Ana María Prada Rodríguez
Máster en Terapia Sexual y de Pareja
“En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más contemplar a Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina” – Cuento Blanca Nieves y los Siete Enanos.
A lo largo de la historia y en diferentes localizaciones, la discriminación se hecho presente de múltiples maneras y con diversas repercusiones. El caso del sexismo no es la excepción; en tanto ha repercutido y seguirá repercutiendo de muchas diferentes formas en la individualidad de cada persona, en su desarrollo familiar, sexual, social, cultural, laboral y hasta intelectual.
El sexismo benevolente, un tipo de sexismo no tradicional y poco incluido en las discusiones sobre “sexismo”. Presenta un claro ejemplo de lo explicado anteriormente, en tanto que siempre ha estado presente en diferentes épocas y latitudes, y definitivamente este no afecta de manera unidireccional a un ámbito específico del ser humano.
Mientras el sexismo se entiende como “(…) una actitud discriminatoria dirigida a las personas en virtud de su pertenencia a un determinado sexo biológico, en función del cual se asumen diferentes características y conductas” (Garaigordobil y Aliri, 2011, p.332), el sexismo benevolente, tal y como el que se extrae de la cita del cuento infantil, tiende a apostar por las diferenciaciones entre los géneros de manera “positiva”, al asimilar características sociales o culturales del ser humano, como rasgos incuestionables y propios de un género determinado.
En ese sentido, explica Zubieta et al. (2011), que en un principio, el término sexismo iba más enfocado a posiciones negativas con respecto a las mujeres y en el posicionamiento de éstas en un lugar inferior respecto del hombre, mientras que actualmente, hay algún tipo de posicionamiento o conocimiento sobre estas concepciones negativas sobre la mujer, siendo incluso incorrecto afirmar públicamente o de manera directa una inferioridad del género femenino sobre el masculino. Es así como podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que los roles o el posicionamiento de la mujer en la sociedad han sido modificados y variados a lo largo del tiempo.
No obstante lo anteriormente expuesto, muy a nuestro pesar, podemos decir que hoy en día, aun existiendo algún tipo de interiorización respecto de las implicaciones del sexismo o machismo, existe todavía un grado importante de presencia de sexismo en los diferentes ámbitos de la cotidianidad. No basta conocer la existencia y repercusiones de la problemática, ni basta estar conscientes de que hay que modificarlas, se requiere una permanente actitud crítica para detectar los brotes de sexismo camuflados de bondad.
Glick y Fiske (1997) plantean el concepto de sexismo ambivalente; señalado que el sexismo es ambivalente en tanto combina antipatías con sentimientos positivos hacia las mujeres y hacia los hombres sin dejar de atribuirle características y roles rígidos a cada uno de los géneros.
Es dentro de este concepto, que aparece el sexismo benevolente a la par del sexismo hostil, como dos componentes del mismo. El sexismo hostil se refiere a actitudes tradicionales y cargadas de prejuicios hacia los géneros, por lo general atribuyéndole a la mujer características peyorativas, descalificándola y colocándola en un lugar menos privilegiado que el del hombre. De acuerdo con Fernández, et al.(2009), el sexismo hostil legitima el control social que ejercen los hombres sobre las mujeres y el poder que tienen en la sociedad en general.
Como se explicó, se ha ido limitando o censurando las discriminaciones tan explícitas y claras en contra de la mujer, habiendo incluso leyes que las sancionan penalmente. Es raro encontrar, en un ambiente medianamente culto, maneras directas de referirse a la mujer como inferior o como no apta para determinada labor. De alguna manera, la discriminación por género se ha recanalizado persistiendo los tratos desiguales y la diferenciación excesiva, que siguen estando presentes de múltiples maneras en la sociedad. El sexismo ha ido evolucionando y las formas en las que se presenta se han vuelto más evasivas, encubiertas, de difícil conocimiento y sutiles.
El sexismo benevolente “(…) se basa en una ideología tradicional que idealiza a las mujeres como esposas, madres y objetos románticos.” (Garaigordobil, et al. 2011, p.333). En dicho sexismo resalta el papel de la mujer como complemento del hombre, como aquella que “lo completa”. Destaca el papel maternal y características que dicen ser propias de las mujeres como calidez, pureza, ternura. Se puede evidenciar por medio de elogios al sexo femenino por encima del hombre, mayores beneficios en comercios, bares o restaurantes, invitaciones y tratos diferenciados. Se evidencia también por medio de la sobrevaloración de la belleza física de la mujer y la admiración del hombre hacia esta belleza y la necesidad de una protección por parte de la figura masculina.
