Teresa Ferriol Far
Máster en Sexología y Género
Desde hace ya unos cuantos años, la comunidad científica y las personas cuya actividad de subsistencia está intrínsecamente ligada a los ecosistemas naturales, nos vienen advirtiendo que los éstos están cada vez más cerca del colapso. Entre otras cosas, esto se debe a que llevamos años basando nuestra economía y consumo en la siguiente ecuación: creación de necesidades materiales sumada a la creación de un vínculo semántico entre las palabras productividad y utilidad. Si ponemos esta ecuación bajo el enfoque de la mirada capitalista y le añadimos que los nuevos modos de vivir la vida y de entenderla nos ha llevado a percibirnos como seres fuera de la red ecológica, no es descabellado pensar que cada vez más estamos relegando los usos y conservación de la naturaleza a espacios de ocio, turismo y productividad de capital, transformando los espacios naturales en parques temáticos, donde experimentamos sin llegar a conectar.
Pero, ¿qué tiene que ver lo anterior con el feminismo?
La primera vez que aparece el término ecofeminismo en occidente es en 1974, en el libro titulado «Feminismo o la muerte» de Francoise D’Eaubonne, no obstante, no sería descabellado pensar que las primeras resistencias ecofeministas empezaran en Abya Yala siglos atrás. En el libro anteriormente comentado ya se señalaba la relación entre la explotación de la naturaleza y la dominación masculina, quizás una de las reflexiones más relevantes del libro en relación al tema de este artículo sea la idea de que el control del propio cuerpo es el inicio de un camino no consumista, feminista y ecologista.
Aunque en Francia no tuvo un gran éxito, sí que lo tuvo en otros lugares como Norteamérica o Australia y poco a poco se fueron gestando movimientos como el movimiento Chipko en la India o las manifestaciones de Greenham Common; a raíz de estos movimientos se fue consolidando cada vez más la idea de que los engranajes del sistema capitalista están tan bien articulados que hace que hayamos cambiado palabras como: extractivismo y exigencia de acumulación por productividad, de este modo, tal y como defienden Yayo Herrero, Maria Míes y Vandana Shiva «el modelo económico occidental se ha constituido y se mantiene por medio de la colonización de las mujeres, los pueblos extranjeros, sus tierras y la naturaleza».
Dentro del marco de estas ideas se irán tejiendo como un hilo conductor distintas perspectivas de lo que será un movimiento heterogéneo pero que presenta una doble lucha como objetivo común: la igualdad y la protección del medio ambiente.
Actualmente se distinguen las siguientes corrientes dentro del movimiento ecofeminista:
- Ecofeminismo esencialista: se entiende que las mujeres por su capacidad de dar a luz y de cuidados, están mucho más cerca de la naturaleza y por tanto, tienden a preservarla. Dentro de ésta corriente encontramos por un lado a Mary Daly como una de sus representantes en occidente que defiende ideas como la ginecología autogestionada por mujeres y mediante métodos alternativos. Por otro lado, encontramos los feminismos del Sur, impulsados por las condiciones de desigualdad y explotación en la que se obliga a vivir a las mujeres. Al igual que el anterior, comparte la perspectiva ginecocentrista pero pone en el foco no sólo la importancia del cuerpo físico sino que crea una analogía entre éste y el ecosistema, defendiendo un espacio donde las mujeres puedan gestionar el agua, la tierra, la producción de bienes y defender su territorio contra las explotaciones sin necesidad de ser violadas. Entre sus principales representantes encontramos a Carolyn Merchant, Vandana Shiva e Ivonne Gebara.
- Ecofeminismo constructivista: surge como crítica a la perspectiva esencialista y añadiendo además que la destrucción del medio ambiente afecta a las mujeres pero no a todas por igual (clase, etnia, etc). Quizás uno de sus aportes más significativos sea la redefinición del sistema capitalista como un sistema masculinizado donde se monopolizan el poder y el control de los recursos y además se somete a revisión el papel que juegan los conceptos de «economía», «productividad» y «progreso» en nuestras vidas. Algunas de sus representantes son Val Plumwood y Bina Agarwal, donde sus aportaciones pusieron de manifiesto que las tareas que realizan las mujeres en sus hogares y se traducen en forma de energía y cuidados no vienen dadas por una predisposición genética innata.
Además de estas corrientes, dentro y paralelamente a ellas, encontramos toda una serie de explicaciones teóricas y políticas que pretenden dar con el origen común de la explotación y dominación de la naturaleza y las mujeres:
- Ecofeminismos liberales: consideran que la degradación ambiental es una consecuencia más del modelo económico que actúa de manera poco prudente con el medio ambiente, y por tanto, la explotación de las mujeres es una consecuencia más en el espacio de invisibilidad que ocupan dentro de este sistema económico.
- Ecofeminismos radicales: considera que este dominio y explotación surge en la prehistoria por la superposición de los valores masculinos frente a los femeninos, por lo que propone un giro de 180 grados para recolocar los valores femeninos en el centro y deshacer los efectos de las crisis ecológicas.
- Ecofeminismos socialistas: consideran que los problemas ambientales son causados por el capitalismo y el patriarcado, cuyo principal objetivo es el desarrollo y crecimiento económico que se da a costa de la explotación de las mujeres y la naturaleza.
¿Una vez estudiada la teoría, dónde queda la práctica?
