Mónica Domínguez Abou Medlej 
Máster en Terapia Sexual y de Pareja
con perspectiva de género

“Del latín nomas, que a su vez deriva de un vocablo griego, el término nómada permite hacer referencia a aquel que va de un lugar a otro sin establecer una residencia fija. El concepto está vinculado a la persona que está en constante viaje o desplazamiento y se opone a la noción de sedentario.

Un pueblo nómada es aquel que no vive en un territorio estable como residencia permanente. Esta forma de vida implica una organización social, administrativa y económica muy particular, que se adapta a esta manera de vivir.” (*1)

“La teoría queer es un conjunto de ideas sobre el género y la sexualidad humana que sostiene que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están esencialmente inscritos en la naturaleza biológica humana, sino que son el resultado de una construcción social, que varía en cada sociedad.” (*2)

“Rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales y fijas, como varón, mujer, heterosexual, homosexual, bisexual o transexual, pues considera que están sujetas a restricciones impuestas por una cultura en la que la heterosexualidad es obligatoria, así como la heteronormatividad y el heteropatriarcado.

Respalda la plasticidad de la naturaleza sexual humana, en la que el sexo no se entiende en términos morales, sino en términos de erotismo, posición jerárquica o responsabilidad social. El concepto de orientación sexual (hetero-, homo-, o bi-) estaría mistificado, resultando ficticio y limitante, al considerar a cada ser humano más diverso que cada categoría por sí misma y debiéndose calificar en su lugar cada acto, fantasía o deseo puntual.” (*2)

“Por el carácter efímero de su naturaleza, la identidad queer, pese a su insistencia sobre la sexualidad y el género, podría aplicarse a todas las personas que alguna vez se han sentido fuera de lugar ante las restricciones de la heterosexualidad y de los papeles de género. Así, si una mujer se interesa en el deporte o un hombre en las labores domésticas, pueden ser calificados como queers.” (*2)

“Por la auto percepción de un sujeto como queer se daría la imposibilidad de definir su género. Teresa De Lauretis, que fue la primera en emplear esa palabra para describir su proyecto teórico, esperaba que tuviera aplicaciones iguales para la sexualidad y la raza, la clase y otras categorías. Sin embargo, fuera de los ámbitos universitarios, cuando el término queer se refiere a la sexualidad, es más frecuentemente un sinónimo de gay y lesbiana, a veces de gay, lesbiana y bisexual y con menos frecuencia de gay, lesbiana, bisexual y transexual.” (*2)

“Las investigaciones queer sobre el género abarcan sobre todo las opciones desviadas del género (los transgéneros, los género-queer y los travestidos), así como la separación de género y sexo biológico. Partiendo de la afirmación de Simone de Beauvoir «no se nace mujer, se llega a serlo», Judith Butler ha sido la primera teórica queer en abordar esta separación entre género y sexo.” (*2)

“Una de las contribuciones más destacadas de Butler es su teoría performativa del sexo y la sexualidad. Tradicionalmente, el construccionismo social ya nos hablaba de la construcción del género, es decir, que las categorías femenino y masculino, o lo que es lo mismo, los roles sexuales son construcciones sociales y no roles naturales. Pero Butler sobrepasa el género y afirma que el sexo y la sexualidad lejos de ser algo natural son, como el género, algo construido. Butler llega a esta conclusión basándose en las teorías de Foucault, Freud y sobre todo de Lacan. De este último parte al hablarnos de lo «forcluido», es decir, de aquellas posiciones sexuales que suponen un trauma el ocuparlas. Y ante el miedo a ocupar alguna de éstas, el individuo se posiciona en una heterosexualidad falocéntrica, es decir, una heterosexualidad regida por la normativa del imperialismo heterosexual masculino en la que asumir la sexualidad hetero implica asumir un sexo determinado.” (*3)

