Jenifer Rodríguez Paredes
Máster en Terapia Sexual y de Pareja
Máster en Sexología y Género
Uno de los procesos demográficos más importantes durante los últimos años ha sido el aumento de la esperanza de vida en la población mundial, lo cual implica un aumento de las personas mayores con limitaciones en su capacidad funcional asociadas a algún tipo de demencia, sobre todo a partir de los 80 años (IMSERSO, 2014).
Esto conlleva también un aumento del número de familiares que adoptan el rol de cuidador/a principal en las actividades básicas (ducharse, comer, etc.) e instrumentales (hacer la compra, gestión económica, etc.) de la vida diaria (Otero, Zunzunegui, Rodríguez-Laso, Aguilar & Lázaro, 2004; IMSERSO, 2014), ascendiendo a un 80% el porcentaje de españoles/as con Enfermedad de Alzeimer (EA) que son atendidos/as exclusivamente por sus familiares (Flórez, Flórez-Villaverde & Rodríguez,2003). Éstos/as llevan a cabo el 85% de los cuidados necesarios (IMSERSO, 2005), cubriendo de esta manera los déficits del sistema socio-sanitario de la red pública (Flórez et al., 2003). Así, las situaciones de cuidado informal suponen un importante impacto social, psicológico y económico en el/la cuidador/a (Pearling, Mullan,Semple & Skaff, 1990).
Dentro de este marco de referencia, cabe destacar la existencia de un modelo de estrés y afrontamiento adaptado al cuidado que abarca aquellos elementos que intervienen en la situación de cuidado a una persona con demencia: factores contextuales, estresores, variables moduladoras y consecuencias. Los procesos de estrés, influidos por las variables moduladoras como las estrategias de afrontamiento y por las variables contextuales como la edad, el sexo, el tipo de parentesco, etc., determinan las consecuencias del cuidado en la salud del/de la cuidador/a. Más recientemente, se ha resaltado la importancia de considerar dentro de las variables contextuales los factores culturales como los roles de género (Pérez, 2008), ya que no se pueden entender los procesos de estrés sin la influencia multidireccional de éstos (ver imagen 1), pues nos marcan desde la más temprana infancia, y, como no podía ser de otra manera, en la adultez y las tareas de cuidado, tan fuertemente asociadas al género femenino. Este artículo se centra en el género, las estrategias de afrontamiento y las relaciones entre ambas en el cuidado de personas con EA.
Las estrategias de afrontamiento son los esfuerzos cognitivo-conductuales que lleva a cabo una persona ante una situación demandante que excede a sus recursos y que puede afectar a los procesos de estrés. Así, los/as cuidadores/as realizan una evaluación cognitiva en la que comparan sus propios recursos con el estresor ante el que se encuentran en un momento determinado, y si éste es considerado excesivamente demandante, optará por aquella estrategia de afrontamiento que ha aprendido mediante experiencias previas a lo largo de su vida (Lazarus & Folkman, 1984). La clasificación más empleada para categorizar las estrategias de afrontamiento diferencia entre estrategias centradas en la emoción, entendidas como aquellas que se utilizan para controlar y reducir emociones negativas, y centradas en el problema, las cuáles se centran en el control de la situación problemática mediante la toma de decisiones, la acción directa, etc. (Lazarus & Folkman, 1984; Muela, Torres & Peláez, 2002). Las estrategias de afrontamiento centradas en la emoción más estudiadas en la literatura previa son el pensamiento ilusorio (fantasear), distanciamiento (desvinculación conductual), búsqueda de apoyo y reducción de la tensión (Borden & Berlin, 1990; Parks & Pilisuk, 1991). Por su parte, la solución de problemas es la estrategia centrada en el problema más investigada (Borden & Berlin, 1990).
