Aileen Fabre Venegas

Máster en Terapia Sexual, de Parejas y otros vínculos sexuales con perspectiva de Género

Aileen Scarlett Foto Blog

Resumen: La sexualidad femenina ha sido regulada históricamente por discursos sociales y culturales que han contribuido a su represión, medicalización y subordinación. Estos relatos han moldeado la manera en que las mujeres viven y narran su deseo, imponiendo modelos ajenos a sus experiencias. Hoy, aunque con nuevos ropajes, estos mandatos persisten bajo la apariencia de libertad. Desde una terapia sexual crítica y con perspectiva de género, este texto propone recuperar la autonomía, el poder y el derecho al placer como formas de resistencia política y emancipación subjetiva.


Introducción

La sexualidad femenina ha sido históricamente condicionada por discursos que la han normado, patologizado y silenciado. Estos relatos han configurado una forma de habitar el cuerpo y el deseo profundamente atravesada por el patriarcado. Este texto propone una revisión crítica de esas narrativas —desde su origen histórico hasta sus manifestaciones contemporáneas— y una invitación a repensarlas desde una terapia sexual feminista que recupere el derecho al placer, al deseo y a la autonomía.

Narrativas históricas de la sexualidad femenina: discursos que configuran un cuerpo silenciado

Las narrativas sobre la sexualidad femenina han sido moldeadas históricamente por discursos sociales que han buscado regular, controlar y definir el cuerpo y el deseo de las mujeres. Religión, medicina, filosofía y psicoanálisis han contribuido a construir una imagen de la sexualidad femenina como pasiva, peligrosa o defectuosa.
Desde la tradición judeocristiana, por ejemplo, el cuerpo femenino fue asociado con el pecado y la tentación, iniciando un relato donde el deseo de la mujer debía ser reprimido y castigado. Este imaginario se sostiene en siglos de moral sexual que vinculan la virtud femenina con la castidad, la pasividad y la entrega en el marco conyugal, negando su agencia erótica.

Reivindicar el derecho al placer y al deseo
no es una cuestión menor ni privada

Durante el siglo XIX, la medicina consolidó la idea de una sexualidad femenina patológica. La figura de la “histérica”, popularizada por Freud (2001), representaba a mujeres que no se ajustaban a los roles tradicionales de género y su sintomatología se interpretó como expresión desviada o reprimida de una sexualidad mal canalizada. Aunque Freud introdujo una visión innovadora al poner el deseo y el inconsciente en el centro de la vida psíquica, su teoría sobre la sexualidad femenina reforzó un modelo androcéntrico, en el que lo vaginal era considerado más maduro que lo clitorídeo, legitimando una noción de feminidad adulta asociada a la función reproductiva y heteronormativa.
Lacan (2007), releyendo a Freud, complejizó el concepto al hablar de un “goce femenino Otro”, inefable y más allá del orden fálico. Si bien abrió nuevas preguntas, este goce se presenta como enigmático o inalcanzable, contribuyó a reforzar la noción de la mujer como misterio.
Foucault (2019), por su parte, plantea que la sexualidad no ha sido simplemente reprimida al inconsciente, como sostenía el psicoanálisis (Freud, 2006), sino que, más que ser silenciada, la sexualidad ha sido constantemente hablada y regulada. A partir del siglo XVII, comenzó una proliferación de discursos sobre el sexo: médicos, religiosos, jurídicos, pedagógicos, entre otros, que no solo buscaban controlarlo, sino también producir conocimiento sobre él. La sexualidad se convirtió así en un objeto de observación, clasificación y control. El deseo femenino ha sido históricamente definido desde afuera por saberes institucionales que norman qué es lo correcto, lo sano o lo aceptable.
Simone de Beauvoir (2011) dio un giro radical al denunciar que la mujer ha sido construida como “el Otro” del varón, no por razones biológicas sino culturales. Esta construcción le ha negado autonomía sobre su cuerpo y deseo, educándola en la culpa, la sumisión y la pasividad. De ahí que muchas veces su relación con el placer esté mediada por sentimientos de culpa, vergüenza o desconocimiento.

Desde una mirada feminista, autoras como Gerda Lerner (1986) y Rita Segato (2020) han mostrado cómo el patriarcado ha organizado la vida social apropiándose del cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Segato, en particular, señala que esta apropiación no es solo física, sino también simbólica, y permite sostener un orden jerárquico donde las mujeres no se reconocen como sujetas activas de deseo.
Estas narrativas históricas no solo definieron el deseo desde el exterior, sino que se inscribieron en la subjetividad de las mujeres, afectando su forma de vivir, sentir y hablar sobre su sexualidad. Comprender este legado es clave para desarmarlo y abrir paso a nuevas formas de habitar el cuerpo y el deseo desde la autonomía y la potencia.