¿Es nuestro afán individualista el que no nos permite distinguir entre las producciones que son socialmente necesarias y las que no lo son? Todo tiene más sentido si pensamos que se nos ha educado bajo la mirada de un sistema donde para medir la gran variedad de productos de trabajo humano, intelectual, emocional y físico se utilizan índices como el PIB, cuyo sistema cuenta de varias carencias: la primera de ellas es que si los productores consumen lo que producen es como si no hubieran producido nada, de este modo quedan apartadas cualquier tipo de economía regenerativa y renovable. Partiendo de esto es muy fácil entender que todas las mujeres que producen para su comunidad son consideradas como «no productivas» o «económicamente inactivas». La segunda carencia de este sistema es que al contabilizar las cosas que son sólo un producto de mercado no mide el impacto que esta producción tiene sobre los ecosistemas y que a su vez podría afectar al producto que genera riqueza, por ejemplo, si la calidad del agua del grifo se ve deteriorada por actividades extractivas, gastaremos cada vez más dinero en agua embotellada. Para entender bien de qué trata el ecofeminismo, es importante recordar: no todo el mundo tiene acceso a agua embotellada, las empresas que venden agua no fabrican agua, fabrican botellas que a su vez generan grandes problemas tanto en ecosistemas terrestres como marinos. Tal y como dijo Robert Kennedy en su campaña «el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida». Por lo que este índice de mercado no puede relacionarse con nuestra calidad de vida.
Para actuar de forma positiva desde y para nuestros cuerpos es necesario analizar la cantidad de recursos y espacio que consumimos para vivir (huella ecológica), es importante pensar en que la mayoría de productos que consumimos proceden de partes distantes del planeta y suelen coincidir con lugares donde es fácil presionar a los políticos para legislar fuera de los límites de los derechos humanos y ecológicos, haciendo que sean cada vez más frecuentes las mal llamadas «catástrofes naturales».
No obstante, a pesar de que desde los discursos ecofeministas de occidente tenemos muy claro que la economía capitalista está no sólo destruyendo la naturaleza sino también explotando el trabajo de las mujeres en los hogares y economías de subsistencia. ¿Tenemos claro cuáles son las principales industrias que participan en este proceso? ¿Quién financia el extractivismo, nosotras como consumidoras individuales o las grandes empresas? ¿Quién consiente la deforestación de hectáreas de selva amazónica porque qué fancy el aguacate de desayuno en las tostadas? y ¿lo ricas que están las galletas con el aceite de palma en nuestra merienda? Cuyo cultivo y consumo genera suelos infértiles, privatización de espacios y contaminación de aguas, haciendo que las mujeres deban desplazarse distancias más largas para conseguir la misma cantidad de agua, teniendo menos disponibilidad de tiempo para participar en espacios de decisión. ¿Es de justica cambiar de móvil cada año? ¿Somos conscientes de la cantidad de polvo doméstico que se encuentra en nuestras casas a través de sustancias que compramos como: plásticos, perfumes, juguetes, ropa, cosméticos, etc.? ¿Somos conscientes de que las mujeres se ven más afectadas que los hombres por el síndrome de hipersensibilidad química múltiple? ¿Por qué exponemos a las mujeres con más facilidad a productos dañinos para su fisiología? ¿Y sin embargo, son las menos estudiadas dentro del ámbito científico? ¿Nos acordamos de lo que sucedió hace unos cuantos años en España cuando se indemnizó a hombres que, por sus trabajos, habían estado expuestos a grandes concentraciones de amianto, pero no se quiso indemnizar a sus mujeres, que habían estado también expuestas al lavarles la ropa cada día? Es un claro ejemplo de cómo las tareas que realizan las mujeres están, junto con sus cuerpos, infravaloradas.
Una de las principales críticas que le hago al movimiento ecofeminista de occidente es que pretende ser muy ambicioso a nivel teórico sigue formando parte de un discurso que es necesario reformular desde perspectivas más descoloniales y transversales como están haciendo los feminismos comunitarios de Abya Yala. A pesar de que estos últimos años se han visibilizado e integrado en una misma red una gran cantidad de discursos ecofemisnistas procedentes de distintas partes del mundo, siento que el movimiento a nivel práctico y local está siendo poco o no tan resolutivo como es de menester; ¿por qué? Tal y como dice Rita Segato en su artículo «Pedagogías de la crueldad: el mandato de la masculinidad» hoy en día, los problemas políticos y sociales requieren no sólo de análisis y denuncia de los modelos económicos implicados en la devastación ambiental y en la construcción del género siendo para ello cada vez más importante una transición hacia caminos sostenibles basados en programas de educación ambiental que sean compatibles con la vida de las mujeres. Este modelo no sólo debe estar alejado de modelos patriarcales sino que además debe hacer especial hincapié en el concepto de empatía. Es tan importante enseñar a compartir las virtudes como elogiarlas.
Desde el Ecofeminismo se invita a reflexionar sobre nuestra libertad y cómo (re)crearla en base a las comprehensión y aprehendizaje de los ciclos naturales, posicionando nuestras acciones en un marco de decisión donde se tenga en cuenta: la satisfacción de las necesidades colectivas reformulando el concepto de trabajo, productividad y bienestar; buscar herramientas que nos acerquen a la autosuficiencia, basar nuestras compras en productos con circuitos de distribución cortos, valorar las visiones de los pueblos originarios y sus saberes populares conectados con la naturaleza. En definitiva, tomar decisiones valorando que somos seres vulnerables, interdependientes y que nuestra calidad de vida está intrínsecamente ligada al correcto funcionamiento de los ecosistemas, haciéndonos a su vez, ecodependientes.
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[1] Abya Yala (Tierra de sangre): Tal y como se menciona en el artículo [10] «De la tecnología al extractivismo: ecofeminismo de Abya Yala» he decidido utilizar este nombre de manera simbólica en lugar de América Latina ya que posiciona y visibiliza a los pueblos indígenas frente al Eurocentrismo.
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