El género se integra dentro de las variables sociodemográficas más relevantes, puesto que la literatura previa muestra diferencias en las consecuencias del cuidado en función del género. En concreto, las mujeres muestran mayor malestar, síntomas depresivos y carga (Lutzky & Knight, 1994) y menores niveles generales de salud (Pinquart & Sörensen, 2006), en comparación con los hombres. Una posible explicación se relaciona con las diferencias en los estresores a los que están expuestos hombres y mujeres, siendo estas últimas las que se enfrentan a mayores niveles. Específicamente, ellas proporcionan más cuidado tanto en horas diarias dedicadas como en la duración total del cuidado (Pinquart & Sörensen, 2006). Además, es habitual que las mujeres asuman otros roles como una ocupación laboral y una serie de responsabilidades de cuidado socialmente esperadas relacionadas con la asistencia simultánea de hijos/as y padres/madres, pudiendo entrar en conflicto estos roles entre sí (Ruiz de Alegría et al., 2006). Por otra parte, no se debe olvidar que la inmensa mayoría de personas cuidadoras principales en el domicilio son mujeres (Bover & Gastaldo, 2005), las cuales proporcionan cuidados fundamentalmente de tipo instrumental y personal (Pinquart & Sörensen, 2006). Otra posible explicación es que mujeres y hombres cuidadores emplean estrategias de afrontamiento diferentes, una de las variables moduladoras principales del modelo de estrés y afrontamiento adaptado al cuidado, lo que les conduce a consecuencias distintas en su calidad de vida (Pinquart & Sörensen, 2006). A pesar de la escasa literatura previa respecto a este tema, las mujeres podrían verse afectadas negativamente en mayor medida por el uso de estrategias de afrontamiento menos eficientes respecto a los hombres, de modo que mientras que éstos suelen utilizar estrategias directas y efectivas, centradas en el problema, las mujeres suelen optar por aquellas estrategias centradas en la emoción ineficaces como la evitación, el escape, la negación y/o la búsqueda de apoyo social (Lutzky & Knight, 1994). Otras posibles explicaciones encontradas en la literatura respecto a estas diferencias de género se centran en el proceso de socialización y las expectativas sociales basadas en los roles de género, encuadrándose estos últimos dentro de las variables culturales (Bover & Gastaldo, 2005). En concreto, es posible que las familias eduquen a sus hijos/as en la forma en que desarrollarán sus responsabilidades en el futuro, transmitiendo el rol de cuidador ligado al género femenino, así como la obligación de la familia de proteger a sus miembros dependientes (Bover & Gastaldo, 2005). Sin embargo, para entender adecuadamente la situación de las mujeres, se ha de contemplar tanto las ideas internalizadas sobre el comportamiento acorde a los roles de género, como la división sexual del trabajo y su refuerzo mediante políticas sociales (Guberman, Maheu & Maillé, 1992).
Recopilación teórica
Considerando el aumento en las últimas décadas de personas cuidadoras y la importancia de la comprensión de los factores que influyen en los procesos de estrés, el objetivo de este artículo de revisión es divulgar los principales datos encontrados en la literatura previa que analice principal o secundariamente las diferencias de género en el uso de estrategias de afrontamiento en cuidadores/as de personas con EA o demencia. Para ello, se reunieron aquellos artículos publicados en inglés o castellano que estuvieran dirigidos a cuidadores/as de algún/a familiar que estuviera diagnosticado/a de Alzheimer o demencia.
Género y estrategias de afrontamiento
Existe inconsistencia en los resultados encontrados en las diferencias de género en el uso de estrategias de afrontamiento. Así, en la mayoría de los estudios se encuentra que las mujeres usan más frecuentemente la búsqueda de apoyo social que los hombres, mientras que en otra investigación no se encuentran diferencias significativas (Hooker et al., 2000) y en las restantes, no se aportan datos al respecto (Parks & Pilisuk, 1991; McConaghy & Caltabiano, 2005). Asimismo, algunos estudios muestran mayor uso por parte de las mujeres de algunas estrategias centradas en la emoción (Papastavrou et al., 2009) como la reducción de la tensión (Borden & Berlin, 1990) y la evitación o escape (Lutzky & Knight, 1994), no encontrándose estas diferencias de género en el uso de esta última en otra investigación (Papastavrou et al., 2011). En esta línea, la mitad de los estudios coinciden en un mayor uso del pensamiento ilusorio por parte de las mujeres (Parks & Pilisuk, 1991; Papastavrou et al., 2007; Papastavrou et al., 2009; Papastavrou et al., 2011) y en el estudio de Parks y Pilisuk (1991) se encuentra un mayor uso del distanciamiento por parte de los hombres. Por otra parte, también se encuentran resultados inconsistentes respecto a las diferencias de género en el uso de estrategias centradas en el problema, de forma que en el estudio de Hooker et al. (2000) se observa un mayor uso por parte de los hombres de este tipo de estrategias, mientras que en los estudios de Borden y Berlin (1990) y Lutzky y Knight (1994) no se hallan diferencias. Asimismo, tampoco se encuentran diferencias en asertividad (Papastavrouet al., 2007) ni en confrontación (Papastavrouet al., 2011).
