Edith del Pino Castrillo
Máster en Sexología y Género
La violencia en las relaciones afectivas entre adolescentes se ha constituido como uno de los problemas más importantes con que se enfrenta la sociedad en la actualidad. El presente trabajo se ha centrado en revisar la creciente literatura publicada acerca de la violencia en las relaciones de pareja en la adolescencia, llevándose a cabo una revisión teórica que tiene como objetivo conocer las repercusiones presentes y futuras en el desarrollo de las/os jóvenes, con el fin de ir consolidando modelos explicativos que faciliten el diseño de programas preventivos, así como la concienciación a los/as jóvenes e instituciones educativas para aprender a identificar actitudes violentas y sexistas y, reducir, como fin último, la violencia en la etapa adulta.
METODOLOGÍA
Los objetivos del artículo de revisión son:
- Resumir información sobre los datos obtenidos respecto a la violencia en las relaciones afectivas entre los jóvenes.
- Identificar los aspectos relevantes, desconocidos y controvertidos sobre el tema revisado.
- Conocer las aproximaciones metodológicas al estudio de la violencia en las relaciones afectivas.
- Proporcionar información amplia sobre esta problemática.
- Mostrar la evidencia disponible.
- Discutir críticamente conclusiones contradictorias procedentes de diferentes estudios.
INTRODUCCIÓN
Situación actual
Si bien el estudio de la violencia en las relaciones de pareja adulta se ha abordado rigurosamente, es necesario plantear que la violencia no suele aparecer de manera repentina en esta etapa, iniciándose con frecuencia en la adolescencia (Jackson, Cram y Seymour, 2000; O´Leary y Slep, 2003). Por ello, en los últimos tiempos, se ha incrementado el interés hacia el estudio de la violencia en parejas jóvenes.
Se trata de un fenómeno social y es considerado un problema de salud pública de primer orden por organizaciones internacionales y gobiernos. La OMS dio a conocer el Informe Mundial sobre la Violencia y Salud (2002) en el cual se ofrece una visión muy amplia sobre las diferentes formas y contextos de la violencia, y, en lo que refiere a la violencia en la pareja, se concluye que aunque las mujeres pueden agredir a sus parejas masculinas y también se dan actos violentos en parejas del mismo sexo, la violencia de pareja es soportada en proporción abrumadora por las mujeres y ocasionada por los hombres.
Este tipo de violencia se produce en todos los países, culturas y en todos los niveles sociales, aunque algunas poblaciones corren mayor riesgo que otras.
En la misma línea, el Instituto Nacional de Estadística (INE, 2018) señala que la violencia machista es un fenómeno frecuente que ha ido incrementado en los últimos años, por lo que el impacto emocional que genera esta situación es un factor de riesgo para la salud mental de las víctimas y sus allegadas/os.
Las relaciones afectivas que se establecen entre adolescentes suponen un contexto de aprendizaje, que va a influir y condicionar la vivencia de futuras relaciones íntimas (Lloyd y Emery, 2000; Wolf y Foshee, 2003). Es en este período vital cuando empiezan a afianzarse representaciones mentales sobre roles y estereotipos de género que influirán al adolescente al interaccionar con los demás (Creasey y Hesson-McInnis, 2001).
Es por ello conveniente reflexionar qué sucede en la pareja adolescente, ya que la violencia parece instalarse silenciosamente y de manera gradual durante este período vital, constituyendo una advertencia de la violencia en las relaciones de pareja adultas.
RESULTADOS
La evidencia científica ha demostrado que las agresiones no suelen surgir de forma espontánea durante la etapa adulta, siendo frecuente que se inicie en la adolescencia.
Cuando hablamos de epidemiología en violencia entre las parejas adolescentes, los estudios con los que contamos en la actualidad constatan que este fenómeno aumenta gradualmente con el paso de la adolescencia hasta alcanzar su punto álgido en torno a los 25 años (Capaldi, Kim y Shortt, 2004).
Parece conveniente conocer los datos más representativos recogidos por diferentes investigaciones a nivel nacional e internacional de las distintas manifestaciones de la violencia en las relaciones afectivas entre adolescentes. Señalar que la mayoría de investigaciones en este campo no incluyen relaciones afectivas no convencionales ni contemplan la diversidad sexual.
