados con una mirada crítica para que cada une pueda construir su identidad sexual y de género desde una liberación sexual sin condiciones, restricciones ni aditivos.   

Webgrafia consultada


[1] https://www.epdata.es/datos/consumo-pornografia-jovenes-datos-graficos/385

[2] https://www.youtube.com/watch?v=5-9p8G0N8fU