Narrativas actuales de la sexualidad femenina: entre libertad y mandato
En las últimas décadas, los discursos sobre la sexualidad femenina han experimentado cambios importantes. Ya no se impone abiertamente el silencio o la castidad, sino que se promueve un ideal de empoderamiento, libertad y autonomía sexual. Sin embargo, este aparente progreso convive con nuevas formas de mandato que siguen regulando el deseo desde lógicas patriarcales, ahora enmascaradas como elección individual.
Ana de Miguel (2015) plantea que el “neoliberalismo sexual” refuerza estas estructuras bajo la apariencia de libertad. Las mujeres son invitadas a elegir, pero dentro de un marco normativo hipersexualizado, mercantilizado y masculino. Judith Butler (2007), desde la teoría de la performatividad, ayuda a entender cómo las mujeres reproducen normas de género en su forma de desear, lo que puede provocar culpa o desconexión si no se ajustan al modelo esperado.
Esther Perel (2007) advierte que muchas mujeres viven el sexo más como obligación que como fuente de placer, atrapadas entre mandatos de rendimiento y deber afectivo. Sandra Bartky (1990) aporta que este control no siempre es externo: las mujeres se autocontrolan, se exigen, se comparan. Esta presión también afecta su sexualidad, el deseo propio queda atrapado entre el deber de gozar y la ansiedad de no estar “rindiendo” lo suficiente.

Las narrativas sobre la sexualidad femenina
han sido moldeadas históricamente por discursos sociales

Constanza Michelson (2021) sostiene que el ideal de mujer intensa y empoderada puede convertirse en una nueva forma de opresión. El erotismo se vuelve una performance, y la culpa aparece cuando no se alcanza ese ideal. Así, muchas mujeres experimentan una tensión constante entre lo que sienten y lo que deberían sentir.
Las narrativas actuales siguen marcadas por la contradicción: promueven libertad, pero imponen mandatos. El camino hacia una vivencia sexual autónoma y libre de culpa sigue siendo complejo y profundamente condicionado por estructuras sociales vigentes.

Enfoques críticos en terapia sexual con perspectiva de género
Durante mucho tiempo, la terapia sexual ha estado dominada por modelos biomédicos y androcéntricos que explican las sexualidad humana desde la norma reproductiva, el diagnóstico clínico y la disfunción. Las dificultades sexuales eran tratadas como problemas individuales, sin considerar el peso de los contextos sociales, culturales o de género.
Frente a estas limitaciones, una visión crítica en la terapéutica sexual propone comprender la sexualidad como una experiencia situada, atravesada por relaciones de poder y construcciones patriarcales. Reconoce que muchas veces lo que se presenta como “disfunción” responde a mandatos que inhiben la autonomía y la expresión del deseo.
Desde esta mirada, autoras como Sonia Encinas (2022) proponen una educación sexual feminista que permita resignificar el placer desde el deseo propio y no desde mandatos externos, sostiene que la libertad sexual pasa por dejar de hacer lo que se espera de ti para empezar a escuchar lo que verdaderamente deseas. Sylvia de Béjar (2001) invita a desmontar mitos y tabúes sobre la frigidez, el deber sexual o la idea de que la sexualidad tiene una forma única de ser vivida; defendiendo el placer como un derecho cotidiano y legítimo, no como un premio o una carga.
Anne Fausto-Sterling (2020) cuestiona las divisiones biológicas rígidas entre cuerpos masculinos y femeninos, ampliando la comprensión del deseo más allá de lo anatómico; la anatomía no determina el deseo, ni hay un único modelo corporal legítimo para experimentar placer. Valérie Tasso (2008), por su parte, plantea que la libertad sexual no reside en cumplir con lo permitido, sino en explorar lo que verdaderamente excita, sin culpa ni juicio. La libertad sexual comienza cuando una mujer se desliga tanto de la represión como del mandato de disfrute impuesto desde fuera.
Todas estas autoras coinciden en que la sexualidad no es un fenómeno privado, sino un hecho político. Desde esta visión, la terapia sexual crítica no busca “arreglar” a las mujeres, sino acompañarlas en el proceso de cuestionar los discursos que las han limitado, recuperar la relación con su cuerpo y redefinir su deseo desde una mirada propia, libre de mandatos, de culpa y de vergüenza.