“La obra de Judith Butler se caracteriza por llevar a cabo revisiones críticas de los posicionamientos teóricos de los feminismos esencialistas para pasar a hablar de identidades nómadas frente a aquellas fijas, así como para plantear nuevas formas de habitabilidad de los cuerpos en la paradoja que se crea entre lo que es la capacidad de acción del individuo y su formación y dependencia con respecto al poder. Lo que Butler se propone, en definitiva, es la desnaturalización de conceptos como sexo, género y deseo, en tanto que son construcciones culturales de normas que violentan a aquellos sujetos que no participan de las mismas. Para subvertir los conceptos que oprimen al individuo, se propone, como opción, la creación de actos performativos en torno a la identidad, es decir, una serie de prácticas paradójicas con base en su teoría performativa que acaban creando nuevos significados y se reproducen más allá de cualquier sistema binario.” (*3)

Tengo cuarenta y siete años, nací con un  cuerpo biológico de mujer, me siento mujer, en el sentido de sentirme identificada con mi cuerpo, es decir soy una mujer cisgénero. Tras escribir la anterior premisa, ya comienzo a sentir dudas sobre lo expresado. Me identifico con mi cuerpo. Algunas de mis características son atribuidas a lo que dicen que es el rol femenino: he tenido hijos, soy sensible, me gusta la poesía, bailar, soy coqueta, sensual … y en algún periodo de mi vida me gustaron los chicos, o al menos algún chico.

Alrededor de los treinta y cinco años me enamoré de una mujer. Me pregunté si podría tener intimidad con ella. Reflexioné sobre mi infancia y mi adolescencia. Recordé haberme fijado en otras mujeres: compañeras de clase, amigas íntimas, novias de mis amigos… en un entorno heteronormativo, sin referencia de parejas conformadas por personas del mismo sexo.

Tras identificar mi deseo y amor hacia una mujer, realicé la reflexión sobre mi deseo hacia los hombres, hacia los que comencé a sentir rechazo, y lo expreso así, porque no es que la atracción desapareciera hacia ellos, lo que sentía era desagrado al imaginar el cuerpo masculino.

Me preguntaba, si hubiese crecido en un entorno cultural diferente, hubiese sentido atracción en exclusiva hacia las mujeres. Sin embargo, recordaba haber estado enamorada de un hombre y recordaba haber sentido placer en la intimidad con ellos.

Comencé a vivir como una mujer que se sentía como tal, acompañada por otra mujer. Mi vida se llenó de anécdotas: cuando celebraba el cumpleaños de mis hijos, los otros niños y niñas no asistían al mismo, si estaba con mi pareja, no podía estar al mismo tiempo con mi madre, al comer en un restaurante, se acercaba algún gracioso de turno para insultarme o amenazarme, si conducía mi coche, algún macho restregaba su polla en mi ventana, por si era eso lo que me faltaba, insultos al pasear por la calle, “bollera” me decían, creyendo que eso podría molestarme. Me preguntaba si era tan terrible amar a otra mujer, para la sociedad en la que había crecido.

Transité por algunos cambios estéticos, referidos a mi pelo, y mi ropa. Ahora parecía más bollera. Yo me sentía igualmente mujer y femenina. Sin embargo, comencé a sentir rechazo hacia la sociedad en la que vivía. Sentía rechazo hacia las personas heterosexuales que me atacaban.

Y entonces, me preguntaba: ¿qué eres tú?, ¿una mujer que quisiera ser un hombre?, ¿soy lesbiana?, ¿soy bisexual?.

En la actualidad me siento lesbiana, aunque creo que si me enamorase de un hombre, podría estar con él.

Vuelvo a tener mi pelo largo, tengo una apariencia más acorde con lo que se espera de mí. Tengo sexo biológico de mujer, me identifico con el género femenino y mi expresión de género corresponde al de una mujer, con la peculiaridad de buscar de manera activa a parejas-mujeres cisgénero.