Es común que se piense como sexismo sólo aquellos actos que humillan, reducen a objeto y limitan la capacidad intelectual de la mujer. No obstante, el sexismo benevolente también es sexismo y como tal apuesta por marcar y proponer diferencias entre hombres y mujeres y, por ende, mantener las desigualdades de género en la sociedad. Mientras que el sexismo hostil es constantemente criticado y repudiado, por diversas instancias y personas, el sexismo benevolente puede incluso ser valorado y anhelado. Existe, incluso, algún tipo de desconocimiento de que comportamientos característicos del mismo se consideren sexismo.
Es una creencia común que la discriminación por género no es un problema de las sociedades contemporáneas, lo que es totalmente erróneo toda vez que lejos de haber desaparecido el problema, el mismo ha evolucionado y las formas en las que se presentan se han hecho más evasivas, sutiles y difíciles de reconocer pero siguen estando en la palestra, para desgracia de los principios de igualdad y equidad de género.
Los conceptos y expectativas que se tienen de cada persona en tanto su posición como mujer o como hombre se han ido construyendo con base al contexto sociocultural en el cual se está inmerso. A pesar de las diferencias individuales que, como es claro resultan fundamentales, al ser parte de una sociedad y cultura específica se tienen ciertas concepciones, expectativas e ideales infundados que moldean, de cierta manera, la individualidad de cada ser humano y que construyen su pasaje y su vivencia como hombre o como mujer.
Como explica Fernández, et al. (2009), la diferencia sexual biológica que diferencia a hombres de mujeres es innegable, no obstante, el hecho de que esta asimetría sexual intrínseca repercuta en otros tratos, acciones y ámbitos en general corresponde a una asimetría cultural producida por el hecho de asignar características y roles jerárquicos en función del género.
Las raíces de esta asimetría estarían, en su mayor parte, infundadas en el paradigma patriarcal, de cosmovisión androcéntrica, heterocentrista y basado en el dominio, así como lo explican Fernández, et al. (2009). Este dominio característico del sistema en muchas ocasiones se representa como dominio sobre la naturaleza o como dominio de unos seres humanos sobre otros. En este caso, el dominio del hombre sobre la mujer.
A pesar del avance que ha dado la humanidad en el ámbito de discriminación y género, las diferencias entre sexos siguen estando presentes y afectando la vivencia de hombres y mujeres. Quizá está de una manera más implícita, encubierta y sutil pero aun así presente e influyente en nuestro tiempo y nuestro entorno.
Es por ello que podemos afirmar, que actualmente permanecen otras formas de sexismo que abogan igualmente por la diferenciación y división de roles y características entre hombres y mujeres. A pesar de que hay personas que repudian, critican y evitan el tema del sexismo, cuando se trata del sexismo benevolente, lo llegan a considerar importante y hasta lo agradecen.
Estas diferenciaciones y atribuciones positivas hacia mujeres dificultan de gran manera la equidad en diversos ámbitos. Puede que se considere que no hay problema alguno en resaltar un valor maternal y puro en una mujer, así como darle gran importancia a la belleza física de la misma, pero no es así, y un claro ejemplo es que al intentar buscar una equidad en cuanto a las relaciones laborales, se dificultará de mayor forma a la mujer, al considerar que esta es más maternal que lo que el hombre paternal, por lo que no se desempeñará de la misma manera en el momento de la vida en el que decida ser madre.
El sexismo benevolente en la vivencia de la sexualidad
La sexualidad de una persona es tan amplia y compleja que se construye a lo largo de la vida y se ve permeada por diversos factores, lineamientos, reglas y expectativas sociales. Se ha estudiado cómo estereotipos y roles de género afectan de una forma negativa la libertad y el disfrute de una sexualidad plena y saludable. El sexismo benevolente tiene un papel importante en esto. El discurso sexual hegemónico y heteronormativo se encuentra sumamente representado en los roles impuestos o propuestos en el sexismo benevolente. Como es claro, esta construcción se encuentra íntimamente ligada a la relación que cada persona tenga con su cuerpo y su sexualidad, de modo que la manera en la que la persona se desenvuelva y disfrute o viva este ámbito está relacionada con este condicionamiento social.
La terapia sexual siempre va a tener que ver con el concepto de género y es imposible y hasta irresponsable desligarla. Los problemas y asuntos sexuales están relacionados a un género u a otro y lo que llama todavía más la atención, las patologías sexuales tienden a ser diferentes o se representan diferentes en hombres y mujeres.