Conclusiones
A lo largo de este recorrido teórico, hemos visto cómo las narrativas sobre la sexualidad femenina han sido históricamente moldeadas por discursos sociales —religiosos, médicos, filosóficos, psicoanalíticos y culturales— que han operado como dispositivos de control, inscribiendo normas sobre lo deseable, lo permitido y lo correcto en los cuerpos de las mujeres. Estas construcciones no solo han limitado el acceso al placer, sino también la posibilidad de las mujeres de reconocerse como sujetas autónomas de deseo.
Los mandatos sobre la sexualidad se han sostenido como una forma de dominación estructural, enraizada en el sistema patriarcal, que produce cuerpos regulados, sexualidades normadas y subjetividades que interiorizan culpa, silencios y desconexión con el propio goce. Incluso hoy, bajo discursos que prometen libertad, el neoliberalismo sexual y la exigencia de autoempoderamiento reproducen nuevas formas de presión. Muchas mujeres se enfrentan a una aparente autonomía sexual que, en realidad, sigue condicionada por lógicas patriarcales que disfrazan de elección lo que sigue siendo mandato.
Frente a ello, la terapia sexual crítica con perspectiva de género ofrece una mirada transformadora que permite entender la sexualidad como una experiencia situada, atravesada por relaciones de poder y por narrativas históricas que deben ser desarmadas. Esta perspectiva no busca corregir o diagnosticar a las mujeres, sino acompañarlas en un proceso de reconexión con su deseo desde la autonomía, la legitimidad y el derecho al placer.
Recuperar la inteligencia erótica implica salir del deber y reconectar con la dimensión lúdica, imaginativa y corporal del deseo. Pensar la sexualidad no como tarea a cumplir, sino como experiencia singular que requiere tiempo, autonomía y permiso interno, resulta fundamental para la reconstrucción de una vivencia erótica propia. Como advierte Michelson (2021), este nuevo malestar no se resuelve con discursos de autoayuda o fórmulas de empoderamiento, sino con una mirada crítica y compasiva que permita comprender cómo se ha construido el deseo y qué fuerzas lo condicionan.
En este contexto, quienes trabajamos con mujeres en torno a su sexualidad tenemos el deber ético y político de formarnos desde esta perspectiva crítica. Si no reconocemos las narrativas que hay detrás del padecer sexual de las mujeres, corremos el riesgo de reproducir el mismo aparato social que las domina, patologiza y mercantiliza. Sin conciencia crítica, el discurso del empoderamiento se vacía de sentido y termina reforzando lo que pretende liberar. Solo el conocimiento profundo de las estructuras que moldean la subjetividad sexual femenina —y el compromiso por desmontarlas— permite intervenir desde un lugar distinto: uno que restituya poder, que reconozca el deseo como legítimo, y que acompañe procesos de emancipación verdadera.
Reivindicar el derecho al placer y al deseo no es una cuestión menor ni privada: es una apuesta política. Es abrir camino para que las mujeres habiten su cuerpo con autonomía, narren su deseo desde lugares propios y recuperen una sexualidad libre de mandatos, de culpa y de silencios.


Bibliografía

  • Bartky, S. L. (1990). Femininity and domination: Studies in the phenomenology of oppression. New York: Routledge.
  • Butler, J. (2007). El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad (2.ª ed., trad. P. Saldaña). Barcelona: Paidós. (Obra original publicada en 1990)
  • De Beauvoir, S. (2011). El segundo sexo (Vol. 1). Madrid: Ediciones Cátedra. (Obra original publicada en 1949)
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  • De Miguel, A. (2015). Neoliberalismo sexual: El mito de la libre elección. Madrid: Ediciones Cátedra.
  • Encinas, S. (2022). Feminidad salvaje: Manifiesto de una sexualidad propia (2.ª ed.). Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.
  • Fausto-Sterling, A. (2020). Cuerpos sexuados (2.ª ed. ampliada). Madrid: Melusina.
  • Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad I: La voluntad de saber. México: Siglo XXI Editores. (Obra original publicada en 1976)
  • Freud, S. (2001). Tres ensayos de teoría sexual. Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Obra original publicada en 1905)
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  • Freud, S. (2006). La sexualidad femenina (1931). En Obras completas (Vol. XXI, pp. 221–243). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
  • Lacan, J. (2007). El seminario. Libro XX: Aun (1972–1973). Buenos Aires: Paidós. (Obra original publicada en 1975)
  • Lerner, G. (1986). La creación del patriarcado. Barcelona: Editorial Crítica.
  • Michelson, C. (2021). Una mujer intensa: Crónicas de ansiedad, amor y feminismo. Santiago: Editorial Planeta.
  • Perel, E. (2007). Inteligencia erótica: Una nueva visión sobre la vida sexual (trad. M. J. Delgado). Barcelona: Editorial Diana. (Obra original publicada en 2006)
  • Segato, R. L. (2020). Las estructuras elementales de la violencia: Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos (3.ª ed.). Buenos Aires: Prometeo Libros.
  • Tasso, V. (2008). Antimanual de sexo. Madrid: Temas de Hoy.
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