Parece que en mi entorno, hay personas que no se identifican, con el género masculino o femenino, personas con disforia de género, personas que se sienten identificadas con su sexo pero que a veces se expresan con características del sexo opuesto. Hombres que se pintan las uñas, y mujeres que dejan sus músculos a la vista con la camiseta remangada.

Si tuviese que definir mi sexualidad a ciencia cierta no sabría etiquetarme, aunque me siento muy orgullosa de decir que soy lesbiana, y si me califican como heterosexual por mi apariencia tiendo a ofenderme. Me ofendo porque me he sentido juzgada, discriminada y he sentido violencia por el hecho de amar a una mujer. Así que seré lesbiana o bisexual. Porque siento cierta heterofobia.

Ser mujer, en muchas ocasiones se vuelve complicado. Ser mujer y homosexual lo hace todavía más difícil. Soy feminista, siento pertenencia al colectivo LGTBi, me siento Queer, es decir extraña, ante una sociedad heteronormativa y patriarcal.

Mi sexualidad es nómada, se ve reflejada en mi historia. Si hubiese vivido en otra cultura, quizás no me hubiese identificado con mi cuerpo, o con los roles que se asumen a mi género, e incluso podría expresarme con característica contrarias a mi género. O pudiera no haberme sentido vinculada a mi sexo biológico. También podría haber sido intersexual. E incluso de raza negra, en vez de blanca influyendo todo ello en mí.

“La mayoría de nosotras -las mujeres; no se aplicará a quienes somos varones- cuando completa un formulario, probablemente examina el casillero F antes que el M.

Porque en el preciso instante en que por primera vez marcamos el cuadradito al lado de la F, ingresamos oficialmente en el sistema sexo-género, en las relaciones sociales de género en-gendradas (en-gendered) como mujeres; es decir, no es sólo que las demás personas nos consideran mujeres, sino que desde ese momento nosotras mismas nos hemos estado representando como mujeres.  (*4)

En otras palabras, la sexualidad femenina ha sido invariablemente definida en contraste tanto como en relación al varón. La concepción de la sexualidad de las feministas de la primera ola, hacia el cambio del siglo, no fue una excepción: si ellas reclamaban la castidad y se oponían a toda actividad sexual porque degradaba a las mujeres al nivel de los varones, o si clamaban por una libre expresión de la función natural y calidad espiritual del sexo de parte de las mujeres, era porque el sexo significaba intercambio heterosexual y primariamente penetración. Es recién en el feminismo contemporáneo que han aparecido las nociones de una sexualidad de las mujeres diferente o autónoma y de identidades sexuales no-masculino-relacionadas. Pero igual, Bland observa, el desplazamiento del centro de la escena sexual del acto sexual como penetración queda una tarea que aún hoy nos preocupa. (*4)

Página 67 Bland:

“Para el “sentido común”, la sexualidad masculina y la femenina se erigen como distintas: la sexualidad masculina es entendida como como activa, espontánea, genital, fácilmente elevada por “objetos” y fantasías, mientras que la femenina es pensada en términos de su relación con la sexualidad masculina, básicamente como expresión y respuesta al varón.” (*4)

Soy una ser humana, cuando hago el amor entrego mi alma. Siento deseo. Me excito. Tengo orgasmos. Muchos orgasmos de hecho. Gracias a mi clítoris y a la capacidad multiorgásmica que muchas mujeres tienen, como yo. El mejor sexo de mi vida, lo he tenido conmigo misma. He deseado a algún hombre, y me vuelven loca las mujeres. ¿Qué soy? ¿Lesbiana? ¿Bisexual? ¿Realmente importa?. Mi sexualidad es nómada. No soy pasiva, no soy activa en mis encuentros íntimos con otra ser humana. Simplemente SOY. ¿A quién le importa cómo se hincha mi clítoris?.

Bibliografía:

(*1) https://definicion.de/nomada/

(*2) https://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_queer

(*3) https://es.wikipedia.org/wiki/Judith_Butler

(*4) Tecnologías del Género, Teresa de Lauretis