La mayoría de las investigaciones realizadas hasta el momento con mayor evidencia empírica se han centrado en la agresión física, probablemente por las posibilidades de objetivación que tiene y por la alarma social que su visibilidad ocasiona.
Straus (2004), presenta los índices de violencia de pareja en una muestra de estudiantes procedentes de 31 universidades en 16 países, encontrando que el 29% de estudiantes universitarios habían sido víctimas de agresiones físicas por sus parejas en los últimos 12 meses, mientras que el 7% afirmó haber perpetrado. Es interesante recalcar que la proporción de estudiantes que habían sido agredidos y/o que habían perpetrado violencia era muy similar, con independencia del género.
O’Leary, Avery-Leaf, Cascardi y Slep (2005), en una muestra de universitarios encontraron que el 39% de las jóvenes y el 24% de los jóvenes manifestaron haber perpetrado agresiones físicas en el último año. Si atendemos a los ítems de agresión en función del género, los resultados confirmaron que las agresiones referidas por las jóvenes eran de gravedad menor que la de los varones.
La violencia psicológica, si bien es más difícil de identificar, puede producir consecuencias para la salud de manera similar o de mayor gravedad que la agresión física.
La tasa de prevalencia se sitúa entre un 60% y un 94% de jóvenes que verbalizan haber agredido verbalmente a su pareja (O’Leary y Slep, 2003; Rivera-Rivera et al., 2007; Schumacher y Slep, 2004).
En lo que refiere a la agresión sexual, la mayoría de investigaciones concluyen que es más frecuente en parejas jóvenes que en parejas adultas (Barnett, Lee y Thelen., 1997). Además, parece que las mujeres tienen mayor probabilidad que los hombres a ser víctimas de este tipo de agresión. Los resultados obtenidos por diferentes investigaciones indican que la mitad de las mujeres habían sufrido agresiones sexuales entre los 12 y 24 años (Bachman y Saltzman, 1995).
Más recientemente, Muñoz Rivas, Graña, O’Leary y González (2009), quisieron comprobar la prevalencia y las variables predictoras de la agresión sexual en una muestra de 4.052 adolescentes y jóvenes adultos de ambos sexos, en edades comprendidas entre los 16 y 26 años. Los resultados que obtienen es que los hombres cometían agresiones sexuales de manera significativamente superior que las mujeres, en un 35,7% frente al 14,9%.
En este sentido, es necesario profundizar otro estudio llevado a cabo por el mismo grupo investigador.
Muñoz Rivas y colaboradores (2007) encontraron en una muestra de estudiantes en edades comprendidas entre los 16 y los 20 años, que el 90% habían cometido agresiones verbales a sus parejas. Seguidamente, el 40% de los estudiantes manifestaron haber cometido agresiones físicas. Las jóvenes utilizaban de manera más frecuente las agresiones de tipo psicológicas y físicas leves frente a los varones, quienes utilizaban más reiteradamente las formas físicas graves.
Fernández González, O’Leary y Muñoz Rivas (2014), en una muestra de 2.016 estudiantes de secundaria en edades comprendidas entre los 14 y 20 años, encontraron que la agresión psicológica era la más frecuente (90% de los/as estudiantes), seguido de la agresión física (en aproximadamente un 40% de los/as jóvenes) y por último, la agresión sexual (ejercida por un 27,1% de los jóvenes y un 10,9% de las jóvenes). Por otro lado, se encuentra que la agresión bidireccional es más frecuente que la agresión unidireccional para los tres tipos de agresión.
Fernández Fuertes, Orgaz y Fuertes (2011) en una muestra de 601 estudiantes en edades comprendidas entre los 15 y 19 años encuentran que, en cuanto a agresiones verbales-emocionales, en torno el 95% de estudiantes habían perpetrado o sido víctima en su relación de pareja, no encontrando diferencias significativas en función del género. En cuanto a la agresión física, concluyeron que el 25,3% habían cometido este tipo de agresión. En lo que respecta a las agresiones sexuales, el 51,1% de los adolescentes afirmaron haber cometido una o más agresiones sexuales, siendo significativamente superior en varones que en mujeres el haberlas cometido.