Género, estrategias de afrontamiento y salud psicológica
En la mayoría de los estudios no se analizan diferencias en la relación entre estrategias de afrontamiento y malestar específicamente en función del género. Sin embargo, Lutzky y Knight (1994) proponen que el mayor uso de escape-evitación por parte de las mujeres podría explicar su mayor sintomatología depresiva, pero no las diferencias de género en carga percibida. Asimismo, un mayor uso de búsqueda de apoyo por parte de las mujeres no parece explicar su mayor malestar. Parks y Pilisuk (1991), muestran el uso de la internalización como un predictor significativo de resentimiento en mujeres y el empleo del distanciamiento como un predictor de ansiedad en hombres, así como el uso de fantasía como un predictor de ansiedad en ambos.
Género y salud psicológica
En cuanto a las diferencias de género en malestar, los resultados encontrados en la mayoría de los estudios son consistentes, siendo las mujeres las que muestran peores consecuencias en su salud. De esta manera, Borden y Berlin (1990) encuentran que los hombres muestran mayores niveles de bienestar que las mujeres, independientemente de las estrategias de afrontamiento. En este sentido, las mujeres muestran mayor estrés autoinformado y ansiedad en las investigaciones de Parks y Pilisuk (1991) y Hooker et al. (2000), y mayores niveles de depresión en esta última. En esta línea, en los estudios de Papastavrou et al. (2007), Papastavrou et al. (2009) y Papastavrou et al. (2011), se observa mayor sintomatología depresiva y carga en mujeres. Específicamente, en el estudio de Papastavrou et al. (2009), los hijos presentan menos carga y depresión que las hijas y las esposas. Asimismo, en las investigaciones de Papastavrou et al. (2007) y Papastavrou et al. (2011) la privación de relaciones sociales, un factor específico de la carga, afecta más a las mujeres. Además, en el estudio de Parks y Pilisuk (1991), a mayor sobrecarga percibida por mujeres, más probabilidad de informar resentimiento. Por otro lado, en el estudio de Parks y Pilisuk (1991) se encuentran diferencias de género en el malestar en función de la edad, de forma que los hombres jóvenes puntúan alto en depresión y los mayores en resentimiento, no encontrándose estos efectos asociados a la edad en mujeres.
Conclusiones
Las principales observaciones tras llevar a cabo esta revisión son la escasez de artículos publicados al respecto, la variabilidad en la clasificación de las estrategias y la inconsistencia en los resultados. Es decir, en función del estudio se pueden encontrar o no diferencias de género significativas en el uso de determinadas estrategias, que además, serán denominadas y clasificadas de distinta manera. Sin embargo, la mayoría de los estudios sugieren que es posible que las mujeres opten en mayor medida por algunas estrategias centradas en la emoción o de estilo evitativo, en concreto, búsqueda de apoyo social y pensamiento ilusorio (Borden & Berlin, 1990; Parks & Pilisuk, 1991; Lutzky & Knight, 1994; Papastavrou et al., 2007; Papastavrou et al., 2009; Papastavrou et al., 2011). En línea con lo propuesto por Lazarus y Folkman (1984), este tipo de estrategias de afrontamiento parecen asociarse a elevados niveles de malestar psicológico (Borden & Berlin, 1990; Parks y Pilisuk, 1991; Papastavrou et al., 2007; Papastavrou et al., 2011) puesto que resulta inútil tratar de ignorar los sentimientos, pensamientos y situaciones derivados de la situación de cuidar (Lutzky & Knight, 1994). Aunque se dan excepciones como con la aproximación positiva, la cual se asocia a mayores niveles de bienestar, posiblemente porque se interpreta la situación de cuidado como una oportunidad para el crecimiento personal (Borden & Berlin, 1990). Por otra parte, en estos estudios, los hombres y mujeres no parecen diferir en el uso de estrategias de afrontamiento centradas en el problema (Borden & Berlin, 1990; Lutzky & Knight, 1994), las cuales se relacionan con niveles bajos de malestar (Hooker et al., 2000). Estas diferencias de género en el repertorio de estrategias utilizadas podría deberse a las diferencias en la educación y a las expectativas socio-culturales con respecto a los roles de género. Así, las mujeres tienen socialmente impuesto el rol de cuidadora y menos libertad de elección, pues se espera que tengan la preparación y los conocimientos necesarios para ello por el mero hecho de ser mujer, mientras que los hombres sí pueden elegir o no asumir dicha responsabilidad (Papastavrou et al., 2007). Por otro lado, las mujeres no suelen obtener ayuda, ni formal ni informal, excepto la de otras mujeres de la familia (Bover & Gastaldo, 2005) y es más probable que permanezcan en ese rol incluso aunque lleguen a niveles excesivos de sobrecarga (Pinquart & Sörensen, 2006).