En mujeres al disfrutar y tener prácticas sexuales activas es común que sientan culpa, angustia y preocupación. Algunos ejemplos de esto pueden ser temores a ser una perra o una fácil, a “acceder” a tener prácticas sexuales más rápido de la cuenta o simplemente no ser suficientemente digna.
Una mujer libre, que vive su sexualidad de una forma activa, que tiene varias parejas sexuales o haya tenido, no es consecuente con el concepto de mujer pura, buena y casta con el que nos hacen aspirar. Además, el hecho de plantear conceptos e ideales tales como que una mujer necesita estar con un hombre para estar completa, nos hace caer en la necesidad de buscar esta completud y sacrificar muchos aspectos o comportarnos de una forma socialmente deseable para lograrlo. Igualmente, este tipo de sexismo ejerce una presión muy fuerte sobre las mujeres que no tienen dentro de sus planes de vida el ser madres ya que el hecho de ser mujer está fuertemente ligado a su capacidad reproductiva y maternal.
Estas dificultades, que muchas veces se convierten en disfunciones en la fase del deseo sexual, la culpa asociada a estos y las problemáticas que causan en el desarrollo psicosexual. Es así como muchísimas mujeres se privan de tener una vida sexual plena y satisfactoria a tal punto que incluso si en algún momento llegan a buscar ayuda es porque consideran que no se están desempeñando bien con su pareja y buscan ayuda para que él también se encuentre a gusto y no se vea afectado por el problema.
Como en cualquier tipo de sexismo, el hombre también se ve sumamente afectado con estos preceptos. Existe una gran presión social hacia el género masculino en cuanto a rendimiento sexual; es común que los hombres piensen que siempre tienen que tener deseo de tener actividad sexual y con cuantas mujeres se pueda, ya que si no es así puede ponerse en entredicho su virilidad y su orientación sexual. Además de siempre ser quienes tienen que tomar la iniciativa y llevar las riendas de las relaciones.
Lo anterior ejerce gran presión y condiciona cómo debe actuar el hombre y la mujer en el ámbito sexual y causa culpas e incomodidades. Se refuerza que debe haber una única forma correcta de vivir la sexualidad y limita la exploración, la búsqueda y el conocimiento personal.
Como ha sido expuesto, en alguna medida todos y todas continuamos inmersos dentro de esta dinámica de diferenciación, ya sea abiertamente o solapadamente, como lo hacemos cuando reímos respecto de un chiste machista o pasamos por grupos de WhatsApp fotos de mujeres desnudas o al acceder a ser calificada como tierna, pura o maternal solo por ser mujer.
Para alcanzar un equidad real entre el género masculino y femenino resulta necesario superar el carácter construido y cultural que tienen los estereotipos sexuales y todas sus formas de inserción; dentro de las cuales, por supuesto, se encuentran aquellas de carácter positivo. El hecho de reconocer esta realidad y darnos cuenta de donde vienen muchos de nuestros pensamientos, roles y actitudes es un primer paso para realizar un cambio, para liberarnos y comenzar a enfocarnos en lo que queremos y cómo lo queremos independientemente de mi posición, de mi género y de lo socialmente correcto.
Con lo cual tenemos que concluir que no obstante que ha habido avances importantes a través de la historia en tema de sexismos, estos son mayores cuando se habla del sexismo hostil, pero bastante permanentes cuando se trata de temas relacionados con el sexismo benevolente, con lo cual nos queda el sabor amargo en la boca de si será que efectivamente somos una sociedad más equitativa en término de género o simplemente más hipócrita y solapada, que discriminamos igual, nada más que ahora en lugar de señalar lo “negativo” de un “sexo”, ensalzamos lo “positivo” del otro.
Referencias Bibliográficas
Fernández, M, Rodríguez, Y, Fernández, M y Calado, M. (2009). Del sexismo hostil al sexismo benevolente: la nueva cara del sexismo en las sociedades occidentales. Apuntes de Antropología Biológica,14, 73-89.
Garagordohil, M y Aliri, J. (2011). Sexismo hostil y benevolente: relaciones con el autoconcepto, el racismo y la sensibilidad intercultural. Revista de Psicodidáctica. 16(2), 331-350.
Zubieta, E, Beramendi, M y Sosa, F. (2011). Sexismo ambivalente, estereotipos y valores en el ámbito militar. Revista de Psicología 29 (1), 101-130.
Lambeiras, M. (2002). El sexismo y sus dos caras:De la hostilidad a la ambivalencia. Anuario de Sexología 8, 91-102.
Lambeiras, M. y Rodríguez, Y. (2003) Evaluación del sexismo ambivalente en estudiantes gallegos/as. Acción Psicológica 2(2), 131-136.
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