Rodríguez (2015) ha arrojado los siguientes resultados. En una muestra de 740 estudiantes, el porcentaje de chicas jóvenes que declaran haber ejercido algún tipo de violencia sobre sus parejas fue superior al de los chicos jóvenes en la violencia física (37,4% y 17,9%) y psicológica (87,2% y 71,9%), no así en la violencia sexual (7,8% y 11,5%). En cuanto a victimización, las chicas afirman haber sufrido más violencia por parte de sus parejas en los tres tipos de agresión incluida en el estudio: violencia física (29,9% y 25,9%), violencia psicológica (86,9% y 81,0%) y violencia sexual (13,5% y 9,9%). Es importante en este estudio considerar que un alto porcentaje de los/as jóvenes que afirman haber cometido algún tipo de violencia física se producía como broma o juego, seguido de situaciones de discusiones y celos.
CONCLUSIONES Y LIMITACIONES
Son numerosos los estudios e investigaciones que han comprobado que existe la presencia de varios tipos de agresión en las relaciones afectivas entre adolescentes. Estos resultados confirman que la agresión psicológica es la más frecuente.
De los resultados de los estudios realizados en nuestro país podemos deducir que la violencia en las relaciones de pareja es muy frecuente y está presente en las/os jóvenes españoles, mostrando unos resultados similares a la mayor parte de las investigaciones internacionales.
La mayor parte de las investigaciones confirman que las tasas de prevalencia son muy similares entre chicos y chicas y que la violencia en parejas jóvenes es de tipo bidireccional, es decir: ambos miembros de la pareja emplearían conductas agresivas, como modalidad vincular (Corsi y Ferreira, 1998).
Sin embargo, la violencia unidireccional no debe quedar oculta tras estos datos, especialmente en la etapa adulta, siendo necesario considerar que las consecuencias para la salud no se producen de manera equitativa para ambos sexos. Si bien se puede concluir que la violencia entre parejas jóvenes es de tipo bidireccional, la gran mayoría de estudios han encontrado que el impacto y las consecuencias para la salud no son simétricas, sino que afectan más a las chicas que a los chicos, sobre todo en lo referente a heridas, trastornos de alimentación y ansiedad (Sebastián et al., 2010).
En cuanto a consecuencias físicas se refiere, la mayoría de investigaciones están de acuerdo en que las agresiones tienen un carácter más perjudicial en la salud física de ellas. González y Santana (2001) en su estudio concluyen que los chicos tienen mayor probabilidad de hacer uso de formas de violencia más peligrosas y que las chicas tienen mayor probabilidad de sufrir heridas graves y ésta es mayor a medida que la edad aumenta, con independencia de que la violencia sea bidireccional.
Referente a consecuencias psicológicas, no se han encontrado datos concluyentes. Si bien algunos estudios consideran que el impacto psicológico es asimétrico, otras investigaciones encuentran datos similares en cuanto a la prevalencia de trastornos de alimentación, ansiedad, abuso de sustancias, depresión y estrés pos-traumático.
Por tanto, no debemos olvidar las consecuencias que puede acarrear la violencia en la pareja sobre la salud de las jóvenes y su posible derivación hacia la violencia de género. De hecho, el Instituto Nacional de Estadística (INE, 2018) confirma un aumento del número de víctimas en menores de 18 años. Además, casi la mitad de las víctimas de violencia de género (47,3%) tenían entre 25 y 39 años (ver Tabla 1).
Tabla 1. Víctimas de violencia de género (con orden de protección o medidas cautelares) por edad (INE, 2018)
Año 2017 | Año 2018 | Tasa de variación (%) | |
TOTAL | 29.008 | 31.286 | 7,9 |
Menos de 18 años | 653 | 677 | 3,7 |
De 18 a 19 años | 960 | 1.065 | 10,9 |
De 20 a 24 años | 3.327 | 3.605 | 8,4 |
De 25 a 29 años | 3.933 | 4.350 | 10,6 |
De 30 a 34 años | 4.611 | 4.995 | 8,3 |
De 35 a 39 años | 5.142 | 5.464 | 6,3 |
Investigadores en este campo han apoyado la necesidad de actuar desde la prevención primaria e intervención temprana sobre la población adolescente, con el fin de minimizar o evitar el inicio de la violencia, y con ello la violencia en la etapa adulta.