Dado que los motivos intrínsecos reflejan una elección personal y los extrínsecos obedecen a las expectativas y normas sociales, dejando al margen dicha elección (Romero, Márquez, Losada & López, 2011), se podría contemplar la posibilidad de que los hombres cuiden por motivos intrínsecos y las mujeres por motivos extrínsecos. Los motivos para cuidar tienen un impacto significativo en los procesos de estrés de los cuidadores mediante su influencia en el tipo de estrategias de afrontamiento empleado (Dilworth-Anderson, Goodwin & Williams, 2004; Romero, et al., 2011). Así, los motivos intrínsecos se relacionan en menor medida con el uso de estrategias de afrontamiento centradas en la emoción (p.e. rumiación) (Thomsen, Jorgensen, Mehlsen & Zachariae, 2004) y los motivos extrínsecos predicen una peor percepción de salud de los cuidadores (Dilworth-Anderson et al., 2004; Lyonette & Yardley, 2003) y un uso menor de estrategias de afrontamiento adaptativas (p.e. reevaluación cognitiva) (Romero et al., 2011). Estos datos van en línea con los resultados encontrados en el presente trabajo, aunque ambos tipos de motivos pueden coexistir en la misma persona, por lo que se requieren más estudios que pongan en relación éstos con las estrategias de afrontamiento.
Opinión personal y líneas de actuación
Sería bueno que las futuras líneas de investigación, además de sistematizar las denominaciones y clasificaciones de las estrategias de afrontamiento, que permitan replicar los mismos estudios en muestras distintas, pusieran en relación todo el entramado de variables que intervienen en el proceso del cuidado. Un ejemplo lo constituyen las normas y expectativas culturales, así como los valores educacionales que podrían estar mediando entre el género y las estrategias de afrontamiento. Esto permitiría diseñar programas de intervención adecuados y contextualizados para aportar a los/as cuidadores/as la información necesaria respecto a la demencia de su familiar y educarles en el uso de estrategias que han resultado ser más adaptativas en la literatura previa, como por ejemplo la aproximación o reevaluación positiva, planificación y búsqueda de apoyo instrumental (Borden & Berlin, 1990; McConaghy & Caltabiano, 2005; Papastavrou, 2007; Papastavrou, 2011). De esta manera, los programas se podrían dirigir a enseñar al/a la cuidador/a a pedir ayuda en el cuidado de su familiar tanto a recursos formales (p.e. una actividad de entretenimiento para la persona cuidada ofrecido por la comunidad) como informales (p.e. turnarse con otro familiar en el cuidado) (Flórez et al., 2003). Se podría trabajar con el/la cuidador/a principal la aceptación y el control de las situaciones de estrés mediante reestructuración cognitiva y la planificación previa de las tareas diarias (Flórez et al., 2003). Por último, sería interesante el entrenamiento cognitivo de la persona cuidada (Flórez et al., 2003) para que mantenga y/o mejore sus capacidades, potenciando su autonomía y con ello, su menor dependencia del/de la cuidador/a. Dado que parece que las mujeres obtienen con mayor frecuencia resultados negativos derivados del uso de estrategias desadaptativas, estos programas de intervención podrían abordar los factores socio-culturales que determinan las conductas socialmente esperadas en función del género (Hooker et al., 2000).
Bibliografía y referencias
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