La agresión psicológica es la más frecuente y se podría considerar la práctica más normalizada entre los/as jóvenes en sus relaciones afectivas. Ello supone un grave peligro, por lo que urge la necesidad de que las/os adolescentes aprendan a identificar situaciones de desvalorización y control y desprenderse, a su vez, de falsas creencias en torno al amor romántico y de la opresión de género y la misoginia. Esto es muy importante ya que algunos investigadores como Corsi y Ferreira (1998) han señalado una serie de conductas que preceden a la aparición de la violencia física, tales como intentos de control y aislamiento, agresividad verbal, falta de reconocimiento de los propios errores y desprecio hacia la pareja, entre otras.
Por todo ello, las/os profesionales debemos atender a esta problemática, siendo necesario abordarlo desde una perspectiva preventiva e integral, coordinándonos con otras/os profesionales e instituciones, no sólo con el fin de obtener un mayor conocimiento de aquellos factores que podrían construir la violencia en las relaciones afectivas entre adolescentes, sino también para plantear la consolidación de programas preventivos de educación afectivo-sexual que ayuden a reducir o eliminar dichos componentes, teniendo presente factores que han evidenciado aumento de riesgo de perpetración de violencia, siendo las variables que más se han estudiado: el consumo de alcohol (Hyman, 1999) y otras sustancias, la ira, baja tolerancia a la frustración y actitudes de hostilidad (Echeburúa y Corral,1998; Wolf y Foshee, 2003), los síntomas depresivos (Foshee et al., 2004) y de ansiedad, conductas de control y de celos (Lavoie et al., 2002), y las actitudes que justifican la violencia así como las creencias tradicionales de los roles de género (Swart, Garth y Ricardo, 2002; González, 2009).
Trabajar la violencia en adolescentes de una manera preventiva podría ser relevante de cara a abordar determinadas actitudes y conductas de maltrato. Siendo importante promover actitudes que favorezcan relaciones igualitarias que se alejen de los estereotipos impuestos por la sociedad.
Conviene, por otro lado, considerar las limitaciones existentes hasta el momento, encontrando resultados contradictorios, ya que, a menudo, surgen dificultades a nivel teórico y metodológico cuando nos planteamos medir un constructo. Factores tales como las definiciones utilizadas, los tipos de agresiones consideradas y/o la selección de participantes en el estudio son algunos de los problemas con los que nos encontramos.
Es conveniente señalar que en este artículo nos hemos centrado en hacer una revisión exhaustiva de la literatura sobre la violencia en las relaciones afectivas entre jóvenes adolescentes. Sin embargo, la investigación centrada en este campo ha contemplado la violencia en las relaciones afectivas heterosexuales, no incluyendo otro tipo de relaciones y/o orientaciones del deseo. Una posible razón es que en la mayoría de los estudios se ha evidenciado que la violencia más frecuente es la ejercida por los varones: la violencia de género. Otra posible razón que pudiese explicar los escasos estudios de violencia en la pareja con población adolescente homosexual o bisexual es que la violencia en este tipo de relaciones podría tener algunas características diferenciales. Además, debido al número reducido de adolescentes que indican ser homosexuales y/o bisexuales, suelen excluirse de los estudios al no ser posible analizar estadísticamente a este subgrupo de manera independiente (Fernández González, O’Leary y Muñoz Rivas, 2014). Sin embargo, no debe ser una realidad que quede invisibilizada o negada.
Las futuras investigaciones tendrían que ir en la siguiente dirección: en primer lugar, la inclusión en los modelos explicativos de la violencia en las relaciones afectivas de factores de protección, no sólo factores de riesgo, ya que permitirían disminuir la probabilidad de que se manifieste cualquier tipo de agresión. Por otro lado, implantar los programas de acción preventiva en edades tempranas, antes de que la conducta agresiva se haya configurado.
Por último, es necesario promover que los programas de prevención sean incorporados dentro de un marco de intervención más amplio, que abarque, no sólo a la formación del alumnado, sino también a la preparación de toda la comunidad para facilitar el cambio, y lo que es más importante: asegurar su mantenimiento a largo plazo.
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